miércoles, 20 de diciembre de 2017

El futuro da más miedo que el presente.

Por Iván García.

En Cuba el futuro da más miedo que el presenteEl lugar donde Anselmo y Yolanda preparan sus alimentos tiene las paredes agrietadas y el hollín cubre toda la estancia. Allí no ha llegado la modernidad. Cocinan con queroseno, madera o carbón vegetal.

Fijados a la pared, dos cazuelas de medianas proporciones tiznadas por el uso excesivo del fuego y empercudidas por la falta de detergente. Las cucarachas, de fiesta. Ahora mismo están en la sobra de comida del anterior. Cuando Anselmo, 73 años, las ve, sin las espanta con la mano.

“¿Tú sabes que las cucarachas son los únicos seres vivos que sobrevivirían a una guerra nuclear?”, dice por respuesta. Y luego de una explicación donde mezcla fábula con informaciones leídas en el periódico Granma, se atusa la barba canosa y sucia, se pone serio y contesta mi pregunta:

“¿Cuál es mi proyecto de futuro? Recopilar mayor cantidad de materias primas o que el Estado comience a pagar mejor el preciode la chatarra. Bájate de ese nube, socio, aquí las cosas no van cambiar. Raúl Castro y su pandilla tienen bien agarrado el sartén por el mango. Si nadie se lo quita, esto dura cien años. O más”, señala con pesimismo Anselmo, un anciano que debiera estar disfrutando de su jubilación y quien para sobrevivir camina más de siete kilómetros diarios, recogiendo latas vacías de cerveza y refresco.

Anselmo y su esposa Yolanda, jubilada de 70 años, venden jabas de nailon en las afueras de una panadería al sur de La Habana. Ellos quisieran tener una cocina limpia y una nevera con carne de res, pollo y pescado.

Pero la realidad es bien distinta. Comen caliente una vez al día. Y cuando no tienen queroseno, cocinan con trozos de madera que encuentran en la calle.

La cifra de personas que en Cuba viven en la indigencia y extrema pobreza aumenta cada año. Las tímidas reformas económicas de Raúl Castro y faraónicos proyectos económicos hasta el 2030 no ofrecen soluciones para habaneros como Anselmo y Yolanda.

Con la llegada de un frente frío, la tropa de desahuciados que por techo tienen el cielo, se ponen viejas camisas y pulovers, unos encima del otro y los más afortunados se abrigan gastados jackets verde olivo, de cuando fueron milicianos o regalado por algún pariente militar.

“Cuando bajan las temperaturas, el hambre se siente más”, confiesa Germán, un tipo que vende ropa recogida en los vertederos de basura. “Pa’ quitarme el frío tomo bastante alcohol”.

¿Como te ves en el futuro? ¿Tienes algún proyecto?, le pregunto. Mueve la cabeza de un lado a otro. Me mira fijamente, como si yo fuera un marciano o un extranjero que por casualidad se apeó por estos lares.

“Men, aterriza. El futuro es igual o peor que el presente. Al menos para gente como nosotros. En Cuba el futuro es no morirse. Las personas pobres vivimos a la deriva en Cuba”, afirma.

Pero cuando usted indaga con profesionales, estudiantes universitarios o emprendedores privados, el registro de opiniones también es pesimista.

Liana, doctora, atiende una consulta en el antiguo hospital Covadonga, en El Cerro, barriada a quince minutos del centro de la capital. “Mi futuro cercano es alcanzar el título de especialista. Luego intentar obtener una maestría. Pero no es una prioridad. Si antes consigo una misión en el exterior, ya sea por mi cuenta o por el Estado, buscaré la forma de no regresar. En Cuba el futuro da más miedo que el presente”.

Incluso Luciano, quien se considera un fidelista a prueba de balas, no es tan optimista cuando habla del futuro. “Hay que confiar en la revolución. Las causas del estancamiento económico o no poder ofrecer una buena calidad de vida, muchas veces no es culpa del gobierno. El bloqueo yanqui no es un juego. A eso súmale que existe una casta de burócratas que frenan las reformas económicas e inversiones extranjeras. Las cosas deben cambiar, pues como dijo Fidel en un discurso en la Universidad de La Habana, los únicos que podemos hacer fracasar el proceso somos nosotros mismos con nuestro mal trabajo. Y la verdad es que no estamos haciendo las cosas bien”.

El descontento de los cubanos, créanme, no es un sentimiento minoritario. La gente está cansada del discurso triunfalista. De los bajos salarios, los altos precios de los alimentos y vivir sin un proyecto de futuro y de espaldas al progreso.

“Vivimos del día al día. ¿Cuántas personas tienen en Cuba una cuenta en el banco? ¿Cómo es posible que un ingeniero tenga un salario inferior a un carretillero que vende frutas? Son muchas preguntas sin respuestas. Demasiado silencio oficial. Supongo que, como la Ley de Newton, por efecto de la gravedad, las cosas en Cuba tengan que cambiar. Pero en estos momentos, eso no es prioridad ni está en la voluntad del gobierno”, opina Lizet, arquitecta.

Darián, sentado en un parque del Vedado, considera que lo peor es que cada vez se cierran más puertas de salida. “La isla se ha convertido en una ratonera. No hay pa’donde coger. O inventas un negocio legal o por la izquierda. O robas en el trabajo o te pones a vender la pacotilla traídas por ‘mulas’ desde Rusia. Si escapamos de esto quedamos locos”.

Joel, historiador, cree que el país, obligatoriamente, está abocado a un cambio radical. “Las reformas van llegar por obsolescencia política, económica e ideológica. Las tesis que no funcionaron van a morir de viejas. Aunque si la soga sigue apretando el cuello de la gente, la reacción popular pudiera ser imprevisible. Todo tiene un límite”.

El régimen lo sabe. No se puede gobernar solo vendiendo humo. Y Cuba es eso. Pura fumata.
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