Por Tania Díaz Castro.
No sé si Fidel Castro pudo tomar su siesta el jueves pasado, día que cumplió 89 años.
Yo no pude.
En el parque de calle 17 y 308, de la comunidad costera de Santa Fe, perteneciente al municipio Playa, el delegado político de mi barrio instaló un potente equipo de música para que los vecinos celebraran el cumpleaños del Comandante en Jefe. Así transcurrió la tarde, con la música del reggaetón a todo volumen y seis o siete personas y un puñado de niños, habituales del lugar.
Por la noche, dos vecinos, de esos que se aprovechan del río revuelto para ganancia de pescadores, pusieron también sus equipos de música al máximo, porque si el Estado puede –así piensan– ellos pueden también.
Menos mal que a nadie se le ocurrió, micrófono en mano, ponerse a cantar “Las mañanitas” a la dos de la madrugada, hora que nació el niño de Belén, digo, de Birán.
Fue sobre todo un día de homenajes en los medios de comunicación, todos en sus manos desde 1960,
donde más se vio el jubileo de la conmemoración del cincuentenario de su reinado.
¿Se habrá sentido abrumado el Comandante Omnímodo ante tanta apología, exageradas todas como la de Yoerky Sánchez, del Consejo de Dirección del periódico Juventud Rebelde, cuando “…en estado de gracia captó, como en las fotos, su personalidad seductora, su estampa onírica y encantadora, esa inspiración, ese estado de pureza”?
Más de medio siglo de apología es demasiado para un cuerpo.
Pero Fidel lo resiste. Es fuerte todavía. Jamás se ha sentido hastiado o aburrido de ellas.
Es por eso que quiere más. Muchos más. Por ejemplo, que los americanos le celebren un fiestón el próximo 13 de agosto, cuando cumpla los 90, que le perdonen la deuda que contrajo con las empresas estadounidenses que él mismo en persona y no Cuba, como dice, nacionalizó hace 55 años, que suspendan al fin el Boqueo, que le regalen la Base de Guantánamo para próximas travesuras y que le otorguen, como hicieron los yanquis, al comienzo de la República, jugosos créditos a pagar como él quiera, para la reconstrucción de Cuba.
Ah, y que el fiestón sea frente a la misma Embajada de Estados Unidos, con un pastel traído de Miami, de buena calidad y con 90 velitas rojas.
Si no tuviera fuerzas para apagarlas, Obama lo ayudaría.
Pero, ¿entonces podrá morirse Fidel Castro? ¿No le faltará el Premio Nobel de la Paz? ¿Una corona de brillantes y rubíes?
No sé si Fidel es un país, como dice su periódico Granma, o si Fidel es Fidel, frase magistral de su hermano menor.
Yo solo sé que es el único homo sapiens del Continente Americano que se niega a aceptar que en Cuba hay oposición, como en el resto del mundo, y que se muere de miedo porque un día esa oposición, junto con el pueblo, lo sorprenda como le ocurrió a Nicole Ceaucescu.
A más errores y defectos suyos no voy a referirme con motivo de su cumpleaños. De eso se ocupará la historia cuando sus apologistas más apasionados hayan muerto y sean otros quienes analicen con objetividad nuestros años de gobierno castrista.
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