Por Michel Suárez.
El ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García-Margallo (izq), y el vicepresidente Ricardo Cabrisas, durante una reunión en el Palacio de Viana, Madrid, 9 de febrero de 2016. (NOTIMERICA)
La generosidad a veces produce efectos contrarios a los deseados. Podría ser el caso de España, que ha condonado casi 2.000 millones de euros a Cuba, correspondientes a intereses generados por el retraso en el pago de su deuda. Nadie discute que los alivios financieros anunciados por Rusia, México, Uruguay y España deberían ser un poderoso instrumento para la reconstrucción del sistema productivo cubano, pero la gran pregunta es si Madrid y el resto de acreedores están midiendo correctamente el cómo y el cuándo.
Analizar con perspectiva histórica la voracidad crediticia del castrismo, conduce a una evidencia incontestable: los préstamos han resultado inútiles en la consecución de una economía realmente productiva, porque el problema es sistémico. En esas circunstancias, ¿hasta dónde el perdón de la deuda ayudará a mejorar las condiciones de vida de los cubanos?
Tras el deshielo político entre La Habana y Washington, varios gobiernos e instituciones sencillamente han abandonado la exigencia de reformas al régimen castrista, a la par de proponer importantes quitas y condonaciones. En cualquier otro caso, los acreedores demandarían reformas estructurales, a cambio de renegociar la deuda. Lejos de la beneficencia, los prestamistas buscan explorar nuevos mercados, contribuir a crear una clase media y generar riqueza. Se trata de lidiar con economías más solventes, capaces de solicitar nuevos préstamos, crecer y devolverlos a tiempo.
Pero, para entender hasta dónde las quitas incondicionales —y la fantasía del cambio— están dañando actualmente a los cubanos de a pie, basta con revisar unas declaraciones recientes de Raúl Castro: "No tenemos por qué acelerar el paso, tenemos que cogerle el ritmo a los acontecimientos". Sin ir más lejos, ya La Habana trabaja para reinstalar los "precios controlados" por el Gobierno, lo que significa la derogación de facto de las pequeñas reformas basadas en la oferta y la demanda. Una marcha atrás en toda regla.
No obstante, algunos empresarios, gobernantes y analistas insisten en que la clave de las reformas internas radica en entregar millones a fondo perdido y fertilizar el terreno para los años venideros. La idea parece fácil de vender, en tanto el futuro suele ser una entelequia. A este peculiar ejército de tarotistas, que viene pronosticando el "cambio lento" desde 1989, habría que recordarles que las reformas de Raúl Castro no trascienden la autorización de ciertos oficios feudales.
Ahora mismo, si se pretende influir positivamente en la situación cubana, es imprescindible que la comunidad internacional negocie cambios estructurales, para evitar que la magnificencia ahonde el saco sin fondo del castrismo. Aún no es tiempo para indulgencias financieras, ni mucho menos para estímulos ciegos. Primero, debería constatarse un escenario creíble, donde condonaciones, créditos, inversiones y, en suma, el desarrollo, constituyan una posibilidad real para todos los cubanos.
Mientras los sucesores del castrismo toman posiciones, con los militares y su prole al frente del reparto, la economía cubana vive del cuento. En una realidad totalmente improductiva, volver a endeudarse con medio mundo —sin crecimiento ni desarrollo— es solo cuestión de tiempo.
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