Por Esteban Fernández.
Ustedes son demasiado buenos. Pongo las fotos de la destrucción de nuestra patria, las casas destartaladas y derrumbadas, las calles llenas de huecos y baches, la basura que da al cuello, y recibo respuestas de “¡Se me parte el corazón, la tristeza me invade viendo esa calamidad!”
¿Saben que es lo yo pienso, y saben por qué las pongo? Simple y llanamente porque ese es el único triunfo que tiene la causa de la libertad en Cuba. Miro la destrucción y digo: “¡Ñooo, que razón yo tenía, el castrismo es una mierda!
¿Pueden imaginarse como nos sentiríamos los que llevamos 60 años combatiendo aquello, criticando al castrismo si Cuba fuera un emporio de riquezas gracias al fidelismo?
Toda mi vida, y las de mis hermanos de causa, los fusilados, los miles de presos políticos que perdieron más de la mitad de sus vidas en las ergástulas castristas, Todo hubiera sido en vano si Cuba tuviera mil industrias a lo largo y ancho de la nación.
Cuba está así, Venezuela está así, Nicaragua está así, y México estará así, por la sencilla razón de no hacernos caso.
Yo les juro por lo más sagrado que ya durante la primera semana de enero de 1959 yo salí a las calles de mi pueblo a decirle a todo el que quería oírme, y hasta a gritar a los cuatro vientos: “Esto es una mierda y esta gente van a destruir a la nación”.
Y después -durante 60 años- los acontecimientos me han dado la razón, las fotos de una Cuba hecha añicos, la falta de pintura, de luz, de alimentos, de libertad, y de los más elementales derechos humanos que hasta un perro y un gato gozan aquí, me han dado la razón.
¡Qué clase de comemierda fuera yo si después de prácticamente dedicar toda mi vida a la contrarrevolución descubriera que en la Isla de San Antonio a Maisí se han construido miles y miles de vivienda preciosas, si la Habana estuviera más bella e iluminada que en 1958, y todas las calles estuvieran pavimentadas!
Cada vez que yo veo las fotos de la hecatombe, provocada por los cien mil terremotos castristas, jamás me conmuevo ni derramo una sola lágrima, sólo digo: ¡Se los dije, coño, y no fui escuchado!
“Pobrecitos” no son los cubanos que no se reviran. Pobrecito fuera yo si allí hubieran celebrado 15 elecciones libres en 60 años y yo no me hubiera enterado.
Y para colmo de los colmos, las muestras de misericordia provienen (yo no me pongo en esa lista) de los patriotas cubanos, porque la nueva generación de cubanos jamás condena la destrucción existente y al año y medio regresan a revolcarse en el estercolero castrista.
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