Por Alejandro Armengol.
Con el gobierno de Raúl Castro los cubanos han logrado ser menos iguales unos que otros, pero entre ellos: lo que sigue siendo muy difícil es ser como un extranjero. Vaya país que se establece en colonia y metrópolis al mismo tiempo, y declara inferiores a sus nacionales.
El VII Congreso del Partido Comunista del pasado año reconoció la existencia de la propiedad privada sobre determinados medios de producción y el incremento del sector no estatal de la economía, pero al mismo tiempo dejó bien clara la prohibición, para el ciudadano cubano, de concentrar propiedad y riqueza. Es decir, prohibido ser rico … aunque hay ricos que lo son y lo dicen, pero no lo dice la prensa cubana.
Con tal regulación quedó establecido mucho más que un cuerpo legal de normas, existentes en cualquier país, sino una camisa de fuerza al desarrollo. Si bien se concedió propiedad jurídica a las formas no estatales de producción, se vetó no solo la concentración de la propiedad sino también de la riqueza.
Aunque, por otra parte, el régimen necesita y depende cada vez más de los ricos. Siempre ha sido así, pero con anterioridad determinados países llevaron a cabo esa función a través de subsidios, apoyos financieros diversos o simplemente la entrega de fondos. Ahora que dicha senda ha quedado reducida a una vía angosta, están abiertas más que nunca las puertas a los millonarios.
El Gran Hotel Manzana Kempinski, una instalación súper de lujo frente al Parque Central y el Gran Teatro de La Habana, es la última muestra de esa situación de inferioridad para el ciudadano de a pie. Mientras el otro -el visitante, el turista extranjero- continúa siendo un privilegiado, él se ve reducido al eterno papel de marginado. Si antes la distinción se establecía con un portero, que señalaba que la entrada era “solo para extranjeros”, ahora todos saben que ese lugar es “solo para ricos”.
Resulta que en Cuba es muy fácil ser pobre y muy difícil ser rico. Eso ocurre también en todas partes del mundo, podría argumentarse y es cierto, pero entonces al menos la prensa oficial debería ahorrarse su retórica arcaica.
Ante la presencia de muestras de ostentación de lujo -de las que se benefician el gobierno y especialmente la élite gobernante, como los jefes militares- las tendencias predominantes en esa prensa son al menos tres.
Una es ignorarlas. El Granma, por ejemplo, no ha hecho referencia a la inauguración del nuevo hotel en la Manzana de Gómez.
La segunda es adoptar una actitud de cura de aldea y moral estereotipada y provinciana, con aquello de “pobres pero felices” o “ustedes los ricos y nosotros los pobres”.
La tercera es la típica de la paja en el ojo ajeno.
Como ejemplo de esta última, el diario Juventud Rebelde publicó el 22 de mayo que la inauguración del hotel “forma parte de una estrategia que permitirá captar mercado de alto estándar”. Con el eufemismo de “alto estándar” se refería a los que pueden pagar $440 por persona en la habitación más simple y $2.485 para la suite presidencial, en un país donde el ingreso promedio mensual ronda los $29.
Sin embargo antes, el 27 de marzo, el mismo periódico sacó una nota -con el título de Paisajes para millonarios- dedicada al lujoso Dynamic Tower Hotel de Dubái, donde expresaba: “Solo que, en medio de una región sometida a cruentas guerras, con decenas de miles de muertos y millones de desplazados, un edificio así solo puede verse como una bofetada, una miseria humana, que acentúa la pobreza que ni siquiera la lámpara de Aladino ha logrado eliminar…”.
Y con las debidas excepciones, ¿no se podría decir lo mismo del Gran Hotel Manzana Kempinski, en medio de una Habana empobrecida y con derrumbes?
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