Por Iván García.
Existe en Cuba un horario de sobremesa familiar casi sagrado. Después de frugales cenas -o comidas suculentas según el bolsillo-, llega la hora del café, fumarse un cigarrillo y debatir del presente o el futuro.
Son dos los bandos, optimistas y pesimistas. Y diferentes matices: moderados, esperanzados, neutros y desilusionados. Las comidas, alrededor de las ocho de la noche, suelen coincidir con la emisión estelar del noticiero de televisión.
En la Isla, como en medio mundo, la tele es un objeto prioritario del hogar. La familia de Ignacio Remón, taxista privado, se acomoda en las amplias butacas de color marrón de la sala y se ponen a chacharear de diversos temas.
Ignacio les pide silencio para poder escuchar las noticias. “Viejo, de verdad que a ti te gustan las historias de ciencia ficción. Solo los locos y vagabundos le prestan atención a los noticieros cubanos”, se mofan sus hijos, que se van a al portal a charlar de cualquier frivolidad.
“Mi familia tiene razón, donde único las cosas en Cuba marchan bien es en el noticiero. A la gente joven no le interesa informarse, ni por la TV, la radio o los periódicos. Ellos están en lo suyo, las modas, el fútbol y haciendo planes para emigrar. Pero el futuro de nuestro país debiera interesarnos a todos”, dice, mientras fuma apoltronado en el sofá.
¿Futuro? Buena pregunta para un debate nacional. Cuando usted indaga con la esposa, hijos y padres de Ignacio sobre sus planes de futuro, guardan silencio. “Yo no me veo en Cuba a la vuelta de cinco años. Aquí siempre vamos a estar en las mismas, sin dinero, viviendo al día y con la cansona muela (discurso) de socialismo próspero y sostenible”, comenta uno de los hijos, estudiante de bachillerato.
Milena, su hermana, es enfermera y trabaja en un destartalado hospital habanero. Hace turnos de 24 horas y luego descansa tres días. “El hospital está en candela. Faltan especialistas y médicos y pacientes se quejan. El tema diario es el dinero que no alcanza, el alto costo de la comida y que el país no progresa. Si me empato con una misión en el extranjero, se la dejo en las manos a esta gente (régimen)”.
La esposa y los padres del taxista piensan que han vivido lo suficiente para darse cuenta que las estrategias del gobierno son trucos dilatorios. “En Cuba lo mejor es no hablar de política, ni de futuro. Esto no hay quien lo entienda. Por eso la gente prefiere desconectar con una novela, ver la pelota o fútbol y leer libros. Esto no es socialismo ni capitalismo, simplemente es un grupo de amigos que controlan el poder”, coinciden los tres.
En las charlas nocturnas de sobremesa o los aburridos domingos después del almuerzo, es difícil encontrar una familia cubana que vea con optimismo el actual estado de cosas. Pero las hay.
Magda, madre soltera de una niña de siete años, ha ascendido por la escalera social a fuerza de tesón y talento. Es una profesional convencida que lo mejor en Cuba está por llegar.
“De verdad que cuando tu analizas el panorama nacional la gente se desilusiona. El PIB creció un cuatro por ciento, pero nadie ve ese crecimiento. Vienen tres millones y medio de turistas, pero la economía no mejora. Todo lo contrario. Las cosechas agrícolas están por el piso y los precios por las nubes. No se debe perder la fe. Estos viejos (los gobernantes) ahorita cuelgan los guantes. Estoy convencida que después que se mueran, el país dará un salto adelante. Emigrar no es la salida. Nacimos aquí y en nuestras manos está provocar un cambio para bien”, piensa Magda.
Palabras que dan fuerza, pero ¿cómo hacerlas realidad? El Estado no ha propiciado vías para que la gente participe en la vida institucional de manera efectiva. Sin siquiera pestañar, Magda responde: “Peor no vamos a estar. En la calle se respira descontento. Soy católica y estoy convencida que en 2016 algo va a pasar, algo pacífico y sin traumas”.
Ni siquiera la voluminosa casta de burócratas que viven prendidos de la teta estatal es tan optimista como Magda. Es el caso de Reinier, jefe de un almacén de víveres, con opiniones muy distintas.
“El futuro en Cuba es insondable. Aquéllos que tienen cargos y viven robando, puede que el día de mañana estén presos, pero si están bien apalancados se posicionan en un puesto todavía mejor. Lo que hay que hacer es abrir las compuertas y hacer negocios con los yanquis. Negocios de verdad y no las fintas que estamos haciendo ahora. Apostar de lleno por el capitalismo y dejarnos de sonseras. Total, si ya lo que tenemos es capitalismo, pero del malo”, confiesa Reinier.
Para muchas personas en la Isla, el socialismo y el Estado benefactor forman parte de una narrativa teórica. “Esto que tenemos en Cuba es un capitalismo de corte africano regido por un gobierno que pone impuestos y réditos más altos que el más desalmado empresario capitalista”, señala Joel, profesor de una escuela secundaria.
Normando, jubilado, prefiere no romperse la cabeza pensando. “Cuando uno tiene 84 años, el futuro es hoy. Mañana, veremos. Lo que viene después de Raúl Castro es peor, con clanes militares que serán los dueños de todos los negocios. A mí me da igual, ya me queda poco”.
A los gobernantes tampoco les importa demasiado el futuro. Sería bueno preguntarles si tienen un plan a largo plazo para Cuba y sus ciudadanos. O si todo se queda en discursos y titulares de prensa.
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