viernes, 8 de octubre de 2021

Che Guevara, el gran icono de la propaganda castrista.

Por Luis Cino.

Imágenes del Che Guevara durante una marcha en La Habana.

Lo he intentado varias de las muchas veces que la han exhibido en la televisión cubana, pero nunca he logrado ver más allá de los primeros minutos “Diarios de motocicleta”, la película del brasileño trasplantado a Hollywood Walter Salles, que narra el recorrido que en 1952 hicieran por Sudamérica Ernesto Guevara y su amigo Alberto Granados montados en una Norton 500.

Reconozco que es una buena película, con buenos actores, bella fotografía y una bonita canción tema, Al otro lado del río, del cantautor uruguayo Jorge Drexler. Pero sucede que detesto a Che Guevara, y eso hace que se me atragante, me resulte indigerible, la que pudiera ser otra road movie más.

Mi aborrecimiento lo pueden entender todos los cubanos que hemos sido víctimas durante todas nuestras vidas de la dictadura que Guevara ayudó a consolidar, primero como guerrillero, luego como masacrador en La Cabaña, después como ministro que arrasó con la economía nacional, y aun después de muerto, como el más propagandizado icono del castrismo.

Para colmo de las abominaciones, han forzado a nuestros niños a que, antes de entrar a las escuelas, juren: “Pioneros por el comunismo, seremos como el Che”.

Guevara, que tenía una personalidad antipática y fracasó en todo lo que emprendió, es el mejor ejemplo de que ciertos símbolos de la izquierda internacional, frente a toda lógica y razón, resultan incombustibles.

A Che Guevara lo mató el 9 de octubre de 1967, en La Higuera, un ebrio oficial del ejército boliviano, supuestamente por órdenes del presidente René Barrientos. Lo habían capturado, herido en una pierna, el día anterior. Su grupo guerrillero lo aniquilaron bisoños rangers bolivianos a quien Guevara despectivamente llamaba “soldaditos”.

El desastre de su guerrilla en Bolivia, abandonada a su suerte por el régimen cubano, no fue su primer revés militar. Dos años antes, su ultrasecreta incursión en el Congo también fue una catástrofe. Enfermo y derrotado, Guevara y sus hombres tuvieron que cruzar el lago Tanganica con el enemigo pisándole los talones para buscar refugio en Tanzania.

Todos los hechos de armas en que participó Guevara, comenzando por el desembarco del yate Granma (que él mismo describió como “un naufragio”), fueron patéticos fracasos.

El único éxito militar que pudo anotarse fue en diciembre de 1958, frente a los soldados del ejército del dictador Batista, que, desmoralizados, no mostraron demasiado empeño en impedir que los rebeldes tomaran la ciudad de Santa Clara.

Tampoco sirvió como economista. Antes que Fidel Castro lo nombrara Ministro de Industrias, pasó a presidir el Banco Nacional de Cuba en 1960. Castro buscaba un economista y Che Guevara, adormilado, entendió que lo que buscaba su jefe era un comunista.

El de ministro de Industrias fue su peor desempeño. Cuando se fue a pelear al Congo, dejó tras de sí un calamitoso rastro en la economía cubana que tuvieron que componer los seguidores de los lineamientos de Moscú que polemizaron con él.

Por mucho que habló y escribió sobre el modo de organizar la economía socialista, Guevara, un hereje del comunismo con inclinaciones trotskistas y maoístas, nunca llegó a concretar con claridad y coherencia su pensamiento económico. En El socialismo y el hombre en Cuba solo logró mostrar la desmesura e impracticabilidad de su idealismo estatalista y suprahumano.

Aunque tenía dotes para la escritura, no se le daban las teorizaciones. Luego de escribir Pasajes de la guerra revolucionaria, cuando quiso plasmar su pensamiento militar en un libro, lo que resultó fue La guerra de guerrillas, un confuso manual de táctica y estrategia. Esclarecer la teoría guevarista del foco guerrillero precisaría de la pluma del francés Regis Debray y su libro ¿Revolución en la revolución?.

Apenas ejerció como médico. Prefería las armas y formar combatientes que, según sus palabras, “fueran frías máquinas de matar”. Lo consiguió con los hombres de los pelotones de fusilamiento que cumplían sus implacables órdenes en la fortaleza de La Cabaña durante los primeros meses de 1959.

El estoicismo revolucionario de Che Guevara lo llevó a extremos deshumanizados de exigencia y disciplina. Las anécdotas mil veces repetidas acerca de su austeridad subrayan sus rasgos más duros e inflexibles. Aun las que se supone que muestren su lado más humano, consiguen todo lo contrario.

La utilización de algunas buenas fotos, como la que hizo Alberto Korda en 1960 durante el sepelio de las víctimas de la explosión de La Coubre y que luego difundió Ferlinghetti por el mundo, contribuyeron a forjar la leyenda póstuma de Ernesto Guevara para convertirlo en el mejor ejercicio de marketing de la revolución cubana.

Aparte de dividendos ideológicos, Che Guevara reporta al castrismo mucho dinero procedente del turismo ideológico.

Los izquierdistas nostálgicos, si no pueden peregrinar a La Higuera o al mausoleo en Santa Clara que guarda los restos de Che Guevara, pueden consolarse adquiriendo los productos de la industria guevarista. Boinas con la estrella guerrillera, libros, películas, posters, camisetas y jarras con la imagen del guerrillero siguen llenando los bolsillos de avispados empresarios, algunos con credenciales marxistas.

Che Guevara se convirtió, como Elvis o Marilyn Monroe, en un fetiche de la sociedad de consumo. Fue la venganza del capitalismo contra el revolucionario fanático que quiso destruirlo creando “dos, tres, muchos Vietnam”.

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