Por Ana León.
El pueblo de Santiago de Cuba ha tomado las calles para exigir comida y electricidad. Los inclementes cortes del servicio eléctrico, sumados a la grave situación alimentaria, desbordaron la paciencia de la gente que ocupó la Carretera del Morro en una masiva y pacífica protesta. Carros de policía y agentes de la Seguridad del Estado merodeaban entre la multitud, que expresó su descontento ante la mala gestión de quienes dicen dirigir el país, aunque solo estén retardando su agonía y el precio lo paguen los más humildes.
De poco sirvió la presencia de Beatriz Johnson Urrutia –Primera Secretaria del Partido en la provincia– y otros funcionarios que quisieron ensayar el discurso de cada día, ribeteado de prepotencia, con un pueblo que ya no cree ni espera nada de ellos. El rechazo popular se expresó tan claramente como el hambre y el agotamiento que ha convertido a millones de cubanos en despojos humanos.
“¡Eso es mentira!”, “¡Patria y Vida!”, “¡No hay corriente!”, fueron frases que gritaron a los dirigentes cuando estos trataron de aplacar la situación reiterando que hay problemas con el combustible. La arenga fue de manual, así como la llegada al lugar de dos camiones cargados de alimentos y la nota publicada por el diario estatal Cubadebate, en la cual admitió el suceso, destacando con toda intención el “diálogo” entre las autoridades provinciales y los manifestantes.
Simultáneamente, periodistas alineados con el discurso oficial subían imágenes de atardeceres calurosos y plácidos en diversas provincias del país, para demostrar que no se produjo un levantamiento nacional, como el ocurrido los días 11 y 12 de julio de 2021.
La farsa, sin embargo, no da para más. El país se encuentra en tal estado de desgaste que lo sucedido en Santiago podría repetirse en cualquier momento y en cualquiera de las regiones de la isla donde solo hay tres o cuatro horas de corriente eléctrica al día para gente que duerme y come mal, que tiene hijos en edad escolar, ancianos postrados y responsabilidades laborales que cumplir. No hay suficientes arengas ni camiones de comida para calmar las demandas de un pueblo harto de las soluciones precarias y temporales.
Bayamo también salió a las calles para exigir una vida digna, resumida en el grito de “¡Libertad!”. No hubo violencia por parte del pueblo, pero según fuentes presenciales las fuerzas especiales acordonaron la zona del gobierno, los paramilitares fueron convocados a enfrentar a los manifestantes y la conexión a Internet fue interrumpida.
Por toda respuesta, el gobernante Miguel Díaz-Canel ha publicado una escueta nota en la que reduce las protestas a “expresiones de inconformidad” y recurre, como es habitual, al mito del enemigo que aprovecha el descontento popular con fines desestabilizadores.
A cinco años de anunciada una “coyuntura” que no ha hecho más que empeorar, y a pocos días de haberse descubierto que el ministro de Economía estaba robando a manos llenas el dinero del pueblo, intentan hacerles creer a los cubanos que la desestabilización viene de fuera.
Habría que preguntarles de dónde viene la desestabilización a esas madres y abuelas desesperadas que encararon a los dirigentes en Santiago, a las bravas bayamesas que denunciaron cortes eléctricos de más de 24 horas, describiendo un cuadro penoso de ancianos en sillas de rueda durmiendo en los portales para huir de un calor omnipresente, de jarros de leche cortada y niños berreando de hambre, de mujeres al borde de un colapso nervioso porque no les alcanzan una o dos horas de electricidad para cocinar lo poco que tienen, y evitar que se les pudra en el congelador.
El régimen cubano ha ido demasiado lejos en sus experimentos. Si no es hoy, será mañana, dentro de un mes o dos; pero el estallido viene porque es una pelea entre la vida y la muerte. Es el pueblo cubano el que no tiene qué comer. Son sus hijos los que no duermen entre el bochorno y los mosquitos, y sus viejos los que sobrellevan en silencio los dolores y las fatigas sin medicamentos, mientras aquellos que toda una vida han pedido confianza y sacrificio ponen a salvo a sus propios hijos bajo otras ciudadanías, y se enriquecen en sus cargos hasta que llega el momento de “pasar a ocupar otras funciones”.
Aunque la partida podría decidirse un poco antes, este verano será decisivo. Desde que estalló la guerra de 1868, cada tres décadas aproximadamente ha habido un brote de insurgencia nacional para restaurar la dignidad. El 11J fue el preludio de un futuro cada vez más cercano, y el venidero cinco de agosto marcará el treinta aniversario del Maleconazo. Ya estamos en tiempo de saldar la deuda con la Patria.
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