Por Tania Díaz Castro.
Son muchos los disparates por recordar en más de 60 años de Revolución, pero la historia de los túneles que Fidel y Raúl Castro comenzaron a construir en los años 90, es el colmo de la insensatez. Pudiéramos perdonarles algunos de sus muchos arrebatos, pero ¿cómo explicar la razón de los túneles en pleno Período Especial? Esas obras provocaron daños a paredes, pisos y techos de modernos apartamentos del Vedado y de edificios de varios pisos, que hoy siguen sin reparar después de más de 30 años transcurridos.
Miles de cubanos fueron prácticamente obligados a construir refugios para que Cuba se enfrentara a una guerra contra Estados Unidos, un conflicto armado que solo estaba en la mente de los dos dictadores cubanos.
El proyecto comenzó como todos los otros de Castro: el “Comandante en Jefe” aseguró que el Imperialismo desataría una guerra inminente con el fin de destruir “el último bastión del socialismo mundial”. Las obras se llevaron a cabo con la colaboración de las Fuerzas Armadas, dirigidas por su hermano Raúl.
Lo que queda hoy de aquellos túneles son extrañas madrigueras bajo tierra, con aguas putrefactas y desperdicios de todo tipo, lo que ha ocasionado accidentes hasta el día de hoy.
La hija de una amiga tiene marcas en su piel desde una tarde en que cayó en uno de aquellos túneles. Tampoco se me olvida que una señora que vivía frente al parque infantil Jalisco Park, del Vedado, no pudo permutar porque sus paredes, techos y pisos se rajaron durante la construcción de los túneles.
Hoy nos preguntamos todavía por qué se hizo aquel proyecto. ¿Cómo instrumento de manipulación política, porque Fidel y Raúl presentían la caída de la URSS, o como instrumento social para distraer a los cubanos de la falta de comida?
Tras paralizar el programa de viviendas y la actividad constructiva en general, para aquel proyecto se usaron más de 230 000 metros cúbicos de hormigón, más toda la producción de dos años y medio de cabillas de La Antillana de Acero. Además se invirtieron no menos de 850 toneladas de las reservas de combustible del ejército castrista.
Según expresó un periodista europeo, “como si Cuba se tratara de un queso gruyere, la Isla se llenó de túneles, que bien podrían ser una vía de escape para los líderes, en vez de refugio para la población”.
Lo cierto es que, en el peor momento de la maltrecha economía cubana, el régimen derrochó recursos para una construcción de varios kilómetros de largo, que resultó inútil después.
Cuando ya se habían excavado cerca de 600 kilómetros debajo de La Habana, Fidel paró las obras de sopetón y sin explicación alguna para reclamar al niño Elián González de “las garras del Imperialismo”.
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