Por Luis Cino.
Anda por la red, colgados ya imaginarán ustedes por quiénes, una carta y un video en los que varios vecinos del Parque Gandhi, en Miramar, se quejan de las molestias que cada domingo les ocasionan las Damas de Blanco y los opositores al régimen que las apoyan en sus marchas por la liberación de los presos políticos.
Se pudiera pensar que es natural que no quieran que sea perturbada la paz del exclusivo barrio donde viven. Podría pensarse que igual habrían reaccionado, si les hubiesen plantado un bembé en el parque, las damas encopetadas y los caballeros de la burguesía derrotada a quienes el poder revolucionario les arrebató las mansiones donde hoy moran los quejosos. La diferencia es que estos quejosos de hoy, además de no tener buen gusto ni clase, no hacen algo, y menos aun quejarse, si no les es orientado “de arriba”.
Y si les han orientado quejarse a los vecinos del Parque Gandhi, es para tener pretextos adicionales el DSE y la PNR para la represión, que ya no sería por motivos políticos, sino a petición del pueblo, para “preservar la disciplina social y la tranquilidad ciudadana”.
En realidad, todos sabemos que lo que está en juego cada domingo en la Quinta Avenida, es el derecho a la manifestación. Y el régimen está dispuesto a lo que sea con tal de no perder el control de la calle.
Curiosamente, lo que motiva a los vecinos amaestrados a quejarse por la alteración del orden son los gritos de ¡Abajo la dictadura!, Libertad para los presos políticos!, y ¡Vivan los derechos humanos!, de las Damas de Blanco y los disidentes, no los improperios denigrantes y obscenos que gritan los porristas a voz en cuello, antes de empezar a repartir golpes, patadas y empellones, para anotarse meritos con sus jefes.
Se quejan del césped pisado por los perseguidos, no por los perseguidores, de los gritos de dolor que dan las mujeres golpeadas y con las esposas apretadas al máximo. Y poco faltó para que se quejaran también de la sangre que derramó Antonio Rodiles, también esposado, cuando un esbirro le fracturó de un puñetazo el tabique nasal.
Vivir en Miramar forma parte de la piñata. La mayoría de los que residen en Miramar, que es zona congelada, es gracias a los servicios prestados al régimen. De ahí las casas amplias, bien pintadas y mejor mantenidas, con jardines cuidados, garaje para el carro, y cercas y muros, para que nadie fisgonee en sus vidas privilegiadas y con aire acondicionado.
A la elite no le gusta codearse con la plebe. Los elementos extraños que todavía viven en Miramar - rezagados del pasado, venidos a menos y otros advenedizos- son celosamente vigilados por la PNR, el Departamento Seguridad del Estado y los chivatos del CDR, para que no cometan indisciplinas sociales u otras conductas inapropiadas de las que tanto disgustan a la nueva clase.
Los que habitan en los suburbios o en la ciudad del hacinamiento y los puntales, se sienten intrusos, casi como cucarachas, al deambular por ciertas zonas de Miramar o entrar en algunas de sus bien surtidas y carísimas tiendas, y ver el recelo y el desprecio con que los miran los de la castro-burguesía. Podrá imaginar cómo verán a las Damas de Blanco y los disidentes.
Están dispuestos a todo con tal de defender sus privilegios y para que no sea perturbada la paz de Miramar. ¿Habría que insistirles mucho para que hicieran una carta y se dejaran tomar un video quejándose de esos peligrosísimos contrarrevolucionarios?
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