Por Francisco Almagro Domínguez.
Al último episodio de la saga clínico-policiaca llamada "ataque sónico" a diplomáticos norteamericanos faltaba añadir el elemento psicológico o psicosomático - cuando la mente causa lesiones físicas. En verdad, no es extraño. La mayoría de los analistas carecen de los elementos clínicos de la investigación, y el escurridizo campo de la salud mental funciona siempre como excelente debilitador de responsabilidades. Si las víctimas fueron presas de una "histeria masiva" no hay nada ni nadie más "culpable" que los propios "enfermos". Y fin de la crisis…
La hipótesis de una enfermedad mental colectiva podría tener valor si el hecho hubiera ocurrido en un periodo de tiempo relativamente corto, entre personas que trabajan en el mismo local o viven en la misma casa; si las primeras víctimas hubieran tenido gran contacto emocional entre ellos; si hubieran sido sometidos a las mismas tensiones los primeros con los últimos, y sus experiencias sensoriales se contradijeran entre sí. Por último, si no pudiera comprobarse daño estructural al cerebro y los órganos de los sentidos.
Los profesionales de la salud mental - no los neurólogos, cuyo terreno de práctica es otro- podrían hacerse muchas preguntas ante la propuesta de "histeria masiva" como presumible diagnóstico. Aunque no aparece formalmente en los glosarios clínicos actuales con ese nombre, por su rareza y modo de presentación este fenómeno no sería otra cosa que la ocurrencia de síntomas físicos y mentales similares en un grupo de individuos en tiempos relativamente breves. Comienza por uno o dos personas, y como una epidemia a pequeña escala, "contamina" al resto.
Curiosamente, han sido en Cuba, Brasil, Haití, y otros países de América donde se ha dado la llamada transculturación - Fernando Ortiz- , o la inculturación de ritos africanos, donde con más seriedad se ha estudiado el evento, casi siempre relacionado con fuertes tensiones emocionales, y cercanía física de los miembros. El profesor cubano Angel Bustamante fue uno de los pioneros del estudio de estos eventos en la Isla, aunque no el único que ha publicado extensamente sobre el tema.
Otro rasgo distintivo, y que sirve a los profesionales para diferenciar las llamadas histerias de conversión de otras enfermedades físicas "reales" son las evidencias de lesiones. Un examen de la vista que no descubre daño en la retina o en otra parte del ojo, confirma la ceguera histérica. La "anestesia en forma de guante" es otra presentación histérica sin correlato anatómico o fisiológico. Muy al contrario de lo que piensa la gente, simularle a un buen psiquiatra o un psicólogo clínico es bien difícil.
Ya en el tema que nos ocupa, la presunta "histeria masiva" de más de 20 diplomáticos norteamericanos y familiares, y media docena de canadienses, es algo muy raro, rarísimo. Deberíamos conocer quién, cómo y donde empezó la "sordera" histeriforme. Y de manera conclusiva, para definir si es un trastorno mental en grupo o se trata de un proceso físico, las pruebas de laboratorio serían definitorias: por muy buen "histérico" que alguien sea, no puede inflamar el cerebro ni resistir un gran bombardeo de decibeles en una prueba acústica.
Es preocupante cuando se escoge la vía de la enfermedad mental como atajo para desviar el camino de las investigaciones. Es lo que suelen hacer los abogados con oficio: salvar la responsabilidad del inculpado echando mano a la intangible psiquis humana. En tales casos, la psiquiatría y la psicología forense se han apertrechado de otras ramas del conocimiento, y han hecho más incisivas las indagatorias clínicas. Al diagnóstico de histeria de cualquier tipo solo es posible llegar a través de decantación, de excluir otras muchas otras causas cuyo origen, aunque desconocido, es plausible.
A pesar de sus limitaciones de movimiento, a los diplomáticos norteamericanos les fascinan las playas, los mercados, y las iglesias cubanas. Nunca se les ve tensos, o lo simulan muy bien. Siempre sonríen, al menos en público. Y les gusta hablar español, sin acento. De comprobarse que un pelotón de diplomáticos gringos, algunos probados y duros oficiales de inteligencia, y varios funcionarios canadienses y sus familiares sufrieron un probable "síndrome de histeria sónica de La Habana", por espacio de casi un año, y en lugares diferentes, estaríamos ante un caso de publicación originalísima por el American Journal of Psychiatry . No se tiene conocimiento hasta la fecha de un episodio colectivo con esas características, ni siquiera en los tiempos del gran Charcot .
"Histeria colectiva" podría llamársele a un hecho pintoresco sucedido precisamente allí, en la antigua Oficina de Interés en La Habana hace algunos años. No sabe este articulista si la historia es cierta, pero cuentan que un creyente de la santería regó cascarilla en las escaleras, a la entrada de la Oficina, antes de su entrevista para la visa de visitante. Eran los tiempos después del 9-11, y las cartas al Congreso con supuestos polvos de ántrax. Cuando los funcionarios vieron aquel reguero de polvos, cerraron puertas y ventanillas y suspendieron las entrevistas hasta que un equipo entrenado verificara la letalidad de los polvos. Nadie, entonces, se quejó de síntoma alguno. Pero tardaron en regresar a sus puestos. Tal vez mucho menos que lo que demorarán ahora.
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