sábado, 11 de mayo de 2024

El Estado totalitario y la nación fallida: Cuba.

Por Alberto Méndez Castelló.

Miguel Díaz-Canel, Raúl Castro y Esteban Lazo.

“Frágil”, “impresionable”, “grandilocuente”, “teatral”, es genéticamente la nación cubana, y esas características personales del individuo que aunados todos en un territorio y bajo un mismo gobierno forman una nación, son, precisamente, las “debilidades” de las que se ha valido el régimen totalitario castrocomunista para hundir a los cubanos en la más absoluta sumisión.

El Estado totalitario domina a la persona rebelde o a un grupo de personas sublevadas mediante el empleo de soldados, policías, chivatos, fiscales, jueces, la cárcel o los pelotones de fusilamiento. Pero no es posible someter a una nación toda, ni aun a aquella compuesta por masas lastradas por taras genéticas o “haitianizadas”, sólo utilizando procedimientos de castigo.

Entrecomillé un grupo de palabras al inicio porque, científicamente, está demostrado que una persona lleva consigo rasgos biológicos de sus ancestros que no son modificables. Pero también está comprobado irrefutablemente que toda persona debidamente instruida, es capaz de identificar, atenuar y hasta erradicar rasgos de carácter sobrevenidos por genes que constituyen desventajas personales. O dicho de otro modo: No sólo soy hijo carnal de mi madre y de mi padre, sino que también soy hijo de la educación que ellos me dieron y del hombre que yo hice de mí.

Es así como la educación, y no sólo la instrucción de la escuela sino también y de forma principalísima la enseñanza de la familia, contribuyen y son determinantes en la conformación de las naciones, y es por esa razón que el Estado totalitario comunista, tan pronto como llega al poder e, incluso, durante la lucha por el poder político, primero que todo subvierte a las familias y se hace con el control de la educación, estatizando desde la enseñanza primaria hasta la universitaria, y de forma muy particular, la enseñanza de la historia. Y ese es nuestro caso. Veamos sólo estos pocos ejemplos.

Estatizar la historia.

Prolijo en sucesos históricos relevantes resulta mayo para Cuba; esto, en el supuesto caso de existir memoria histórica, entiéndase, presencia patria genuina y no palabrera en nosotros, los cubanos, descendientes de un ajiaco de razas, cocinado, y no precisamente a fuego lento, en las llamaradas lujuriosas de españoles aventureros, esclavos africanos supersticiosos y culíes chinos dados al opio.

Por sus resultados nefastos en la construcción de la nación y de la nacionalidad, destacan entre esos sucesos históricos la muerte del mayor general Ignacio Agramonte y Loynaz -entre nosotros síntesis de la nación, el Estado y el derecho- ocurrida en el potrero Jimaguayú, el 11 de mayo de 1873, y, la de José Martí, como diría Jorge Mañach, “el apóstol”, también muerto en combate en el quinto mes del año, pero 22 años después de la caída de Agramonte, el 19 de mayo de 1895, en Dos Ríos.

Epílogo enaltecedor para esas dos muertes trágicas, las de Agramonte y Martí, como así mismo infaustas resultan las muertes en los campos de batalla, en las prisiones o en el destierro de cientos de cubanos que dieron sus vidas y su libertad por la libertad de su patria, parecía que iba a suceder, ¡por fin!, la conclusión del coloniaje cuando la República de Cuba, con su Constitución y su presidente democráticamente electo, se erguía independiente el 20 de mayo de 1902, pronto hará 122 años.

Los años perdidos

Pero estos han sido, salvo escasos momentos de decoro, 122 años perdidos, los años de una nación fallida; y por sólo citar un ejemplo de cuán pernicioso puede resultar para una nación un suceso político transgresor, obsérvese que la puerta de entrada para el régimen totalitario castrocomunista que ya se prolonga por más de 65 años, fue el golpe de Estado del 10 de marzo de 1953.

Hoy, con tanta hambre en las plebes, con tantas miserias económicas y miserias cívicas en el pueblo cubano todo, dentro y fuera de Cuba, porque hay muchos con poco o con mucho dinero que son menesterosos morales, políticos y ciudadanos, es útil preguntarnos:

¿Cómo es posible que un pueblo contraiga un maridaje exultante, sí, alegre, aplaudidor, con una dictadura totalitaria, comunista, militar, de clan familiar, peor que las dictaduras que antes tuvimos en Cuba, si fuera posible decir que una dictadura es peor que otra…?

¿Cómo es posible que un pueblo sea tan fallido, tan bochornosamente consentidor, un pueblo cuyos ancestros se enfrentaron 30 años al colonialismo español para lograr la independencia, y luego, entre 1902 y 1965, durante décadas de gobiernos republicanos o dictaduras, fue un pueblo plantado en luchas cívicas o abiertamente armadas para recuperar la constitucionalidad quebrantada…?

Esas dos interrogantes sólo tienen una respuesta dolorosamente cierta: Cuba falló. Sí, fracasó. El Estado totalitario castrocomunista es resultado de la nación fallida: Cuba.

Share:

jueves, 2 de mayo de 2024

El 88% de los cubanos vive en la pobreza.

Por Iván García.

Cada vez que el dólar sube un peso, Julián, 79 años, tabaquero jubilado, es aún más pobre. Y en los últimos cuatro meses el billete verde estadounidense pasó de cotizarse en 255 pesos a 360 el 20 de abril, destrozando el escaso poder adquisitivo de la moneda local.

Sentado en un parque en la barriada de La Víbora, a veinte minutos en auto del centro de La Habana, Julián cuenta un puñado de pesos que le pagó el dueño de un bodegón privado por limpiar el salón de ventas.

La primavera está en su esplendor. Los framboyanes desprenden flores anaranjadas y amarillas que forman una alfombra en la acera. Las mariposas revolotean entre los árboles y se escucha el canto de los pájaros. Pero Julián no tiene tiempo para contemplar el placentero paisaje.

Se guarda el dinero en el bolsillo trasero de su zurcido pantalón y se dirige al hostal Voya Boutique Hotel, ubicado en la calle Juan Delgado número 255 entre Santa Catalina y Milagros, Santos Suárez, a ver si necesitan botar la basura u otra faena.

El dueño del hostal, promocionado por Expedia, empresa de viajes y tecnología de Estados Unidos, es el hijo del primer ministro Manuel Marrero, que al igual que otros parientes de la burguesía castrista predican justicia social e igualdad, pero viven como auténticos potentados.

En el hotel, una antigua casona de principios del siglo XX renovada al detalle y pintada de color salmón con ribetes blancos, una cerveza cuesta el equivalente a tres dólares y un almuerzo con mariscos y vino a la carta ronda los 130 dólares.

Esa mañana Julián no tuvo suerte. Ya habían botado la basura. Tampoco pudo conseguir latas vacías de refresco o cerveza ni botellas plásticas de agua mineral que puede vender como materia prima. Próximo a cumplir los 80, el ex tabaquero es un todoterreno. Limpia donde haga falta, recoge desechos y hace arreglos de plomería, entre otras labores que le permiten ganar unos pesos extras.

“Me jubilé hace doce años, cuando ‘éramos ricos’ y no lo sabíamos. Podías comprar pan y comer arroz, frijoles y huevos era normal. Hubo un tiempo que me tomaba dos o tres cervecitas los fines de semana y comía en una paladar con mi difunta esposa. Ahora lo que estamos pasando es tremendo. Es difícil describir tanta miseria. Los cubanos están pasando muchísimo trabajo para comer y mantener a su familia. Los viejos son los que peor estamos. No hay medicinas ni guaguas, falta el agua y volvieron los apagones. Nunca pensé que tomar café o comer pan con aceite y ajo fuera un lujo. En cualquier momento nos cobran por respirar. Sin informárselo al pueblo, se ha pasado del socialismo al capitalismo salvaje de Raúl Castro y su mayoral Díaz-Canel”, dice Julián.

En su opinión, en estos últimos cinco años Cuba ha empeorado terriblemente. «Ha aumentado la violencia en las calles y también los abusos a las personas desamparadas y de la tercera edad. Es alarmante la falta de educación, la vulgaridad y el despotismo. La gente adinerada te mira por encima del hombro, a veces con asco. Ha surgido una nueva clase, amamantada por el gobierno, tipos mediocres, incultos, cínicos, egoístas y sin valores humanos. Ya casi nadie sonríe ni te da los buenos días. Los jóvenes y todos los que pueden están emigrando. Y a los viejos y pobres que nos quedamos en la isla, que nos parta un rayo”, concluye el jubilado.

En la sociedad cubana cohabita una miseria de corte africana con el glamour al estilo de Miami. Llamémosle Miguel, teniente coronel retirado, que tras licenciarse del ejército tuvo varias opciones de empleo en el sector civil.

“Me propusieron trabajar como jefe de almacén en un hotel en Cayo Coco, chofer en una firma extranjera o directivo en la refinería Ñico López. La pensión de un oficial de las FAR o el MININT es considerablemente superior a un jubilado civil. Tengo una chequera de 15 mil pesos mensuales y no me alcanza. En la vida militar también existen clases. Un oficial, de teniente coronel para arriba, suele tener auto propio y un apartamento amueblado y con internet. Si es de la Seguridad del Estado tiene más privilegios. El resto de los oficiales de menor graduación, salvo excepciones, pasan bastante trabajo. Aunque en las unidades se consigue comida y puedes pasar las vacaciones en una villa militar.

«Si tienes buenas relaciones te puedes enchufar en una MIPYME, que es lo que está de moda. Ya ser dueño de un negocio es otra cosa. Debes tener un baro largo o ser pariente de un peso pesado. En Cuba tienen mucho dinero aquéllos que GAESA autoriza. El resto son subordinados y testaferros. Si te haces el cabrón, como Alejandro Gil, e intentas ganar dinero por la izquierda o robarles, te pasan la cuenta. Cuba funciona como un clan. Si no sigues las reglas de juego, explotas. Ni siquiera Díaz-Canel y Marrero tienen barra libre. El dinero de verdad lo controlan cinco o seis familias. Y ya sabes a quienes me refiero”, afirma Miguel.

Mientras el 60 por ciento de las viviendas en la Isla están en mal o regular estado técnico, abundan los salideros de agua y en zonas del municipio Arroyo Naranjo hace más de un mes que no recogen la basura, ha surgido una clase, exclusiva y adinerada, que vive al margen de la ley y no rinde cuentas de sus finanzas.

Muchos ciudadanos se preguntan de dónde salió el dinero para que el hijo de Manuel Marrero o la nieta de Raúl Castro puedan establecer exitosos negocios particulares. “Los negocios de quienes tienen apellido Castro o son familiares de un mayimbe son diferentes. No piden permiso para importar lo que necesiten. Nadie les fiscaliza sus ganancias y gozan de prerrogativas que no tiene el resto de los emprendedores privados. Cuando Eusebio Leal vivía y era el dueño de Habaguanex, en una ocasión fui a inspeccionar un almacén en La Habana Vieja y no había controles de la entrada y salida de mercancías. Un hombre de confianza de Leal lo apuntaba en un cuaderno y punto. Podía regalarte un televisor y no pasaba nada. A GAESA y los negocios de los hombres fuertes de Cuba nadie los inspecciona. No hay ninguna transparencia”, asegura un ex inspector de controlaría.

Mientras miles de cubanos suelen estar tres horas esperando un ómnibus del transporte público y los propietarios de vehículos residentes fuera de La Habana solo pueden comprar, cuando hay, 20 litros de gasolina al mes y sufren apagones de hasta 15 horas diarias, por las calles de la capital circulan automóviles Chevrolet o Tesla y camionetas Ford importados de Estados Unidos.

Mientras ancianos como Julián desandan la ciudad para buscarse un puñado de pesos, esposas, hijos y nietos de la nomenclatura pagan 100 dólares para ir a gimnasios climatizados y bien equipados y comen en restaurantes privados como La Guarida, donde una cena supera los 200 dólares. Viven en mansiones confiscadas a la otrora burguesía nacional y pueden pagar 500 o mil dólares por una botella de whisky o champán. Hablan en nombre del socialismo y de la explotación del hombre por hombre, pero tienen empleados domésticos, chefs de cocina, peluqueros de perros y funcionarios expertos en protección personal.

Ese grupo minoritario posee el 70 por ciento de los dólares que entra al país. No les basta. Y están intentando diseñar nuevos esquemas para controlar las divisas, captar más remesas y seguir lucrando con el hambre y las necesidades de los cubanos.

Hace tiempo que Cuba es una piñata. GAESA, a pesar de la feroz crisis económica, ha invertido más de 20 mil millones de dólares en los últimos quince años en el sector turístico, a pesar que la ocupación habitacional no supera el 25 por ciento. Cada año el Estado les otorga más del 30 por ciento del presupuesto nacional a la construcción de hoteles, 16 veces más que a educación, salud pública y agricultura. La élite verde olivo hace lo que le da la gana. Se consideran los dueños de la nación.

Share:

miércoles, 1 de mayo de 2024

Sin pan, pero con circo.

Por José Angel Pérez.

Un circo en la Ciudad Deportiva, en La Habana.

El pan se ha perdido, incluso ese ejemplar pequeñito y tosco que es parte de la “canasta básica” y de la historia más reciente de la nación cubana. Lo mismo sucede con la leche, esa que tan esencial resulta para el desarrollo de los infantes. La leche que provee el calcio, la leche que es básica para el crecimiento y la fortaleza de los huesos de los infantes está perdida. La leche se ha vuelto una de nuestras más grandes utopías.

La leche, esa que aporta un gran número de vitaminas y minerales está desaparecida en todo el archipiélago cubano, y quizá por eso se ha convertido en unas de las más grandes pesadillas de los padres y también una de las mayores añoranzas de padres y niños cubanos de la historia más reciente.

La leche podría ser algo así como el centro de todas nuestras añoranzas, la más grande “utopía” de Tomás Moro si es que reconociera la existencia del país, y más si tuviera hijos en Cuba; y en orden consecutivo podrían aparecer otras muchas añoranzas, entre ellas el pan, los huevos para la leve tortillita que iría a parar a ese espacio entre las dos minúsculas tapitas del pan.

La leche en Cuba es una utopía, tan utopía como la de Tomás Moro, pero también es utopía el plato de moros y cristianos que de seguro no conoció Tomás. Y es que nuestra vida se ha llenado de imaginaciones. Utopía es la ilusión de ser feliz con una mesa bien servida, una mesa rebosante de exquisiteces y ambrosías que no van mucho más allá del huevito frito.

Nuestra utopía es mucho más leve que la de Tomás, es más discreta. Nuestra utopía, nuestros sueños, son irrisorios, casi grotescos. Nuestra utopía es el pan untado con mantequilla, es el pan untado con aceite o el pan untado con pan. Nuestras utopías son delirios, son desequilibrios, inadaptaciones a la realidad, como suele suceder en casi todas las utopías, lo mismo en la de Tomás Moro que en la de los comunistas cubanos.

La utopía no es un circo, la utopía no es esa una carpa de circo que podría ser semejante a un pirulí. La utopía no es un caramelo, la utopía no es esa lona levantada sobre columnas de aluminio que un viento leve podría deshacer y hacer volar por los cielos. La utopía es alucinación, y los niños precisan algo más que alucinaciones. Los niños necesitan concreciones que el Gobierno sustituye con un poco de pan y mucho de circo.

El circo ese que han armado en los terrenos de la Ciudad Deportiva, en El Cerro, es la felicidad de muchos niños, y hasta de los mayores, sobre todo cuando dejaron resueltas las más urgentes necesidades de la casa, pero para otros es recordar, es sufrir, es constatar los malabares que hacemos los cubanos en la casa. Esos malabares que visibilizamos en todas las horas que el día tiene. Un circo y una venta de rositas y confituras alrededor de la carpa no es, de ningún modo, la felicidad.

Nuestra utopía, incluida la de los niños, no es una carpa de circo y una venduta de rositas de maíz y caramelos. Nuestra mayor utopía de hoy es el plato de arroz con una breve cubierta de frijoles. La felicidad no puede conseguirse jamás bajo una carpa de circo, bajo ese mundo de “voluntades y representaciones”.

Nuestras utopías no son, ni de lejos, la venta de chocolates y rositas de maíz bajo la carpa de ese circo. El circo no es la felicidad, el circo ya lo tenemos en la casa y está repleto de malabares y malabaristas, que así decía mi madre. El circo no es la felicidad real. El circo no sustituye a la felicidad real ni a la vida.

Cuba es una gran carpa de circo en la que los domadores resultan ser muy crueles, mientras el resto de los cirqueros da pena. El circo, la carpa, no es la felicidad, y eso lo reconocemos muy bien los cubanos que vivimos bajo una gran carpa de circo. Los artistas de ese circo de averiada carpa bajo la que vivimos desde hace más de 60 años, no comulgamos con esos malabares, porque malabaristas somos en cada uno de los días, porque nuestras vidas son, por voluntad de otros, la vida de un triste circo. 

El circo no será, bajo ninguna circunstancia, un sustituto de la felicidad real. Los cubanos hemos vivido desde hace más de 60 años bajo una carpa repleta de animales dóciles que sucumben a las ansias de depredadores vestidos de verde olivo, que traban de una dentellada a los animales más dóciles. Una carpa de circo en la Ciudad Deportiva de la capital no hará otra cosa que ponernos frente a nuestras limitaciones, frente a nuestras realidades. El circo es una metáfora de nuestras vidas.

Una carpa hace que nos miremos como los suplentes de esos animales que traspasan, para sobrevivir, el arco de fuego, y también el león dócil que se pliega al látigo, a la fuerza del látigo que golpea y hace reclamos de obediencia. El circo es un espacio de dictados funestos, de reclamos de obediencia. El circo es algo de pan para callar a las multitudes.

El circo, al menos en Cuba, al menos en esos terrenos de la Ciudad Deportiva, es una muestra del mundo como “voluntad y representación”. El circo propicia la visibilidad de los animales dóciles, de esos que resultaron ser domados tras una vida en libertad y rebeldía. El circo es una metáfora de Cuba, y a los domadores póngales usted el nombre, y, si le parece bien, sus facciones, la cara toda.

Share: