Por Iván García.
Todos los días la policía recibe llamadas de personas chivateando cualquier cosa. Lo mismo una fiesta suntuosa, trasiego de alimentos o de materiales de construcción. O si alguien alquila su casa sin tener licencia.
Roinel, mulato marrullero, tiene los brazos tatuados con un montón de epigramas chinos. Viste un bermuda a cuadros y unas chanclas de cuero sin pulir. Vive en un solar del barrio mayoritariamente negro de Cayo Hueso. Es recogedor de 'bolita', la ilegal lotería criolla que funciona con tanta exactitud como un reloj suizo.
La 'bolita' tiene dos recogidas diarias. Una por la tarde y otra cuando cae la noche. Y mucha gente en Cuba suele apostar a algún número, intentando cambiar su mala suerte. A pesar de ser un negocio clandestino, Roinel recoge sin disimulo las listas. Varios vecinos aseguran que es 'colaborador' de la policía.
"Él informa de todo lo que se mueve. Sea un robo o del negocio de las drogas. También chivatea a otros recogedores de 'bolita'. Y se va, limpiando el camino. La policía lo deja hacer, mientras colabore", dice un vecino.
En el mundo marginal habanero sobran los soplones. Hay confidentes que trabajan para la policía como una forma de amortiguar una sanción penal pendiente de terminar de cumplir. Si eres efectivo, la policía te da luz verde y archiva el caso. Según Reinaldo, ex vendedor de drogas que estuvo 6 años en la cárcel, algunos expendedores de marihuana o melca, colaboran con la 'meta' (policía).
Dagoberto, instructor policial, señala que las denuncias anónimas llueven. "Todos los días se reciben llamadas de personas chivateando cualquier cosa. Lo mismo una fiesta suntuosa, trasiego de alimentos o de materiales de construcción. O si alguien alquila su casa sin tener licencia. Gracias a esos informantes, apenas se necesita hacer labor investigativa. Las denuncias, anónimas o no, están llenas de datos y detalles precisos", señala.
Y es que en Cuba chivatear es casi un deporte nacional. El escritor Eliseo Alberto, ya fallecido, relató sobre el tema en su libro Informe contra mí mismo.
En sociedades cerradas, lo primero que hace el régimen es diseñar un eficiente aparato de información basado en las delaciones. En la desparecida Unión Soviética, se recuerda el caso del pionero que delató a sus padres por criticar a Stalin. En Alemania del Este, los soplos llegaron a formar parte de la cultura.
Desde que en enero de 1959, Fidel Castro se hizo con el poder tras derrocar a Fulgencio Batista, hilvanó una tupida red de chivatos a todos los niveles.
El 28 de septiembre de 1960, bajo el estruendo de varios petardos, en un discurso desde el balcón central del otrora Palacio Presidencial, Castro creó una organización de vigilancia a la que nombró Comités de Defensa de la Revolución. Supuestamente, la labor de los CDR era informar sobre los movimientos de ciudadanos catalogados de 'contrarrevolucionarios'.
Esa faena la realizaban junto con la recogida de papel, envases de cartón o vidrio. Pero también delataban cualquier cosa que consideraran sospechosa en el vecindario. Si una familia comía carne de res o camarones con frecuencia, lo reportaban. O si se enteraban que alguien veía películas pornográficas. O la esposa de un miembro del partido o de las fuerzas armadas le era infiel.
Ya los CDR son una organización en estado de coma. Todavía forma parte del abultado aparato gubernamental. Pero hace rato sus miembros dejaron de delatar nimiedades. Ahora, entre sus funciones, están las de vigilar e informar los pasos de opositores o periodistas independientes que viven en su cuadra. 'Elevan' informes de los visitantes a las casas de los 'gusanos'. Si van en una moto o auto, anotan las matrículas. También si llevan jabas o paquetes.
En el mundillo de la chivatería hay de todo, como en botica. Los celadores más rigurosos registran hasta la basura, en busca de indicios demostrativos que el disidente tiene un nivel de vida por encima del promedio nacional.
Cuando los servicios especiales intentan desacreditar a un opositor, les gusta mostrar fotos, videos e informaciones de costumbres que no llaman la atención en ninguna sociedad civilizada, como tomar cerveza, comer pargo o langosta, tener un televisor de plasma o a cada rato montar en taxis por divisas.
Mientras los mandarines viven a todo trapo, en casas espectaculares, con más de un coche y yates de pesca, la autocracia verde olivo sigue utilizando la vieja práctica fidelista, de desacreditar a los disidentes por cenar en un restaurante de primera o recibir dinero del exterior a través de una transferencia bancaria.
En la primavera de 2003, las pruebas mostradas a los tribunales para sancionar con duras condenas a 75 opositores pacíficos, fueron hojas de papel, libros, radios y ordenadores portátiles.
Igualmente se sabe que una legión de soplones encubiertos se dedica a delatar a los disidentes y periodistas independientes, haciéndose pasar por uno de ellos. Cuando se abran los archivos del templete estatal de la policía política, como se abrieron los de la Stasi en Berlín, se sabrá la labor de zapa realizada por la Seguridad del Estado en su afán de colonizar y dividir a la disidencia.
Una nación donde para escalar en una profesión se acostumbra a pisotear y destruir personas con informes y chivatazos, es una sociedad enferma.
Algún día, en Cuba aterrizará la democracia. Edificar una economía eficiente, prospera y robusta no debe demorar. Pero recuperar ciertos valores éticos y humanos demorará. Quizás mucho tiempo.
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