Por Armando López.
¿A qué época corresponden los Van Van? Tres generaciones de cubanos han bailado con el songo de Juan Formell. ¿Acaso la orquesta insignia de la revolución ha vencido la dinámica de la música bailable cubana? ¿O es la parálisis provocada por la revolución misma la que ha mantenido a los Van Van sonando de generación en generación?
Los Van Van nacieron hace ya 41 años. Si en 1969 nos montáramos en la máquina del tiempo y retrocediéramos las cuatro décadas que tiene la orquesta, llegaríamos a 1919, cuando nuestros tatarabuelos bailaban danzones sin letras, tocados por artefactos a los que había que darle vueltas a una manigueta para que sonaran, rodaban autos tres patás, se desmayaban con el cine mudo, y ni soñaban con la Carretera Central.
Durante esos 41 años que van desde 1919 hasta la fundación de Van Van, en 1969, Cuba lanzó al mundo el danzón, el son, la guaracha, la rumba, la conga, el bolero, el mambo y el chachachá y legendarias orquestas como Antonio María Romeu, Casino de la Playa, Lecuona Cuban Boys, Arcaño y sus Maravillas, Arsenio Rodríguez, Pérez Prado, La Riverside, La Sonora Matancera, Benny Moré y La Aragón, por citar sólo unas pocas.
Durante esas cuatro décadas, se fue creando una infraestructura de apoyo a la industria musical. A fines de los años 50, había en la Isla 160 emisoras de radio, 7 canales de televisión, 58 periódicos, 14 revistas faranduleras, poderosas disqueras (Panart, Gema, Puchito, Kubaney, Velvet, Sonotone), cientos de cabarés con música en vivo, y más de 10 mil vitrolas, rockolas (o como quieran llamarles), indispensables vehículos de retroalimentación.
Cuando en 1959 llegó la revolución, la dinámica de la música bailable cubana era impresionante. Ritmos, formatos orquestales y carteleras cambiaban vertiginosamente. Cada disquera lanzaba sus estrellas a toda Latinoamérica. Los músicos cubanos ya no iban a grabar a Nueva York, los latinos de la Gran Manzana, venían a grabar a La Habana.
La revolución viraría al país de cabeza. En sus comienzos, asomaron nuevos ritmos: La pachanga, de Eduardo Davidson, El pilón, de Enrique Bonne, El mozambique, de Pello el Afrocán (una conga orquestada), y El pacá de Juanito Márquez (1968), pero terminaron apagándose. Después, la producción de nuevos ritmos bailables se agotó. Las causas hay que hallarlas en la revolución misma: el autobloqueo, la falta de grabaciones y de comercialización, la represión ideológica.
Una puñalada a la música bailable fue la intervención de todas las disqueras y su fusión en una disquera única, la EGREM, Empresa de Grabaciones y Ediciones Musicales. Durante sus primeros años, grabó sólo música elaborada, culta, clásica o como quieran decirle. La ingenua pedagogía creía que la cultura se podía imponer por decreto.
El dogmatismo revolucionario calificó el pasado como decadente; se acabó con la espontaneidad, la individualidad, la bohemia, se pretendió crear el hombre químicamente puro: el hombre nuevo. En 1968, la ofensiva revolucionaria implantó la Ley Seca, que cerró a cal y canto los cabarés. Nuestros padres no tenían donde bailar. El baile se consideró una actividad marginal. El país entero se volcó en un esfuerzo faraónico: la Zafra de los 10 millones. El líder repetía: “¡de que van, van!”.
Los Van Van del joven Juan Formell (tenía 25 años) tomaron su nombre de los millones de azúcar que no fueron. Y como Fidel había llorado en la Plaza su fracaso (Tata Güines se atrevió a tocar El perico está llorando), y hacía falta alegrar a la gente, los Van Van grabaron un disco tras otro. Formell había bebido del changüí de Elio Revé, pero sentía el rock y logró hacer una música más directa, más moderna, con influencias de Los Beatles y de ritmos caribeños como el reggae.
Mientras otros autores entraban con una melodía cantable, la desarrollaban y luego pasaban a los estribillos y al mambo, Formell, con la inmediatez del rock, entraba con fuerza, y apoyado en su bajo, agarraba al bailador. A este son marcado por su bajo rockero, Formell le llamó songo. Sus primeros temas, La Candela, Pastorita, Seis Semanas, Marilú, arrebataron a la juventud. Fueron realmente novedosos.
En los años 80, Formell sacó lo que pudo ser un nuevo ritmo, El buey cansao (1982), pero inexplicablemente apenas compuso más en esa línea autoral. Su tema Muévete “súmate a mi actividad, muévete, muévete” logró cierta resonancia internacional. La década del 80, cierra el ciclo creativo de los Van Van, con Sandunguera (1983), La Habana no aguanta más (1984).
Cierto que podrían considerarse éxitos de los Van Van, temas como Azúcar (1992) Esto te pone la cabeza mala (1998) y El negro está cocinando (2000), que aparece en el disco que le valió a la orquesta el Grammy en ese año. Pero pasarían diez años antes de otra novedad: Soy todo (1995).
El último álbum de Van Van, Arrasando, repite las fórmulas armónicas de sus inicios. Suena viejo. ¿Es qué no hay jóvenes valores que mostrarle al mundo? Claro que los hay. Pero o son contestarios (Los Aldeanos), o andan por París (Orishas) o por Madrid (Habana Abierta). O carecen de la imprescindible comercialización del libre mercado de la música.
No tengo dudas de los valores estéticos de Van Van, ni del talento de Formell, pero vale ponerlos en la perspectiva del tiempo. ¿Hubiera sido igual el éxito de Van Van si la Isla hubiera contado con una fuerte y libre industria de la música que compulsara la creación, producción y comercialización?
Quizá El buey cansao, en su momento, se hubiera convertido en un ritmo que recorriera el mundo. O hubieran surgido otras muchas agrupaciones y ritmos que compitieran con Van Van.
El mercado libre (y la música no escapa a estas reglas) requiere de constantes nuevos productos, independientemente de la calidad de los existentes, por “clásicos” que se consideren. ¿Se disputan los jóvenes cubanos de hoy por entrar a un concierto de La Aragón o prefieren La Charanga Habanera?
La música popular, como la moda al vestir, es generacional. Van Van ha roto esa dinámica. Tres generaciones de cubanos han bailado con Juan Formell. ¿Es un fenómeno creativo, o el resultado del monopolio musical del estado, de la falta de nuevas ofertas musicales, de competencia, de la parálisis del mercado? Hay cientos de jóvenes valores en la música popular cubana que esperan.
Cuba exporta a la anciana Omara Portuondo (herencia de Buena Vista Social Club), mientras las vallas de la Plaza de la Revolución son las mismas de 1959, y el paisaje que se vende a los turistas son autos de los años 50 rodando en una ciudad donde el tiempo se detuvo. En toda gerontocracia se paran las manillas de los relojes. Cada día es igual a ayer. Todo joven resulta sospechoso.
Pero la parálisis no es sólo en la Isla. A las puertas del restaurante Versalles, de Miami, aún se discuten acaloradamente las bondades de Fulgencio Batista, los juegos de béisbol de Habana y Almendares o al Caballero de París. Que los Van Van hayan provocado tal alboroto entre el exilio (en contra y a favor), por un concierto que fue un canto a la nostalgia, demuestra que los relojes se han detenido para muchos cubanos en ambas orillas.
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