Por Raúl Rivero.
Cuerpos divinos (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores), el nuevo libro de Guillermo Cabrera Infante que comenzó a circular esta semana en España, es la historia puntual de un fracaso. La reseña del paso de un ciclón escrita por un hombre descalzo y sin camisa en la ruta del viento. Y el retrato de la decepción del proceso político cubano de 1959, hecho a mano, por un novelista que inventó un lenguaje para contar las cosas y que tomó notas de la vida como un reportero que cubría siempre su primera noticia.
Cabrera Infante (Gíbara, 1929-Londres, 2005) decía de este libro de 600 páginas que quiso escribir una novela y le salió una biografía velada. Muchos lectores, ya en la disposición de un probable debate sobre los géneros, podrán ver también un reportaje monumental que el autor de Tres tristes tigres comenzó a escribir en 1962 y vino a finalizar casi unas horas antes de su muerte.
Cuerpos divinos persiguió a Cabrera Infante. Se le deslizaba entre los apuntes de sus novelas, sus cuentos, sus ensayos, sus guiones de cine y sus piezas magistrales sobre la música y el humo.
Le permitía excursiones y le daba un chance para que redondeara su obra. Pero después de cada punto final -a veces antes-, le acechaba desde las hojas blancas de los cuadernos y desde el teclado de la máquina a la que el escritor le sacaba una rara melodía metálica con una mecanografía rudimentaria de dos dedos para todas las letras y el espaciador.
La actriz Miriam Gómez, viuda de Cabrera Infante (se casaron en 1961), ha dicho que este libro le dolía al escritor. «Luchaba para escribirlo. Yo le tenía miedo a Guillermo cuando lo escribía. Se desnudaba y sólo la luz de su lámpara lo calentaba. Me aterraba saber qué podía contar».
Y él lo contaba todo. Sus historias personales de romances y aventuras con muchachas en las matinés de los cines de la ciudad. Más tarde, sus ligues sofisticados, la conquista de La Habana con un carro deportivo de dos plazas y su firma de periodista de la revista semanal Carteles y la televisión. Una vida que comenzaba a medianoche en los clubes y los espectáculos de los grandes hoteles, en la bohemia junto a cantantes, fotógrafos, músicos y escritores bajo palabra que le permitían ver demasiado a menudo el amanecer en el trópico.
Cuerpos divinos contiene ese mundo que tiene sonido y color en algunas de sus páginas y, quizá, en la memoria asistida de unos pocos sobrevivientes. Pero la obra tiene un montaje paralelo. La vida privada del escritor y sus amigos entra en el escenario de la política cubana y Cabrera Infante -como testigo y protagonista- narra, desde adentro, los días finales del régimen de Fulgencio Batista, la entrada de Fidel Castro en La Habana y las enconadas batallas internas por el poder en los primeros meses.
El libro ofrece las claves de los sistemas adivinatorios que utilizó el autor de Cine o sardina para descubrir que los nuevos amos iban a hacer trucos hasta con la topografía. «Nacimos en un oasis», escribió, «y con un pase de mano nos encontramos en pleno desierto».
Cuerpos divinos pone en orden y repasa los episodios de un periodo confuso y peligroso que desembocó en una frustración general. Es la lectura de sucesos pasados que ayudan a entender el presente de Cuba y tiene gasolina todavía para lanzar unos fogonazos hacia el porvenir.
Todo eso, en la prosa de un Guillermo Cabrera Infante vigoroso y creativo, a toda velocidad página abajo con la potencia de su capacidad de invención, la agilidad del reportero y la hondura del escritor.
Hay momentos en los que Guillermo cuenta cosas duras y dolorosas de un país que ya no existe, en medio de una fiesta difícil por la que pasan, disfrazados de personas comunes, una reserva especial de coristas, intelectuales, militares, políticos, matonesas y suicidas.
Hablé por ultima vez con Cabrera Infante en la Nochebuena de 2004. Él y Miriam Gómez nos llamaron desde Londres a La Habana para saludarnos por el fin de año. No nos dio tiempo de seguir la conversación en Madrid donde debíamos vernos pronto.
Con este libro he sentido que retomo zonas de aquella llamada final. Muchos de los pasajes parecen narrados por el escritor en la barra de un bar o en uno de los bancos de la calle Paseo, en El Vedado, desde el que se puede ver el mar (o presentirlo) por encima de las hojas de los árboles.
Cuerpos divinos me da el privilegio de volver a ese parque cuando quiera o a la hora que necesite escucharlo otra vez.
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