Por Luis Cino.
Según Bob Dylan en su canción "The day of the locust" (El día de la langosta), del disco de 1970 New Morning, cuando recibió el título de doctor honoris causa en la universidad de Princeton sintió que una plaga de langostas que cantaban en la distancia estaban cantando por él.
Dylan se sentía confundido. Estaba harto de que lo consideraran la voz y la conciencia de su generación; quería dedicar más tiempo a su familia y hacer rock como se le antojara, pero a la vez sentía que aceptar aquel doctorado era deponer su rebeldía, claudicar ante el establishment y aceptar que lo asimilara.
El pasado 2 de junio, cuando recibió el título de doctor honoris causa que le otorgó la Universidad de La Habana, en una ceremonia a la que asistió el gobernante cubano Miguel Díaz-Canel, el cantautor cubano Silvio Rodríguez no oyó el canto de las langostas.
En Cuba tenemos muchas plagas -de cucarachas, chinches, piojos, santanillas, etc.-, pero no hay ese insecto que arrasa con las cosechas. Aquí las langostas que hay son los exquisitos crustáceos marinos reservados exclusivamente para la elite del régimen con la que Silvio se codea, los turistas extranjeros y unos pocos adinerados.
Pero más que por la inexistencia del insecto en nuestro territorio, Silvio no oyó cantar a las langostas, esas que acechan en nuestra conciencia, porque habiendo sido la voz de su generación, hace muchos años que arrió su pabellón de rebelde y no solo se dejó engullir por el régimen sino que aceptó convertirse en su cantor oficial y su embajador ante el mundo de habla hispana.
A diferencia del libérrimo Bob Dylan, a quien admira más de lo que suele admitir -dice que Dylan lo influyó “solo un poco”, allá por 1969-, Silvio Rodríguez, que vive bajo una dictadura y ha hecho carrera en ella y conseguido privilegios como recompensa, no es libre de expresar los retorcimientos de su conciencia, sus dudas y remordimientos. Cuando intentó hacerlo, en sus inicios como cantautor, los mandamases y sus comisarios lo sacaron de la radio y la televisión y fue a parar a un barco pesquero, el Playa Girón, adonde lo enviaron a trabajar para que purgara sus problemas ideológicos. Y aun así, tuvo Silvio la cara dura, al recibir el doctorado, de congratularse por haber vivido en “una revolución que permitía la diversidad de pensamiento”.
No en vano se jacta Silvio de ser un necio y asegura que se muere como vivió. Tan es así, que se deja manejar una vez más por el régimen, esta vez para que lo utilice como la mejor y más potente arma de que dispone para “la guerra cultural” que asegura le hace el enemigo.
Si no dispusieran a su antojo de Silvio Rodríguez, ¿qué artista de pegada pudiera utilizar el régimen? ¿Raúl Torres, Buena Fe, Arnaldo y su Talismán, Cándido Fabré?
Tampoco escucha Silvio Rodríguez cantar a las langostas porque el doctorado honoris causa le quede grande. Bien en Humanidades porque Silvio, más que cantante, es un poeta (política aparte, pésele a quien le pese). Pero, ¿también en Ciencias Sociales?
Quisieran los mandamases y los comisarios de la cultura oficial anotarse un grandísimo tanto con que le concedieran el Premio Nobel de Literatura a Silvio, como mismo se lo dieron a Bob Dylan. Pero a otros cantautores con mayores méritos que Silvio, tan poetas como él o mucho más, como Leonard Cohen o Joan Manuel Serrat, no le han dado el Nobel, así que, por mucho que se activen en Europa los grupos de solidaridad con el castrismo y movilicen sus comisiones de embullo, es muy difícil que se lo otorguen al autor de Unicornio azul y La era está pariendo un corazón. Ojalá no le dé al castrismo por montar una perreta, tildar de fascista a la Academia Sueca y acusarla de haberse plegado a “la guerra cultural de los odiadores contra los artistas revolucionarios”.
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