Por Zoé Valdés.
Que la izquierda mire de manera rara y hasta despectiva a los que se consideran de derecha e inclusive a los que ellos definen como de derechas -sin que lo sean- por sus opiniones no debiera importarnos demasiado.
Pero se complica el asunto cuando, teniendo casi siempre las riendas de la cultura y de la sociedad en general en sus manos, la izquierda ejerce, no sólo sobre la derecha sino sobre todo aquel que no piense igual que ella, un dominio anormal y excesivo rayano en la tiranía.
La dictadura de la izquierda debe cesar de inmediato. No sólo la economía mundial se ha empobrecido debido a sus erráticas acciones, además han sembrado el terror, han paralizado y penalizado el pensamiento llevándolo a una sola dirección, la de sus propios intereses (que la mayoría de las veces tiene que ver con la corrupción y la manipulación indecentes, disfrazadas de moralismo ideológico). La libertad de prensa, que tanto ellos pretenden defender, la han aniquilado imponiendo estrictos parámetros de análisis, si es que a eso se le podría llamar análisis. El achantamiento de iniciativa y de investigación de los medios de comunicación, a los que yo llamo miedos de comunicación, da grima, por no decir pavor.
Esa izquierda mató las ideas para implantar una ideología afín a ella, en múltiples casos mantenida, sostenida e impulsada por la alta tecnología.
No hay peligro mayor en la actualidad, aparte la amenaza real e inminente de los atentados terroristas islamistas que suceden casi a diario -cual ruleta rusa-, y que yo considero una guerra cotidiana, que una ideología extremista adueñada y poseedora absoluta de la tecnología. Es exactamente lo que buscaron Adolf Hitler y Josef Stalin, siendo el segundo el más criminal de los dos -si alguna comparación cabe a los que tanto agrada comparar-.
Es esa sin duda la razón por la que la tiranía de los Castro ha invertido aproximadamente desde el 2007 toda su energía y una enorme cantidad de recursos en perfeccionar la alta tecnología de manera muy eficaz, para hacerla sumamente efectiva en el control masivo de los ciudadanos y de todo aquel que visite la isla. Esto es ciertamente un pálido reflejo de lo que ha venido siendo un hecho certero desde hace casi treinta años en el resto del mundo.
Desde que Margaret Thatcher y Ronald Reagan (entre otros pocos) desaparecieron del poder, el mundo entregó su cerebro a los idiotas que consiguieron inventar que unas máquinas por fin pensaran en su lugar. ¿A quién se le podía haber ocurrido semejante verracada? Pues a los imbéciles de corto pensamiento, odiosos y envidiosos de aquellos que han sabido mover el mundo a través de ideas humanistas y no de ideologías ni de modas tecnológicas.
Ellos reconocen incluso que su ideología tecnológica"compite y gana, matando por fin las grandes ideas. Aunque, como los ignorantes que son, desconocen que las grandes ideas no sólo son las que han movido invariablemente la grandeza del alma humana, además han constituido la mayor riqueza de la humanidad, su pensamiento ha confirmado nuestra existencia como una especie sin igual, sólo superada por la indiscutible majestuosidad de los delfines y el misterio de los felinos, lo que ya sabían ampliamente los griegos y los egipcios; repasen, por favor, sus símbolos, el de los delfines en los griegos (Delfos), y el de los gatos en los egipcios (que también adoraban a los delfines), que no les voy a durar toda la vida.
"No se ha creado jamás algo más divino que el delfín. Y es que, hace mucho tiempo, los delfines eran hombres y vivían en las ciudades al lado de los mortales. Han cambiado la tierra por el mar y adoptado la forma de los peces. Pero, todavía hoy, sus virtuosos espíritus de hombres preservan en ellos los pensamientos y las acciones humanas". Opiano de Anazarbo, Haliéutica, finales del siglo II.
Por otra parte, el gato estaba considerado un animal sagrado en el Antiguo Egipto. Íntimamente asociados al concepto de divinidad, "los egipcios creían que en su cuerpo anidaba el alma de Bastet", diosa representada con cuerpo de mujer y cabeza de gato.
Volviendo a lo nuestro, lógico fue entonces que intentaran adormilar valiosos cerebros y los pusieran en función -a medias, sólo a medias- de concretar y despertar otras neuronas, las artificiales. El objetivo era y es, todavía no lo han conseguido, el de acabar con esa grandeza precisa que tanto envidian, exterminar la generosidad de la sabiduría, y derrotar el valor y el coraje individual del conocimiento. Y a hacer puñetas con la excepcionalidad y la sensibilidad particulares y privadas.
Y ojito al dato, que alguien piense como yo y lo manifieste verbalmente o por escrito, según la izquierda nos sitúa ya enfrente y en contra, definiéndonos de inmediato de derechas, o sea, de lo peor de lo peor, como si no fuera la propia izquierda lo más ínfimo y mediocre que le ha podido suceder a la humanidad, con sus continuos y obsesivos métodos sectarios y hasta genocidas.
Si pensar bien, y pensar por todo lo alto, situados perennemente en la duda de todo, nos ubica a algunos en la derecha -símbolo de apestados en esta sociedad totalitaria en la que han convertido al mundo-, pues entonces con mucho orgullo aceptemos y asumamos que somos de derechas, pese a que en mi modo personal tampoco voy regalándole mis ideas a esa nueva derecha rikikí, fuñida y acomplejada.
Lo he sostenido y reafirmado mil veces, soy una mujer libre, un ser humano libre, pero puesto que comentan que soy de derechas, y los que lo dicen pertenecen, con o sin carnet de militantes o militontos, a esa izquierda zarrapastrosa que nos prohíbe la entrada y participación en una feria del libro o en un programa televisivo por mero temor a nuestras ideas (por sólo citar dos casos), pues entonces seamos de derechas con toda la fanfarria y la estridencia que más pueda dañar la hipócrita conducta -que no es sensibilidad para nada- de esa antigualla pretenciosa, inútil y carcamal que se llama izquierda.
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