Por Javier Prada.
En la era Castro-Canel, que dentro de unos meses cumplirá su octavo aniversario, cada diciembre ha culminado -pese a las alertas del sentido común y de la realidad- con promesas gubernamentales de mejoría para el año entrante, y cada diciembre un grupo decreciente de cubanos ha creído tal disparate. Este final de 2025 ha querido romper la tradición. Los titulares enajenados y enajenantes mantienen su línea habitual: esto es más Revolución, hay que seguir resistiendo y destrabando, la dolarización es socialismo con las características de nuestro contexto, y otras perlas por el estilo.
En los medios estatales de comunicación la vida sigue igual, sin embargo, Raúl Castro ordenó posponer el Congreso del Partido, una decisión que tiene precedentes, pero esta vez coincide con la incautación de un buque petrolero que transportaba dos millones de barriles de crudo destinados a La Habana, aunque un artículo del New York Times reveló que solo 50 mil llegarían a puerto; el resto sería vendido a compradores asiáticos. El esquema de contrabando que insuflaba oxígeno a la dictadura cubana ha quedado expuesto y Estados Unidos acaba de imponer un bloqueo naval a Venezuela. Para 2026 las cosas pintan muy feas, aunque Nicolás Maduro –que está muy ebrio, o muy loco- vocifere que va a rescatar el sistema electroenergético de la isla mediante un plan faraónico sufragado con el dinero del ALBA-TCP; es decir, dinero de Venezuela que debería ser utilizado en beneficio del pueblo venezolano.
Miguel Díaz-Canel no se hace ilusiones. En el XI Pleno del Comité Central del Partido advirtió que “nadie debe esperar soluciones rápidas, ni fáciles”. Por el tono en que lo dijo, el mismo que usó contra una damnificada del huracán Melissa que se quedó sin colchón tras el paso del meteoro, se puede inferir que las soluciones no llegarán ni rápidas, ni demoradas, ni fáciles, ni complicadas. No las habrá en 2026 como no las ha habido desde su llegada al poder, un lapso durante el cual todos los indicadores de bienestar social no han hecho otra cosa que disminuir aceleradamente.
En un discurso desarmonizado, a ratos histérico, Díaz-Canel admitió que el PIB decreció en más de un 4% y que medio país está paralizado, pero que “cada día de Revolución es una victoria”. Lejos de transmitir confianza, lució tenso, enojado y hasta agresivo, como si estuviese regañando a esa audiencia que lo mismo no acude a los trabajos voluntarios convocados por él, que se queda dormida bajo el efecto de las peroratas ideológicas y aplaude con desmayo cuando él termina su retahíla de consignas.
Mientras afirman, que el país está casi en paro por culpa del “bloqueo”, la industria ganadera tiene más directivos que cabezas de ganado, todos tan gordos que no caben en el encuadre de las cámaras de la televisión, donde reconocieron públicamente su incapacidad con el aplomo de quienes saben que no cumplir los objetivos proyectados no necesariamente conlleva a la pérdida del cargo en un país donde incumple todo el mundo.
Son miles los funcionarios que reciben salarios elevados, alimentos, combustible y cuanto el estado facilita a cambio de sostener sus mentiras, de informarle al pueblo que este año no se pudo y el que viene será todavía más desafiante. Lo dicen con la misma indolencia que mostró Díaz-Canel cuando se refirió al PIB, o el ministro de Economía al asegurar (y esto no debe olvidarse) que las nuevas medidas que extenderán la dolarización y profundizarán la pobreza de los cubanos, son el resultado de “un trabajo de muchos meses”.
Joaquín Alonso Vázquez reúne todas las condiciones para ser el próximo chivo expiatorio de un régimen que, habiendo devorado a los ejecutivos mediocres, pero con cierta habilidad para el cantinfleo, tuvo que echar mano al que ni siquiera puede explicarse a sí mismo cuál es su función en la cima de un ministerio que huele a campo minado. El sustituto de Alejandro Gil tampoco puede disimular el nerviosismo cuando emite sus “aclaraciones”. Sabe que lo que hace está mal, pero tiene que hacerlo porque le llegó la hora de inmolarse por el partido, aunque el partido esté forjando una cadena perpetua con su nombre.
El pueblo cubano no necesita aclaraciones. El tin marín con las termoeléctricas no da ni para mantener a La Habana con corriente la mitad del día, en el mes más festivo del año. Cerrar diciembre de esta manera tan miserable y triste vuelve superfluas las palabras. El régimen no tiene meta más urgente que intentar sobrevivir a los tres años que le restan a Donald Trump en la Casa Blanca. Nosotros también nos hemos propuesto sobrevivir, pero dentro de un ciclo interminable de desgaste, cada vez más excluidos en nuestro país, donde, ahora sí, van a construir el socialismo… en dólares. El peso cubano puede esperar.