Por Orlando Freire Santana.
Miguel Díaz-Canel en acto por el 26 de julio de 2019 en Granma.
Todo parece indicar que el gobernante Miguel Díaz-Canel Bermúdez se halla decepcionado con el desempeño que hasta el momento exhiben las empresas estatales. Un sentimiento que debe agobiarlo en extremo debido a que, paradójicamente, no se cansa de repetir que esas entidades precisan ser el baluarte principal de la economía cubana.
Y no es menos cierto que, al menos a su manera, la cúpula del poder ha maniobrado con el objetivo de materializar la aspiración del mandatario. Por ejemplo, en octubre de 2020 el Consejo de Ministros anunciaba 15 medidas para fortalecer la empresa estatal socialista. Después se implementaron otras 43 medidas para conceder mayores facultades a esas empresas, y por último en mayo del actual 2021 se adoptaron 63 medidas para estimular la producción de alimentos y su comercialización.
En lo fundamental se trata de medidas que, en el plano teórico, apuntan a otorgar mayor autonomía a las empresas, flexibilizar la distribución de utilidades entre los trabajadores, así como la eliminación de algunas trabas que complican la comercialización de los productos agropecuarios.
Mas, a pesar de todo eso, en la más reciente reunión del Consejo de Ministros el señor Díaz-Canel expresó que “buena parte del sistema empresarial aún está detenido, no termina de ser proactivo, innovador; no propone casi ningún cambio para hacer las cosas de modo distinto, y está esperando orientaciones desde arriba” (“Díaz-Canel: De este difícil momento también vamos a salir”, en periódico Granma, edición del 3 de julio).
A estas palabras del benjamín del poder nos gustaría agregar que es lógico que los empresarios estatales siempre miren hacia arriba. ¡Es que tienen tantos funcionarios por encima que pueden controlar u orientar su trabajo! Veamos.
El director de una unidad empresarial de base -el eslabón primario del sistema empresarial- se subordina al director de la empresa, al presidente de la Organización Superior de Dirección Empresarial (OSDE), al Ministro del ramo, al vice Primer Ministro que atiende el sector por el Comité Ejecutivo del Consejo de Ministros, y ahora también al miembro del Secretariado del Partido que orienta a ese sector.
Por otra parte, el señor Díaz-Canel parece ignorar una máxima muy recurrente entre nosotros: “El ojo del amo engorda el caballo”. Es decir, que una empresa o negocio marchan bien cuando hay sentido de pertenencia en su colectivo. Algo que, por lo general, se alcanza cuando se sienten dueños de verdad. Una sensación que, lamentablemente, no experimentan los empresarios estatales cubanos a pesar de todas las medidas anunciadas por las autoridades.
Y no tendría que ir muy lejos el mandatario para comprobarlo. Basta con comparar la pujanza, contra viento y marea, de buena parte de las cafeterías y restaurantes de los trabajadores por cuenta propia, y el raquitismo de la mayoría de los establecimientos administrados por el Estado.
¿Y qué impulsa a los cuentapropistas a trabajar de esa manera? Pues el interés individual. Ese que el economista británico Adam Smith exaltó hace más de doscientos años como el motor que genera la riqueza de las naciones.
En la citada reunión del Consejo de Ministros también se habló de incrementar las ofertas a la población en pesos cubanos, con vistas al cumplimiento del plan de circulación mercantil minorista, lo cual, según el oficialismo, “resulta imprescindible para el control de la inflación”.
Si las autoridades se refieren a una inflación provocada por el exceso de circulante monetario sin una contrapartida en bienes y servicios, no tendrían por qué preocuparse tanto. Los bienes y servicios que no generen las ineficientes empresas estatales, es muy probable que sean suplidos por el ágil sector privado de la economía. Claro, si el Estado los deja trabajar con libertad.
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