Por Alberto Méndez Castelló.
Miguel Díaz-Canel, Raúl Castro y Esteban Lazo.
“Frágil”, “impresionable”, “grandilocuente”, “teatral”, es genéticamente la nación cubana, y esas características personales del individuo que aunados todos en un territorio y bajo un mismo gobierno forman una nación, son, precisamente, las “debilidades” de las que se ha valido el régimen totalitario castrocomunista para hundir a los cubanos en la más absoluta sumisión.
El Estado totalitario domina a la persona rebelde o a un grupo de personas sublevadas mediante el empleo de soldados, policías, chivatos, fiscales, jueces, la cárcel o los pelotones de fusilamiento. Pero no es posible someter a una nación toda, ni aun a aquella compuesta por masas lastradas por taras genéticas o “haitianizadas”, sólo utilizando procedimientos de castigo.
Entrecomillé un grupo de palabras al inicio porque, científicamente, está demostrado que una persona lleva consigo rasgos biológicos de sus ancestros que no son modificables. Pero también está comprobado irrefutablemente que toda persona debidamente instruida, es capaz de identificar, atenuar y hasta erradicar rasgos de carácter sobrevenidos por genes que constituyen desventajas personales. O dicho de otro modo: No sólo soy hijo carnal de mi madre y de mi padre, sino que también soy hijo de la educación que ellos me dieron y del hombre que yo hice de mí.
Es así como la educación, y no sólo la instrucción de la escuela sino también y de forma principalísima la enseñanza de la familia, contribuyen y son determinantes en la conformación de las naciones, y es por esa razón que el Estado totalitario comunista, tan pronto como llega al poder e, incluso, durante la lucha por el poder político, primero que todo subvierte a las familias y se hace con el control de la educación, estatizando desde la enseñanza primaria hasta la universitaria, y de forma muy particular, la enseñanza de la historia. Y ese es nuestro caso. Veamos sólo estos pocos ejemplos.
Estatizar la historia.
Prolijo en sucesos históricos relevantes resulta mayo para Cuba; esto, en el supuesto caso de existir memoria histórica, entiéndase, presencia patria genuina y no palabrera en nosotros, los cubanos, descendientes de un ajiaco de razas, cocinado, y no precisamente a fuego lento, en las llamaradas lujuriosas de españoles aventureros, esclavos africanos supersticiosos y culíes chinos dados al opio.
Por sus resultados nefastos en la construcción de la nación y de la nacionalidad, destacan entre esos sucesos históricos la muerte del mayor general Ignacio Agramonte y Loynaz -entre nosotros síntesis de la nación, el Estado y el derecho- ocurrida en el potrero Jimaguayú, el 11 de mayo de 1873, y, la de José Martí, como diría Jorge Mañach, “el apóstol”, también muerto en combate en el quinto mes del año, pero 22 años después de la caída de Agramonte, el 19 de mayo de 1895, en Dos Ríos.
Epílogo enaltecedor para esas dos muertes trágicas, las de Agramonte y Martí, como así mismo infaustas resultan las muertes en los campos de batalla, en las prisiones o en el destierro de cientos de cubanos que dieron sus vidas y su libertad por la libertad de su patria, parecía que iba a suceder, ¡por fin!, la conclusión del coloniaje cuando la República de Cuba, con su Constitución y su presidente democráticamente electo, se erguía independiente el 20 de mayo de 1902, pronto hará 122 años.
Los años perdidos
Pero estos han sido, salvo escasos momentos de decoro, 122 años perdidos, los años de una nación fallida; y por sólo citar un ejemplo de cuán pernicioso puede resultar para una nación un suceso político transgresor, obsérvese que la puerta de entrada para el régimen totalitario castrocomunista que ya se prolonga por más de 65 años, fue el golpe de Estado del 10 de marzo de 1953.
Hoy, con tanta hambre en las plebes, con tantas miserias económicas y miserias cívicas en el pueblo cubano todo, dentro y fuera de Cuba, porque hay muchos con poco o con mucho dinero que son menesterosos morales, políticos y ciudadanos, es útil preguntarnos:
¿Cómo es posible que un pueblo contraiga un maridaje exultante, sí, alegre, aplaudidor, con una dictadura totalitaria, comunista, militar, de clan familiar, peor que las dictaduras que antes tuvimos en Cuba, si fuera posible decir que una dictadura es peor que otra…?
¿Cómo es posible que un pueblo sea tan fallido, tan bochornosamente consentidor, un pueblo cuyos ancestros se enfrentaron 30 años al colonialismo español para lograr la independencia, y luego, entre 1902 y 1965, durante décadas de gobiernos republicanos o dictaduras, fue un pueblo plantado en luchas cívicas o abiertamente armadas para recuperar la constitucionalidad quebrantada…?
Esas dos interrogantes sólo tienen una respuesta dolorosamente cierta: Cuba falló. Sí, fracasó. El Estado totalitario castrocomunista es resultado de la nación fallida: Cuba.
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