“(…) El dictador obtiene su poder por medio de la violencia y se mantiene allí por medio de la brutalidad y la amenaza… El dictador teme a la libertad de palabra… El dictador quiere gobernar vitaliciamente… El dictador persigue la unidad de su nación encarcelando y fusilando… El dictador asesina a sus enemigos… El dictador aterroriza a su pueblo… El dictador subordina la justicia a la fuerza… El dictador se abre paso con el ceño fruncido…”Creo que no pocos habrán reconocido al anciano dictador Fidel Castro en esta precisa descripción que hace de los dictadores el escritor inglés Henry Thomas en su “Hombres y dioses en la historia de la raza humana”, publicada en español por la Editorial Claridad de Buenos Aires, en la temprana fecha de 1947, cuando el hoy balbuceante tirano cubano era casi desconocido en su propio país. Las dictaduras tiránicas han sido un mal sufrido por todas las naciones americanas luego de independizarse de España y Portugal. Como dijera el poeta nicaragüense:
Tumbó a los valientes godos.
Y desde ese infausto día,
por un tirano que había
se hicieron tiranos todos.
Las guerras civiles fratricidas, las reelecciones presidenciales arbitrarias, fraudulentas e impuestas, los golpes militares y los gobiernos constituidos y encabezados por militares, trajeron el despotismo, la corrupción y el latrocinio a nuestros pueblos que sufrieron crímenes, persecuciones, cárceles, destierros y la expropiación de sus bienes. Sería una relación muy extensa y árida –y no es nuestra intención- mencionar solo a todos los que de una forma u otra han ejercido su poder unipersonal sobre nuestros nobles pueblos, comenzando por supuesto con los virreyes y capitanes generales de la época colonial, muchos de los cuales tuvieron facultades omnímodas. Baste solo algunos nombres: Juan Vicente Gómez Marcos Pérez Jiménez y Hugo Chávez en Venezuela, Gerardo Machado, Fulgencio Batista y la actual dinastía de los Castros en nuestra sufrida patria, Trujillo en Dominicana, los Somoza en Nicaragua, Manuel Noriega en Panamá, Pinochet en Chile, Fujimori y Velasco Alvarado en Perú, Stroessner en Paraguay, Galtieri y Videla en Argentina: ningún país escapa a los desmanes de estos señores que creen que la patria es su propiedad. En los últimos tiempos han tratado de aferrarse al poder por diferentes vías Nicolás Maduro, Evo Morales, Cristina Fernández y Rafael Correa.
La dictadura de los Castros no tiene paralelo posible. Vagamente nos recuerda al viejo general Porfirio Díaz, autócrata mexicano que se hizo relegir en 9 ocasiones y gobernó desde 1876 hasta 1911. Los Castros se han hecho reelegir incontables veces, con “total unanimidad”, por una asamblea nacional creada por ellos, al igual que por congresos del único partido también hecho a su semejanza. Con total desprecio a la libertad han proclamado que las elecciones cubanas son las más democráticas del mundo. ¡Vaya democracia que posibilita que un mismo gobernante ostente el poder por casi 6 décadas!.
A nadie tienen que rendirle cuenta del cumplimiento de los planes económicos y sociales, ni del destino de los fondos, tampoco tienen que explicar sus errores y fracasos, ni sufrir castigo alguno o penalización. Sus culpas siempre las han cargado los que los rodean. Nunca se ha podido conocer en qué consisten las llamadas “reservas del Comandante”, ni jamás éste señor dio a conocer su destino y el uso dado a tales reservas. Tampoco han tenido que gobernar con un partido de oposición ni con una prensa libre que les denuncie y obligue a dar cuenta de sus excesos y desastres económicos, así como de sus muchos crímenes y violaciones a los derechos humanos más elementales. Solo las armas les han dado la fuerza y el apoyo que han tenido los déspotas Castros: sus soldados y sus tanques. Muchos olvidaron o no conocen que Castro dijo en los primeros momentos de su triunfo: “¿Elecciones para qué?”.
Los Castros niegan el desarrollo social y humano de sus compatriotas al no admitir durante todos estos años que alguno de ellos pudiera relevarlos en sus muchos cargos y funciones. Negaron así de hecho a su hombre nuevo socialista, lleno de virtudes e inmejorable condición humana, hecho a imagen y semejanza del malogrado Che Guevara. Hoy un grupo de ancianos valetudinarios vestidos de uniforme verde olivo, ocupan los más importantes cargos del país. A los Castros les vino como anillo al dedo el modelo comunista de sociedad basado en la llamada “dictadura del proletariado”, la cual cumpliría la misión histórica de éste, es decir destruir la vieja sociedad y construir la nueva. Este modelo les posibilitaba mantenerse en el poder de modo vitalicio, sin necesidad de someterse a escrutinio alguno. Imitaron así a los jerarcas comunistas de Europa Oriental que ostentaron el poder unipersonal por muchos años a través de dictaduras totalitarias y policiacas que amordazaron a sus pueblos y sembraron el terror por doquier, tras la “cortina de hierro” o de muros como el de Berlín.
Ningún cubano simple, que no esté emparentado con el régimen, ha podido aspirar jamás a un alto cargo político o a ser candidato a la presidencia de la Asamblea Nacional, del Consejo de Estado o el de Ministros. En cambio, en los Estados Unidos, la primera nación del planeta, nuestros compatriotas han ocupado cargos importantes como senadores y representantes e incluso han sido nominados como candidatos a la presidencia de la Gran Nación.
El temor a que la dictadura tendiera sus alas sobre la Isla en plena Guerra de los Diez Años, contribuyó a que nuestros patriotas depusieran al entonces presidente de la república en armas, Carlos Manuel de Céspedes, el Padre de la Patria, pues creían ver en él cierto autoritarismo.
Máximo Gómez, el General en Jefe, siempre fue reacio a que nombraran presidente a Martí y se afirma que dijo, que mientras el viviera, Martí no sería presidente, pues conocía muy bien la triste experiencia de todos los que llegaban a presidentes en América y luego se enseñoreaban con sus propios pueblos: “No me le digan a Martí Presidente: díganle General: él viene aquí como General…” Recuerda así el Apóstol el hecho en su Diario de Campaña. Él no quería ser presidente y así lo confiesa: “Presidente me han llamado, desde mi entrada al campo, las fuerzas todas, a pesar de mi pública repulsa…”. Años antes en carta a Máximo Gómez, fechada en octubre de 1884, en Nueva York, advertía: “La patria no es de nadie, y si es de alguien, será, y esto solo en espíritu, de quien la sirva con mayor desprendimiento e inteligencia”.
Mal parados quedan los Castros ante tanto desinterés y servicio en un hombre que abandonó familia, cargos importantes en Estados Unidos, dinero y una prometedora carrera como escritor y poeta, para dedicarse en cuerpo y alma: “(…) por amor ciego a una idea en que me está yendo la vida…”, como él mismo manifestara en la mencionada misiva, pues “no contribuiría en un ápice… a traer a mi tierra un régimen de despotismo personal, que sería más vergonzoso y funesto que el despotismo político que ahora soporta y más grave y difícil de desarraigar, porque vendría excusado por algunas virtudes, establecido por la idea encarnada en él y legitimado por el triunfo”.
¡Qué visionarias y premonitoras estas advertencias del Maestro! Los peores tiempos de la colonia quedaron muy atrás, empequeñecidos en la Cuba de hoy, por el régimen despótico implantado a fuego y sangre por los Castros. Estos nunca aspiraron a traer la libertad a su pueblo, los movía un interés muy personal y ambicioso, una gran megalomanía y delirio que los empujaba a protegerse en los combates y a estar alejados del peligro, pues nunca se expusieron a las balas y no sufrieron un rasguño. No tenían madera de héroes, ni eran de los hombres que mueren por una idea. En cambio Camilo Cienfuegos fue herido en combate dos veces, una de gravedad en la Sierra Maestra; el Che Guevara también fue herido dos veces en combate y se fracturó un brazo en una caída, combatiendo en Las Villas. Ambos, al frente de sus hombres, estaban presentes siempre en los lugares de mayor peligro.
Bolívar despreciaba los grados y distinciones: “Aspiraba a un destino más honroso: derramar mi sangre por la libertad de mi patria”. Vayan dirigidas a los Castros estas fulminantes frases del Libertador de América, aquel a quien Martí visitó sin quitarse primero el polvo del camino al llegar a Caracas, las que parecen pronunciadas para ellos: “Si un hombre fuese necesario para sostener el Estado, ese Estado no debería existir; y al fin no existiría”. “(…) Huid del país donde uno solo ejerce todos los poderes: es un país de esclavos”.
No sabemos cómo la historia recordará la dictadura de los Castros en Cuba: como la más larga de América, como la del mayor manipulador mundial, la del genio del mal, la de los asesinos de Camilo Cienfuegos y Arnaldo Ochoa, la que devastó a Cuba, la de los éxodos masivos, la que separó las familias, la exportadora de revoluciones violentas, la que más muertos y desaparecidos produjo, la que más presos y prisiones tuvo, la que derribó avionetas civiles y hundió embarcaciones con personas a bordo; pero de lo que si estamos seguros es de que para la inmensa mayoría de los cubanos será un terrible recuerdo vinculado a todas sus desgracias y frustraciones.
La historia los recortará a su antojo y lejos de absolverlos los lanzará con violencia en lo más profundo de su basurero, allí donde se corrompen olvidados todos los demás tiranuelos que asolaron Nuestra América. Una consideración final: Los Castros nunca fueron héroes, los Castros solo fueron gánsteres.
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