Por Jorge Luis González Suárez.
Hay aspectos muy poco divulgados de la vida en Cuba del célebre escritor norteamericano Ernest Hemingway. Uno de ellos es la relación amorosa que tuvo con una refinada meretriz cubana llamada Leopoldina Rodríguez.
Poco se sabe sobre la vida de esa mujer. Su madre trabajó como sirvienta en casa de una familia poderosa, los Pedroso, quienes eran propietarios de bancos, centrales azucareros y otros negocios. Los Pedroso se en encariñaron con la pequeña Leopoldina y la tenían cual si fuera de la familia.
Leopoldina, que tenía habilidades poco comunes en tan corta edad, gracias a los Pedroso, aprendió a leer y escribir bien, a tener buenos modales y usar los cubiertos de forma correcta.
Leopoldina era una de las cinco prostitutas de lujo que frecuentaban el bar El Floridita, llamado la Cuna del Daiquirí, el trago creado por el barman y dueño del lugar, Constantino Ribalaigua.
Fue en El Floridita donde Leopoldina conoció a Hemingway, que era asiduo de ese bar.
La única fotografìa que se tiene de Leopoldina Rodríguez junto a Hemingway es en El Floridita y la tomó un amigo de ambos, el periodista Fernando G. Campoamor.
Es muy probable que fuera Campoamor quien propició que Leopoldina y Hemingway se conocieran.
La foto, que sirviera de promoción a El Floridita, está hoy en la cabecera de la cama de la habitación del Hotel Ambos Mundos, en La Habana Vieja, donde habitó Hemingway.
En la foto se puede apreciar como el escritor observa con deseo a Leopoldina, una atractiva mujer de ojos oscuros y pelo muy negro.
Que Hemingway tuviera en la cabecera de su lecho la foto de Leopoldina y no la de su esposa o sus hijos indica que el romance fue màs intenso de lo que en principio se pensó. Se dice que Leopoldina, que sabía inglés y era culta, leía los manuscritos de Hemingway y le daba opiniones, cosa que no hacía la esposa del escritor, quien no se interesaba en cuestiones literarias.
Según dijo Fernando Campoamor a Osmar Mariño Rodrìguez en una entrevista, Leopoldina Rodríguez asistía con Hemingway a determinadas actividades festivas populares, como las dedicadas a la Virgen de Regla, en las que le servía de cicerone. Por ejemplo, fue Leopoldina quien le explicó a Hemingway que la Virgen de Regla del santoral católico era Yemayá en los cultos sincréticos de origen africano.
La pareja solía pasear por los barrios humildes que rodeaban la Avenida del Puerto, donde pululaban las prostitutas.
Leopoldina practicaba la cartomancia. Un día, cuando leía las cartas a Hemingway, le predijo que, gracias a Cuba, obtendría un importante premio que le reportaría una gran ganancia. Y no se equivocó: Hemingway, que en 1952 había ganado el Premio Pulitzer, en 1954 ganó el Premio Nobel de Literatura.
El escritor, que parece haber estado muy enamorado de Leopoldina, le alquiló un apartamento en un edificio al lado del cine Astral, en la calle San Josè, entre San Francisco e Infanta, en Centro Habana, donde iba a visitarla con frecuencia.
En la década de 1950, cuando Leopoldina enfermó de càncer, todos los gastos por su enfermedad y hospitalización corrieron a cargo de Hemingway. Finalmente, el funeral y el entierro también.
Buscando más información para este artículo, llegué hasta el edificio donde vivió Leopoldina Rodríguez, pero no encontré a ningún pariente o vecino del lugar que la recordase o supiera de ella. Han pasado muchos años, casi setenta. Es como si nunca hubiese existido esa singular mujer de la que se prendó locamente el más famoso de los escritores norteamericanos.
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