miércoles, 22 de diciembre de 2021

La soberbia y el falso dilema cubano.

Por Mel Herrera.

Gabriel Boric Font.

Boric ganó y los cubanos y las cubanas, como ocurre cuando hay elecciones en la región, nos mantenemos expectantes, hacemos nuestros análisis y pronósticos, damos nuestra opinión y, lo que más nos cuesta, aprendemos la complejidad y las verdades a media de la democracia.

El exilio es quizás el más duro. Nos exige todo el tiempo que dejemos de mirar para tal sitio y nos concentremos en nuestro dilema que, a fin de cuentas, es nuestro y lo debemos resolver nosotros. ¿Por qué deberíamos atender a las elecciones de otros países de la región con tanto que hay que hacer en el nuestro? Pues para eso mismo; para tomar experiencias de otros países en transiciones democráticas.

No faltan entre nosotros los que dan lecciones sobre lo que no tenemos, y son los más entendidos en democracia, participación, elecciones y pluripartidismo. Son especialistas en pronosticar y advertirle a los demás lo que ocurrirá en sus países si votan por el partido o candidato tal, como si el resto de los pueblos estuvieran despojados de agencias propias y solo nosotros fuéramos los premiados con el llamado sentido común. Lo peor que tenemos los cubanos es que nos creemos la última Bucanero del Caribe.

Yo no sé qué camino tome Chile a partir de ahora. Tampoco sé si Boric es la solución. Tengo la humildad para admitir que desconozco el conflicto chileno y que mis conocimientos en política pueden ser muy limitados. Todo lo he aprendido a golpe de decepción, de experimentar ese sentimiento lispectoriano de «no pertenecer», de no sentirme acogida en ningún proyecto de país, porque muchos de estos dejan fuera otras intersecciones de mi cuerpo que es, al fin y al cabo, la única patria que conozco, el territorio que defiendo por encima de todo.

Si fuera chilena o residente en Chile habría votado por Boric sin lugar a dudas. Para decirlo de la manera más torpe, simpatizo con Boric porque no simpatizo con Kast. Es decir, con nada que rezuma neofascismo, pinochetismo, colonialismo, ultraderecha. Nada que ponga otras demandas de mi cuerpo en un segundo o tercer escalón de prioridades o que de plano las anule, tal cual lo ha hecho el Estado cubano. Simpatizo con Boric porque cuando miro lo más rancio de la derecha, a esos salvadores blancos en los cuales algunos cubanos ven la libertad -Vox, Monasterio, Abascal, franquistas, el Partido Popular español, Trump, Bolsonaro, sus ansias de recolonizar las zonas deshumanizadas, de controlar los cuerpos y las sexualidades, y esa añoranza de barracón y de ingenios- entiendo que ahí no puedo estar, así como también entiendo que quienes simpatizan con ellos lo hacen porque no ven amenazados sus privilegios y derechos más elementales.

Comprendo el terror cubano al «comunismo»; un terror tal que a cualquier cosa que no cumpla las expectativas o esté en línea con las ideas políticas de algunos se le llama «comunismo». Lo que no entiendo es ese falso dilema nuestro que a menudo lleva a huir de un autoritarismo para refugiarse en otro, que deja solo dos opciones, las más extremistas siempre.

No siempre es mejor un mal conocido que un bueno por conocer. No sabemos a ciencia ciertas qué giro dará Chile con Boric. Todo lo que se puede decir son especulaciones y prejuicios valorados según el sufrimiento nuestro, que no tiene por qué ser centro ni medidor en este caso. En cambio, sí sabemos perfectamente qué iba a pasar en Chile con Kast.

Prefiero arriesgarme por quienes hablan un nuevo lenguaje, fresco, a expensas de que más tarde, como todo proceso revolucionario, caiga en estatismo, posiciones conservadoras o se convierta en lo que un día derrocó. Quien ha resistido la soledad o la desafección política no cree en políticos ni salvadores. A Boric lo criticaré si solapa los autoritarismos y dictaduras latinoamericanas de izquierda, y estaré pendiente de su programa de gobierno. Pero no me pidan que simpatice con partidos de extrema derecha por el simple hecho de que se opongan al Estado cubano y lo reconozcan como dictadura, cuando esos mismos partidos no muestran simpatía por personas como yo ni por otras también marginalizadas por el Estado cubano.

Escribo desde el cuerpo que habito y no puedo hacerlo desde otro sitio por más que quiera. Como mujer transgénero negra jamás podría decidirme por partidos y políticos que desearían exterminarme de diferentes formas: anular mis derechos, volverme a meter en closets, mantenerme en la zona de las «vidas invivibles» de las que habla Judith Butler.

No es un secreto que los partidos de extrema derecha son abiertamente racistas, xenófobos, antiinmigrantes, antifeministas, anticientíficos, LGBTIfóbicos, y es una pena que después de que hayamos vivido el eterno drama cubano de cruzar el Estrecho de la Florida, de huir a otros lugares del mundo, de experimentar la represión y la criminalización del disenso político, la precariedad, el racismo estructural, las UMAPs, lleguemos a otros países y nos aliemos con partidos que sostienen todo lo anterior, que con el cuento del sentido común, esa racionalidad tan euroccidental, quieren destruir el Estado de bienestar, las ayudas públicas, cualquier cosa que les huela a «comunismo» o justicia social, y no son capaces de inventar una alternativa mejor.

Yo creo que los cubanos no huimos de Castro ni del comunismo ni del hambre. Huimos de la baja autoestima que nos persigue desde tiempos inmemoriales y que nos cuesta asumir, pero que en muchos casos levantamos a costa de aplastar a alguien más y sacar todo lo miserable que podemos ser. Vox y el Partido Popular han querido derogar leyes antidiscriminación y la Ley Trans en España. No puedo sentirme complacida. Sin embargo, para algunos debería hasta aplaudir porque son los partidos que rechazan y reconocen la represión política en Cuba. En resumidas cuentas, otros que son un peligro para la democracia.

No van a anularme poniendo ejemplos de pares míos adeptos a esas ideologías. Vox exhibe a su trans y a su negro como payasos de feria justamente para anular los discursos críticos. Ser trans o ser negro por sí mismo no implica una conciencia de lo que significa serlo en un mundo eurocéntrico y cis-hetero-patriarcal. Se tiene que haber realizado un trabajo muy profundo y hacer añicos, o al menos estar en proceso, «las herramientas del amo».(1)

Porque rechace y me oponga al estado de las cosas en Cuba no voy a irme a los brazos de ningún extremo político. Girando hacia allí no se va muy lejos de donde estamos. Podemos intentar lo que dice Paul Preciado: «Inventar […] una nueva imaginación política capaz de confrontar la lógica de la guerra, la razón heterocolonial y la hegemonía del mercado como lugar de producción del valor y de la verdad».

Algunas zonas de la oposición cubana, por el desgaste o por lo que fuere, carecen de imaginación y creatividad; son empecinadas y no han sabido construir alianzas ni hacerse del todo de un lenguaje nuevo. No han sabido siquiera ganarse otros cuerpos en pugna con el oficialismo, porque para ellas también son cuerpos e identidades desechables. Diseñan proyectos de país, movimientos y plataformas que hablan de pluralidad, y es la pluralidad que se sustenta en la idea de que todas las opiniones son válidas y respetables y que está bien sentar en una misma mesa posiciones irreconciliables para que lleguen a acuerdos en nombre del bien común, es decir, aquello que es comúnmente bien para los mismos de siempre, cuando todos sabemos que en esos acuerdos no son ellos los que más tienen que sacrificar.

Ponen, por ejemplo, al activismo por los derechos de la disidencia sexual y de género a dialogar con el fundamentalismo religioso que les quiere coartar esos derechos. Pregonan sobre la libertad, la democracia, tumbar la dictadura… Y yo no sé qué es todo eso, porque quienes lo piden con mayor ímpetu tampoco saben. Al final, volvemos a lo que conocemos desde hace más de 70 años: autoritarismo, y esa baja autoestima nacional que nos hace dependientes de Estados Unidos o de Europa, como quien por dependiente emocional mantiene una relación con alguien a quien en realidad no le importa, y no se da cuenta. Esa fascinación por el Norte y esa desconexión con los procesos del Sur global, con las personas más empobrecidas y marginalizadas, como quien se la pasa todo el tiempo avergonzado del lugar de origen porque se cree algo diferente.

¿Para qué se preocupan tanto por las personas negras, por los presos políticos negros? ¿Para qué hacen mención al color de la piel si tampoco tienen mucho interés en que ese deje de ser el color de las cárceles y de las víctimas de la represión policial? ¿Para qué hacen el paripé de preocuparse por los barrios cubanos marginalizados y las personas empobrecidas si el modelo económico neoliberal por el que lloran tampoco los va a mover de esas zonas?

¿Por qué denuncian la falta de garantías legales de mujeres y víctimas de violencia de género si los partidos que muchos aman no reconocen la violencia de género y son profundamente antifeministas? ¿Por qué se rasgan los vestidos cuando a una mujer trans el oficialismo o los cuerpos represivos no le respetan su identidad de género, si los partidos por los que babean quieren eso también? ¿Por qué le señalan al Estado cubano que los gais y lesbianas no tengan derecho a casarse al mismo tiempo que lo rechazan por conservadores o porque al régimen no se le pide derechos?

Los conservadores anticastristas no quieren que personas de la disidencia sexual nos nombremos, porque nombrarnos implica señalar cómo, por situaciones que nada tienen que ver con nuestras capacidades, se nos hace más difícil el acceso a lo que llaman una vida digna; situaciones desventajosas a las cuales dan la espalda, y de las cuales en la mayoría de los casos son también responsables. Pero en cuanto el Estado violenta a una mujer trans, la nombran en el titular. Matan o violentan a un negro y son muy rápidos en denunciar al castrismo, y la verdad es que a muchos ni les importan los negros, ni las cárceles, ni reconocen su profundo racismo y dan por terminado un conflicto persistente por más de 500 años diciendo que ya todos somos iguales, que existe una sola raza: la humana, y cuanto mensaje de paz y amor se les ocurra para frustrar un debate más serio y profundo.

El problema del racismo no es un problema del comunismo o del castrismo. Es estructural en cualquier sistema político-económico, en cualquier Estado nación. A muchos no les interesan las dictaduras más viejas, la del patriarcado, el colonialismo, el racismo, pero ya aprendieron a escribir patriarcado, colonialismo y racismo cuando se trata de un oponente político. ¿Qué hubiera pasado si el agresor sexual Fernando Bécquer fuera blanco y disidente? ¿Qué hubiera pasado si en lugar de Bécquer las denuncias de agresión sexual hubiesen sido a un opositor, un director de un medio independiente o un importante politólogo anticastrista? ¿Por qué entonces se le critica al castrismo lo que en democracia tampoco van a ser capaces de resolver ya que no les importan ni son prioridad las luchas de género, raza, clase y otras intersecciones?

Como leí ayer tras el triunfo de Boric, la derecha tendrá que adaptarse a que la justicia social va sí o sí, así como la izquierda tiene que aceptar que seguirá viviendo en capitalismo.

Muchos me dirán enseguida que no son todos. Claro está. O me asegurarán que en realidad no son tantos los cubanos que añoran el regreso de tiempos coloniales, batistianos, franquistas o cualquier otra cosa contradictoria con lo que exigen: democracia, libertad, derechos humanos, respeto por todas las vidas. Yo, a estas alturas, no estoy tan convencida.

Luego están los que no abogan por estos partidos ni extremismos políticos, pero critican cuando alguien habla de ellos. Es darles visibilidad, dicen, y que podemos concentrar energías en otras cosas. La maldita circunstancia del autoritarismo por todas partes. El problema es que siempre hay algo que es más importante. El resto, para después, y hay, en resumidas cuentas, todo un país que ha quedado para después.

Donde ellos ven que se les da visibilidad, yo veo contradiscursos. El fascismo y todas las formas de discriminación se combaten. Y hay que decirlo: no ganaron Boric y Chile solamente. Cuando se derrota al fascismo en cualquiera de sus formas, ganamos todos los que habitamos el planeta tierra, los que hemos sido sistemáticamente desplazados de la categoría «humano» y hasta los humanos de siempre.

Notas:

(1) Audre Lorde, «Las herramientas del amo no desmontan la casa del amo». Conferencia (1987)

Share:

0 comments:

Publicar un comentario