Por Iván García.
La Cuba del siglo 21 está partida en dos. El islote del señor y el atolón del compañero. Los cayos de capitalismo se reconocen a la legua. Luces de neón, pintura fresca, grandes cristales y aire acondicionado.
En sus tiendas, hoteles, cabarets, discotecas, bares y restaurantes por moneda dura (con precios de Nueva York), los empleados, uniformados y sonrientes, te tratan de señor o señora e intentan ordeñarte como una vaca.
Es el capitalismo de los Castro. En él no hay murales con consignas revolucionarias ni con los rostros de los cinco espías presos en Estados Unidos.
Eso queda para la Cuba del compañero. La de las bodegas y agromercados, trámites en oficinas municipales de la vivienda, colas para cobrar la pensión y tabernas de baja estofa.
Aquí el trato es pésimo y la gente ríe poco. Al doble de ron barato le echan agua y los locales son sucios y calurosos. En ese trozo de socialismo tropical si dices señor o señora te miran con mala cara. La muletilla es compañero o compañera.
Cuba funciona a dos velocidades desde 1993, cuando se despenalizó el dólar del enemigo. No es que en los bolsones de capitalismo las cosas sean eficientes. Pero se notan las diferencias.
Además de mercaderías chinas, como en todo el planeta, encuentras relojes japoneses, equipos alemanes de música, televisores sudcoreanos de plasma y entre los anaqueles, sin recato, pacotilla Made in USA, que olímpicamente burla el cerco del embargo.
Si se quiere vivir mejor en el capitalismo marxista de los hermanos Castro, es obligatorio tener dólares, euros, francos suizos o libras de esterlinas. Cualquier divisa del primer mundo vale su peso en oro en Cuba.
La moneda nacional, la cenicienta, con la que pagan una vez al mes en fábricas, dependencias estatales y chequeras de jubilados, sólo sirve para comprar viandas, unas libras de carne de cerdo y pagar las facturas de la luz, agua y teléfono, si tienes.
La muerte sin fanfarrias del socialismo castrista comenzó el 26 de julio 1993, con la despenalización del dólar. Aunque siguió la consigna de socialismo o muerte y continuaron las celebraciones los 7 de noviembre, por el triunfo bolchevique en la Unión Soviética. Y cíclicamente, los compañeros y aquéllos que siempre han vivido como señores, se visten de milicianos y con fusiles AKM de calamina, se preparan para la guerra contra el 'imperio del mal'.
Fidel Castro ha sido un verdadero contorsionista político. Discurso talibán, dictadura del proletariado, soberanía nacional, movilizaciones permanentes, sacrificio ilimitado y futuro luminoso. Pero por detrás del telón enamoran a cuanto empresario u hombre de negocios que pase por La Habana.
Su revolución verde olivo necesita dólares para carburar. Y muchos. Que vengan. Son la tabla de salvación del último bastión comunista del mundo occidental.
'Jinetean' a como dé lugar. Con impuestos revolucionarios y abusivos del 240% a los productos de consumo vendidos por moneda dura. Asaltando los bolsillos de turistas y cubano-americanos con precios del primer mundo en una nación con infraestructura del tercero.
El comandante único ha sido un estratega de la supervivencia. Para mantenerse en el poder todo vale. Cierta vez contó que si no hubiese tenido el apoyo de la URSS, se hubiera aliado a la burguesía criolla. No hubieran hecho sus maletas rumbo al norte. Con dadivas y sofismas hubiesen costeado su revolución.
Es lo que está ocurriendo, con los millones que les entran por concepto de remesas familiares. Los hermanos de Birán son una especie de Robín Hood caribeños. En apariencia, toman el dinero de quienes tienen más para "dárselo a los pobres".
La realidad es que ni los desfavorecidos ni la capital y provincias de la isla -incluso los cacareados logros sociales como educación y salud pública- se benefician con los miles de millones en divisas que anualmente ingresan al país.
Lo peor de todo es que no se pueden hacer preguntas incómodas. Hay que confiar ciegamente en 'nuestros líderes'. Ellos saben lo que hacen. Son los 'salvadores de la patria'.
Ahora, paciencia y confianza en el compañero Raúl. ¿O el señor? A estas alturas del exótico proceso social cubano, les juro que ya no entiendo nada.
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