Por Rolando Morelli.
Manifestantes en La Habana el pasado 11 de julio.
¿Y ahora, qué? Esta es la pregunta de los 64.000 pesos -perdón, dólares, que son los únicos que caminan-. Comienzan las bolas, probablemente echadas a rodar por la dictadura para desacreditar a los “medios enemigos”. Según el diario español ABC, renuncia el viceministro del Interior, dizque por desacuerdos con “los métodos empleados” contra los manifestantes pacíficos en toda Cuba. Información que ha sido ya desmentida por Cubadebate. Pero, ¿qué otras “dimisiones” reales o “medidas punitivas” de limpieza cautelar, seguirán a la falsa renuncia del viceministro?
¿Sacrificarán al hombre de paja que responde al nombre de Díaz-Canel, para poner a otro? Al parecer, ha cumplido ya la misión para la que optó en las antecámaras de palacio, y para la que fue escogido y puesto a dedo por su mentor, Raúl Castro. Ahora quizás le toque un castigo peor que un plan piyama. No dudaría que además de apartarlo, lo juzguen por crímenes contra la Revolución y “otros excesos”, incluidos el enriquecimiento ilícito y el abuso de autoridad. ¿Lo fusilarán como a Ochoa? ¿Con o sin juicio? ¿Confesará sus culpas? O tal vez, este escenario se complique aún más, con peticiones de asilo político, de parte de otros dirigentes que temen por su pellejo.
Los comprometidos con el régimen puede que sean muchos todavía. Hablamos, claro, de los represores de boinas rojas o negras, (los “Tonton macoute” de Cuba, copiados al antiguo régimen de los Duvalier en Haití), los generales, beneficiarios de bienes de fortuna incautados al pueblo, y otras fuerzas represivas. No hay más que ver lo bien alimentados y vestidos que van estos “ttmacoute” y las flotillas de camiones habilitados de que disponen para desplegarse y apresar en sus casas o en plena calle a quien se les antoje hacerlo. ¿No comprendía acaso el ministro del Interior -nada menos- que la violencia, siendo absolutamente innecesaria frente a gente inerme, cumplía sobre todo la función de aterrorizar con su salvaje despliegue a una población que no le teme al virus tanto como a morirse de hambre, por decisión arbitraria del régimen nominalmente presidido por Díaz-Canel?
Las protestas en Cuba han sido, desde el comienzo, absoluta y generalmente pacíficas, y la respuesta violenta ha partido de la soberbia e impunidad del régimen, ejercida -habría que reiterarlo- contra gente indefensa, incluidos mujeres y niños. Esto lo ha visto todo el mundo, salvo los cubanos de la Isla que no tienen ahora acceso a internet y, en consecuencia, se ven obligados a buscar en la televisión secuestrada por el régimen las imágenes que este limpia para ofrecerle “al pueblo” (incluido un abominable desfile de figuras de cartón piedra entre las que destaca por su sumisión e hipocresía la poetiesa Nancy Morejón, adicta y adepta del régimen que la avala, y al que ella defiende a capa y espada con su verborrea).
Aconseja la laureada Morejusa, nada menos que a los jóvenes (no a los reprimidos por el régimen, naturalmente, de los que no habla en absoluto) repasar la historia de la Enmienda Platt, que al parecer duró hasta la llegada del castrismo en 1959. Esto hace la señora, entre invocaciones al oportunista Nicolás Guillén y hasta al ínclito Juan Gualberto Gómez, a quienes mete en el mismo saco sin hacer ascos. Estos quedan para quienes la escuchen o lean.
En este contexto, se comenta que renuncia el general, puesto a dedo también él, viceministro del Ministerio del Interior. Y, según vemos en un video, al temible Ramiro Valdés, que intenta decir algo a un grupo de manifestantes, le llaman asesino y le impiden justificar lo injustificable, poniendo parches cuando ya ha reventado el grano, a los gritos de “libertad, libertad, libertad” y “no más golpes”, gritos que son más bien exigencias, todavía de pueblo soliviantado, pero dispuesto a negociar.
¿Qué pasará pues, luego de lo que ha pasado y de lo que está pasando en Cuba? Porque el hambre no se resolverá, la arbitrariedad y el abuso no cesarán por arte de birlibirloque, y las vacunas, si es que el régimen decide aceptar la ayuda ofrecida por el exilio y otras fuentes, no procederán de los laboratorios cubanos, chinos o rusos, sino de los laboratorios occidentales de Europa o de los Estados Unidos. ¿Y después qué?
La represión ha sido, es y seguirá siendo sangrienta. Gordos como sanguijuelas los boinas rojas y negras seguirán haciendo su labor de Gestapo tropical hasta que se les canse el brazo o hasta que se les acaben las víctimas. ¿Y entonces qué? ¿Los desmovilizarán también a ellos para que el pueblo sobreviviente se vengue y sobreviva a “la Revolución”? ¿O irán estos parásitos del pueblo contra quienes los han alimentado? Los escenarios posibles son múltiples e inimaginables. Así pues, la pregunta de los 64 000 mil pesos, -perdón, dólares- sigue siendo: ¿Y ahora qué?
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