Por Orlando Freire Santana.
Cubanos hacen cola ante un banco, en La Habana, para entregar sus dólares en junio pasado.
Después de tantos años con dos monedas circulando, y de presenciar un extenso discurso oficialista en el que se brindaban detalles acerca de la inminencia de la unificación monetaria, muchos cubanos pensaban que al fin el peso cubano, conocido también como moneda nacional, quedaría como el único signo monetario en el país.
Sin embargo, la realidad no se ha comportado de esa manera. El dólar irrumpió con fuerza entre nosotros, auspiciado por el propio gobierno, que creó tiendas especiales en las que oferta artículos deficitarios y muy demandados por la población, y donde el pago se efectúa únicamente en dólares. La dolarización ha creado una especie de apartheid que discrimina a las personas que no poseen la codiciada “moneda del enemigo”.
De inmediato las autoridades castristas incorporaron a su arsenal una justificación con la que pretendían dejar de ser vistos como los malos de la película. La dolarización se había implementado para captar las divisas con que adquirir en el exterior los productos que irían a surtir las tiendas que comercializaban en moneda nacional. O sea, un supuesto beneficio indirecto para los ciudadanos desprovistos de dólares en sus tarjetas magnéticas.
Mas, pronto la dolarización enseñó su otra cara. La misma que ha contribuido a disparar una inflación que hoy destruye los bolsillos del cubano de a pie. Sucede que muchas empresas estatales, en medio de la vorágine colectiva por captar dólares, comenzaron a exigir el pago en dólares al sector no estatal -trabajadores por cuenta propia y cooperativistas- por los bienes y servicios que les ofertaban. Y comoquiera que estos actores no estatales, en lo fundamental, solo comercializan sus producciones en moneda nacional, tenían que adquirir esos dólares en el mercado informal, ya que los bancos no venden dólares. Esa operación “ilícita” se realiza a un tipo de cambio muy superior al establecido por el gobierno (hoy está a cerca de 70 u 80 pesos cubanos por cada dólar, en contraste con los 24 pesos cubanos por dólar que mantiene el oficialismo).
Entonces, claro está, esos actores no estatales han llevado ese tipo de cambio inflado a sus costos de producción, y después a sus precios de venta. Precios que los diseñadores de la Tarea Ordenamiento jamás calcularon que alcanzaran la magnitud que hoy exhiben.
Como vemos, no han sido la especulación ni el ansia de obtener cuantiosas ganancias por parte de cuentapropistas y cooperativistas, tal y como lo repite el discurso oficial, los elementos que, en esencia, han avivado las llamas de la inflación. Ha sido la dolarización implementada por el castrismo la causante, en buena medida, de la espiral inflacionaria. Lo anterior sin descartar el hecho de que las entidades estatales han fijado también precios más elevados en su comercio directo con la población.
Los jerarcas del castrismo parecen haber olvidado que siempre la moneda más poderosa va desplazando a la más débil. Y eso precisamente es lo que ha venido sucediendo en la relación entre el dólar y el peso cubano.
Por lo demás, es curioso cómo la realidad se aparta muchas veces del discurso de los gobernantes cubanos. En su reciente informe de rendición de cuentas ante la Asamblea Nacional del Poder Popular, el primer ministro Manuel Marrero expresó que “se mantiene el objetivo planteado de otorgar al peso cubano su papel como centro del sistema financiero en el país”.
No obstante, los acontecimientos parecen marchar en sentido contrario al deseo del jefe de gobierno. Aunque la cúpula del poder no quiera reconocerlo, cada día aumenta el interés de los cubanos por poseer dólares, la moneda poderosa.
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