Por Editorial Diario Las Américas.
Miles de dólares van y vienen por los aeropuertos cubanos hasta mover millones. Un especie de renacimiento económico que funciona al margen del sistema estatal y que tiene por coprotagonistas a funcionarios que pretenden mirar a un lado a cambio del pago por el silencio
Ser una “mula”, eso que significa importar mercancías prácticamente a escondidas en Cuba, se ha convertido en una de las labores mejor remuneradas. Para aquellos que tienen una vía de salida de la isla, el negocio resulta más interesante que tener un puesto de trabajo en donde el salario alcanza solo para malvivir. Comercializar con una amplia gama de productos es la salida perfecta para afrontar la eterna crisis que azota el país y disfrutar algunos lujos que solo pueden tenerse si en el bolsillo hay dólares.
Cualquier persona quedaría sorprendida si se detiene a observar la dinámica de trabajo de los aeropuertos del país, sobre todo conocer las maniobras de la aduana, entidad que supuestamente vela por el cumplimiento de ciertas regulaciones que indican la cantidad de productos que se puede ingresar a la isla.
A pesar de la famosa lista de regulaciones, que entró en vigor hace unos años atrás, los cubanos se las han ideado para hacer y deshacer a su antojo. Importan mercancía desde México, Estados Unidos, Rusia y Panamá, que últimamente ha sido el centro de operaciones de muchas “mulas” que compran desde jabones de conocidas marcas hasta motos eléctricas y aires acondicionados.
Miles de dólares van y vienen por esos lares hasta mover millones. Un especie de renacimiento económico que funciona al margen del sistema estatal y que tiene por coprotagonistas a funcionarios que pretenden mirar a un lado a cambio del pago por el silencio. Lo más importante son los contactos que se tengan, encontrar al que autorice la entrada de más objetos de los permitidos, es el sueño de muchas “mulas”.
Esa es la realidad de una sociedad que es el resultado de un sistema político y económico fallido. De nada valió someter a la población al terror de la Policía secreta o el discurso político que trataba de imponer la imagen de un hombre que llamaron nuevo y resultó corrupto para sobrevivir.
Tras 58 años de dictadura totalitaria sólo queda el recuerdo de una sociedad civil que fue fructífera a pesar de sus errores y defectos.
Falta ahora esperar y curar el mal que tanto daño ha hecho.
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