miércoles, 8 de diciembre de 2021

Los aseres ilustrados.

Por Luis Cino.

Pedro Juan Gutiérrez, Alexis Leyva Machado (Kcho) y Leonardo Padura.

Luego de 1959, en los medios intelectuales cubanos ha proliferado un curioso espécimen: el asere ilustrado. No importa cuán culto sea: entre citas beisboleras, de Lezama o de algún filósofo europeo -mientras menos conocido mejor- salpica su conversación con palabrotas y términos y frases de la jerga presidiaria.

Parece que ciertos escritores, cineastas y pintores creen que demuestran su cubanía y lo campechanos y desenfadados que son saludando con “qué volá”, hablando de “jevas” y llamando “asere” lo mismo a sus amigos que a cualquiera que se les ponga por delante, siempre que no sea un dirigente.

Es como si los hubieran hecho en un molde, todos se parecen: mal hablados, jaraneros, bebedores largos, machistas que presumen de ser ligones. Y rudos como son, pasan fácilmente -sobre todo cuando están curdas y el otro no se lo espera- del sentimentalismo y la afabilidad extrema al gaznatón.

Los escándalos en lugares públicos protagonizados por algunos de ellos, casi siempre borrachos, han pasado a ser leyendas urbanas.

Estos personajes se originaron en la atmósfera populista y populachera prevaleciente en los primeros años del régimen castrista, cuando, para no ser mal visto y poder abrirte paso en la nueva sociedad de proletarios que construían el socialismo, lo mejor era dejar a un lado los buenos modales y el refinamiento, para que a nadie se le ocurriera tomarte por un burgués, un señoritingo, un bitongo, un blandengue. O peor aún, un cundango.

De ese clima salieron los primeros aseres ilustrados: los que vistieron uniforme miliciano, cortaron caña y pudieron estudiar  -con especial énfasis en el marxismo según los manuales soviéticos- en la Facultad de Letras de la universidad para los revolucionarios o en la Escuela Nacional de Arte (ENA).

Los aseres pontificaban, se sentían más sueltos y en confianza para lucirse ante cortesanas y esnobistas, mejor que en las mesitas de la UNEAC, bebiendo aguardiente Coronilla en sus tertulias y cenáculos,  en alguna exposición en la Casa de las Américas, o en la Cinemateca, mientras esperaban que empezara la tanda con alguna película de Federico Fellini, Jean-Luc Godard o Glauber Rocha.

Sus descendientes, aunque menos apegados al dogma y los formalismos del socialismo castrista, se formaron en becas y escuelas en el campo donde, como predominaba la ley del más fuerte, había -¡vaya si lo sabré!- que ser duro para que te respetaran. Eso implicaba echar malas palabras a cada paso, no dejarte sopapear y estar listo a tromponearse con cualquiera. Ello no impedía que a muchos nos gustara la literatura, el buen cine y la música de Led Zeppelin y Pink Floyd, o de Creedence Clearwater Revival, como es el caso de Leonardo Padura, que al igual que su personaje novelesco y casi que alter ego (el teniente y luego librero por cuenta propia Mario Conde) es un confeso admirador del grupo californiano que sonaba cual si fuese de Memphis o New Orleans.

Leonardo Padura, junto a Pedro Juan Gutiérrez, uno de Mantilla, el otro de Centro Habana, son los más emblemáticos de los aseres ilustrados. El hecho de que ambos sean los más leídos escritores cubanos de los últimos 25 años indica que la fórmula de ser como son (o aparentarlo) funciona y da buenos dividendos, si de marketing literario se trata.

El real Padura, por muy de Mantilla que sea y mucha pelota manigüera que haya jugado en sus calles, es el que descubrió su afición por la escritura leyendo vorazmente a Vargas Llosa y a Cabrera Infante, por muy prohibidos que estuviesen. Lo demás se lo dio su innegable talento para el oficio, la ciudadanía española y la zorrería para lograr colarle goles a la censura.

Y allá el que se crea el pendenciero, cínico, sexomaniático y escatológico Pedro Juan de los solares habaneros que se inventó Pedro Juan Gutiérrez para su narrativa y sus poemas. En la vida real, el Bukowski criollo es un tipo culto, de buen gusto y con dinero y relaciones suficientes como para pasar, al igual que Padura, más tiempo en Europa que en Cuba.

En los últimos años, los epatantes aseres ilustrados de la nueva hornada, para no incurrir en lo políticamente incorrecto, han modificado algunos de los rasgos típicos de la especie. Extremándose en las citas y el lenguaje críptico, por no decir la palabrería metatrancosa, han decidido ser (o aparentar que son) más cultos que populares. Pero siempre irreverentes, lo mismo en el ambiente artístico y letrado que cuando “perrean” en una discoteca.

La principal transformación en las conductas de algunos, impensable hace unos años, es que ahora, en vez de posar de supermachos y  “ligones de jevas”, desenfadadamente, y sin que nadie indague su orientación sexual,  presumen de ser los más “open mind”.

No obstante, algunos petulantes de campeonato, en Cuba o fuera de ella, cuando tienen una perreta o quieren llamar la atención porque se sienten relegados, se les olvida la corrección política y se muestran groseramente  machistas, homofóbicos y racistas. Son aseres al fin y al cabo, por muy pulidos y posmodernos que parezcan.

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