Por Iliana Curra.
Siempre que escucho hablar de un cambio en Cuba, oigo la siguiente frase: sin violencia … Y es cuando me pregunto si necesariamente hace falta que un cambio sea así: sin violencia. Cuando realmente esa violencia ha sido impuesta por la dictadura de casi ya 51 años. Más de medio siglo implantando el terrorismo de estado: el fusilamiento, las torturas físicas y psicológicas, el odio, la división y el miedo. En fin, una violencia sin límites que acarrea al pánico, la desolación y la desconfianza a niveles impredecibles.
Cuba, nuestra isla secuestrada por más de medio siglo, es un ejemplo de la violencia, la represión, el temor a lo que vendría, y es por eso que la gente siempre quiere un cambio sin violencia.
Esa patria golpeada por tanto tiempo tiene miedo a la continuidad del abuso, pero a la vez su gente resiste el hambre, la escasez, el despotismo, la opresión y la tiranía, con tal de no caer en la violencia. Pero, ¿cuál violencia?
Desde el mismo año en que Cuba cayó en la desgracia del castrismo, ha habido violencia, nunca se ha hecho nada que no sea al paso del repudio, los golpes, las bajezas humanas, la destrucción y ese miedo que se lleva en la sangre, todo por esa misma violencia de un régimen abusivo.
¿Por qué entonces tiene que acabar sin violencia? Sería lo perfecto, pero ya sabemos que la perfección no existe. No podemos evitar un final con matices impulsivos, impetuosos…violentos. La violencia engendra violencia, todo el mundo lo sabe, y Cuba no es la excepción después de tanto tiempo viviendo en plena violencia, ya sea físicamente o emocional. Los niños en las escuelas gritan consignas comunistas obligados por la violencia enardecida de una tiranía que la impone. De lo contrario, serían castigados ellos y sus padres también.
Los Testigos de Jehová por años han sido maltratados por no saludar la bandera y negarse al servicio militar obligatorio (o general) como se llama ahora. Los católicos y los que no han creído en esa cosa que llaman revolución han sido rechazados, encarcelados en campos de concentración como la UMAP y maltratados con violencia y ensañamiento. Nada ha sido positivo para un régimen totalitario que exige por la fuerza, así que nada puede pedirse para que se termine.
Entonces, ¿por qué sentirnos mal porque el sistema castrista se termine por la violencia? ¿Cuál es el miedo a la culminación de un régimen por esa vía? ¿Por qué sentirnos culpables?
No se puede sentir, ni miedo, ni culpa por ello. Preocupación es lo que debemos tener todos porque la violencia intranquiliza, nos hace sentir desasosiego, pero no culpa. La única culpa es de esa dictadura que reprime sin cesar, encarcela, fusila, golpea a los presos políticos, a los opositores, al pueblo en general
No, claro que no siento culpa por un final desastroso. Muchos dialogueros han intentado infructuosamente conversar con la tiranía. Eso es como hablar con sordos. Ya nada tiene que hacerse con un régimen que no escucha, pero sigue hundiendo al pueblo en la miseria más espeluznante y apocalíptica de la historia. Nunca Cuba había vivido peores años, decenas de años continuos en una farsa de revolución donde se violan todos los derechos humanos del pueblo.
Es por eso que lo que venga, como sea, llevará a la libertad de Cuba, incluyendo la violencia si fuera necesaria. No he escuchado jamás a un comunista criticar el fusilamiento de Benito Mussollini, el fundador del Fascismo, y su amante, Clara Petacci, y que luego los hayan colgado por los pies para que sirvieran de ejemplo al mundo. ¿Saben por qué? Porque esa era su violencia, la de los comunistas.
En Cuba tiene que acabar esa dictadura militar que ha robado la infancia de todos los niños nacidos dentro de ese régimen, los que aún eran niños cuando llegaron al poder, y luego les robaron su juventud y su madurez para dejarlos en la miseria humana más espantosa que se haya visto, en el desaliento, la frustración, en la falta de incentivo para seguir viviendo. Eso no se paga con nada, sólo con la libertad.
Como dijera alguien en un momento: “Es preferible un final espantoso que un espanto sin fin”. La historia dirá la última palabra. Al menos, es mi opinión.
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