miércoles, 20 de julio de 2022

Las razones y las sinrazones del miedo al cambio.

Por Luis Cino.

Es muy difícil entender que un cubano crea posible que pueda venir algo peor si se desplomara el régimen de la continuidad post-fidelista que con su proverbial ineptitud, su tozudez  y sus abusos, nos ha sumido en la que por mucho es la peor crisis de nuestra historia.

Durante más de seis décadas, varias generaciones de cubanos han estado sometidos a un inmisericorde bombardeo de propaganda y desinformación que se inicia con el adoctrinamiento en la escuela primaria, mediante el cual se les intenta inculcar el odio a los Estados Unidos, el desprecio al capitalismo, la democracia y los valores de Occidente en general.

Si bien el régimen ha fracasado en convencer de la totalidad de sus patrañas a la mayoría de los cubanos, siempre queda en muchos de ellos un sedimento que los desenfoca, confunde y los envuelve en una urdimbre de temores paralizantes.

No me refiero solo al miedo a la cárcel y a la condición de no-personas a que se ven condenados los que se oponen abiertamente al régimen. Hay también otros miedos que han sido inculcados por el castrismo y que no por  improbables dejan de surtir efectos en algunos. Como el miedo al saldo de muerte y destrucción que dejaría una intervención militar norteamericana. O a una eventual orgía de revanchas de los exiliados -la llamada “mafia anexionista de Miami”- luego de la caída del régimen; a “los tres días de licencia para matar comunistas” de los que habló una vez un tremebundo exaltado de la radio de Miami y a los que tanto provecho le han sacado los castristas para atrincherarse. O el temor a que en virtud de las reclamaciones legales de sus antiguos propietarios, bajo un nuevo gobierno te desalojen de la que fue tu casa y hoy ocupas, probablemente convertida en una cuartería a punto del derrumbe o en una covacha con tantas divisiones y barbacoas para albergar a tus numerosos parientes que más bien parece una conejera.

En su manipulación de la historia, los castristas reniegan del pluripartidismo, remiten el partido único al PRC de José Martí, afirman que la República era mediatizada y neocolonial y la circunscriben a poco más que las dictaduras de Machado y Batista.

Auguran los castristas que si “la revolución” es derrocada, nos esperan gobiernos corruptos, sometidos a los dictados de Washington y prestos a reprimir las demandas populares.

Quieren que pensemos que cuando no existan la PNR, Seguridad del Estado y los chivatos de los CDR como garantes del orden y la legalidad socialista, reinarán el caos, la inseguridad, la delincuencia, el pandillerismo y el narcotráfico.

A pesar de que Cuba antes de 1959 era uno de los países más prósperos de América Latina, nos advierten que el regreso al pasado capitalista, que pintan como un infierno de miseria y opresión, sería una hecatombe para los cubanos.

Llevan décadas advirtiendo que si se restaura el capitalismo, tendríamos que pagar por la educación y la salud, que ahora, por muy pésimamente que funcionen, aun son gratuitas; como si no existieran salud y escuelas públicas y asistencia social en otros países sin necesidad de que sus pueblos renunciaran a sus libertades y se sometieran a un estado paternalista, regañón, entrometido en todo, de mano dura con los desobedientes y que le restriega en la cara continuamente a sus súbditos y los chantajea con lo poco y malo que les brinda.

Te machacan y abruman con las desigualdades clasistas, el sálvese el que pueda del capitalismo, las terapias de choque –las políticas neoliberales, como prefieren llamarlas– en momentos en que cada vez es mayor la estratificación de la sociedad cubana, y son más marcadas las diferencias sociales entre la elite castrista y sus paniaguados, un puñadito de acomodados con MLC  y la inmensa mayoría de las personas a las que el dinero no les alcanza para pagar los precios estratosféricos que han alcanzado los alimentos luego del desastre que significó el reordenamiento económico.

Con todo ese cúmulo de temores, complejos, inseguridades y confusiones con las que cargan, no es de extrañar que haya cubanos que le teman al cambio y resignadamente acepten, por muy mal que les vaya, arreglándoselas como puedan, seguir, hasta ver qué pasa, con “los malos conocidos”.

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