viernes, 7 de febrero de 2025

El mundo feliz de la cancelación.

Por Cristina Losada.

Emilia Pérez, o Karla Sofía Gascón. 

Dos noticias y, sobre todo, el lapso temporal entre ellas, dan cuenta de la estupidez reinante. El 23 de enero, los medios celebraban con vivas la nominación de Karla Sofía Gascón a los Oscar, dada su condición de trans. Hacia el 3 de febrero, los mismos medios que habían festejado que se consagrara lo trans en Hollywood, estaban arrojando a Gascón a las tinieblas exteriores por unos tuits que transgreden la censura imperante. La ovación al reconocimiento de lo trans, artificiosamente amplificada -cumplir con lo que ordena la corrección política excita el servilismo y se aplaude más ruidosamente- dio paso, en nada de tiempo, a la condena y al repudio de quien encarnaba el supuesto gran avance que se había ovacionado. La turba cambió el aplauso por el abucheo y lo hizo sin despeinarse. Como si antes de ponerse a abuchear no hubiera aplaudido hasta despellejarse las manos.

La internacional censora no hace excepciones. Una de las lecciones del episodio es que no te libra de sus garras ni la condición de trans, que es ahora mismo la más homenajeada y agasajada por el rebaño. El rebaño es dócil y no se hace preguntas. Nunca. Preguntas como la de que cómo es que un día estoy diciendo que Gascón es un faro que ilumina el nuevo mundo feliz que estamos haciendo entre todos, todas y todes, y al otro día estoy gritando como un descosido que Gascón peca de islamofobia, de racismo o de nazismo (del equipo de Elon Musk, seguro). La mente del rebaño se ha cerrado mucho y, como en cualquier grupo sectario, no deja que sus creencias se tambaleen. Si creía que un trans, por el hecho de serlo, es uno de los "buenos", uno más del rebaño, provisto de todas las actitudes que hay que tener, seguirá creyendo esa tontería, pese al descubrimiento de que Gascón era de los "malos". Dóciles e impermeables. Pero no dan pena. Es repulsiva la ciega crueldad con la que matan a quien adoraban.

Apenas se puede hablar de cine en los tiempos de la corrección, aunque no sólo por su causa, pero lo que queda, esa industria, es un campo minado que sólo se puede sortear siendo el siervo más siervo de "las pequeñas y malolientes ortodoxias" (Orwell) que exhiben los buenos y adecuados sentimientos. Un paso en falso y vas al infierno. No importa que seas buen actor, es lo de menos. Y en España, los siervos son más serviles. Como malos imitadores, caen en la sobreactuación. Así que a Gascón ya no lo quieren ver ni en los Goya. Sus "compañeros" no le dirigen la palabra. La editorial que le iba a publicar un libro cancela la publicación. Y Pedro Sánchez, que iba a recibirla, le hará la cobra. Siervos y cobardes. Es una suerte no tener nada que ver con gente así. Pero la "cultura de la cancelación" extiende su manto estupidizante más allá de las ciudadelas conquistadas. Cancela el pensamiento, cierra las mentes, proscribe la crítica y sabotea la inteligencia. En el mundo feliz de la cancelación, lo mejor es ser entrañablemente tonto y jubilosamente servil.

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