Por Iván García.
Cada vez que el dólar sube un peso, Julián, 79 años, tabaquero jubilado, es aún más pobre. Y en los últimos cuatro meses el billete verde estadounidense pasó de cotizarse en 255 pesos a 360 el 20 de abril, destrozando el escaso poder adquisitivo de la moneda local.
Sentado en un parque en la barriada de La Víbora, a veinte minutos en auto del centro de La Habana, Julián cuenta un puñado de pesos que le pagó el dueño de un bodegón privado por limpiar el salón de ventas.
La primavera está en su esplendor. Los framboyanes desprenden flores anaranjadas y amarillas que forman una alfombra en la acera. Las mariposas revolotean entre los árboles y se escucha el canto de los pájaros. Pero Julián no tiene tiempo para contemplar el placentero paisaje.
Se guarda el dinero en el bolsillo trasero de su zurcido pantalón y se dirige al hostal Voya Boutique Hotel, ubicado en la calle Juan Delgado número 255 entre Santa Catalina y Milagros, Santos Suárez, a ver si necesitan botar la basura u otra faena.
El dueño del hostal, promocionado por Expedia, empresa de viajes y tecnología de Estados Unidos, es el hijo del primer ministro Manuel Marrero, que al igual que otros parientes de la burguesía castrista predican justicia social e igualdad, pero viven como auténticos potentados.
En el hotel, una antigua casona de principios del siglo XX renovada al detalle y pintada de color salmón con ribetes blancos, una cerveza cuesta el equivalente a tres dólares y un almuerzo con mariscos y vino a la carta ronda los 130 dólares.
Esa mañana Julián no tuvo suerte. Ya habían botado la basura. Tampoco pudo conseguir latas vacías de refresco o cerveza ni botellas plásticas de agua mineral que puede vender como materia prima. Próximo a cumplir los 80, el ex tabaquero es un todoterreno. Limpia donde haga falta, recoge desechos y hace arreglos de plomería, entre otras labores que le permiten ganar unos pesos extras.
“Me jubilé hace doce años, cuando ‘éramos ricos’ y no lo sabíamos. Podías comprar pan y comer arroz, frijoles y huevos era normal. Hubo un tiempo que me tomaba dos o tres cervecitas los fines de semana y comía en una paladar con mi difunta esposa. Ahora lo que estamos pasando es tremendo. Es difícil describir tanta miseria. Los cubanos están pasando muchísimo trabajo para comer y mantener a su familia. Los viejos son los que peor estamos. No hay medicinas ni guaguas, falta el agua y volvieron los apagones. Nunca pensé que tomar café o comer pan con aceite y ajo fuera un lujo. En cualquier momento nos cobran por respirar. Sin informárselo al pueblo, se ha pasado del socialismo al capitalismo salvaje de Raúl Castro y su mayoral Díaz-Canel”, dice Julián.
En su opinión, en estos últimos cinco años Cuba ha empeorado terriblemente. «Ha aumentado la violencia en las calles y también los abusos a las personas desamparadas y de la tercera edad. Es alarmante la falta de educación, la vulgaridad y el despotismo. La gente adinerada te mira por encima del hombro, a veces con asco. Ha surgido una nueva clase, amamantada por el gobierno, tipos mediocres, incultos, cínicos, egoístas y sin valores humanos. Ya casi nadie sonríe ni te da los buenos días. Los jóvenes y todos los que pueden están emigrando. Y a los viejos y pobres que nos quedamos en la isla, que nos parta un rayo”, concluye el jubilado.
En la sociedad cubana cohabita una miseria de corte africana con el glamour al estilo de Miami. Llamémosle Miguel, teniente coronel retirado, que tras licenciarse del ejército tuvo varias opciones de empleo en el sector civil.
“Me propusieron trabajar como jefe de almacén en un hotel en Cayo Coco, chofer en una firma extranjera o directivo en la refinería Ñico López. La pensión de un oficial de las FAR o el MININT es considerablemente superior a un jubilado civil. Tengo una chequera de 15 mil pesos mensuales y no me alcanza. En la vida militar también existen clases. Un oficial, de teniente coronel para arriba, suele tener auto propio y un apartamento amueblado y con internet. Si es de la Seguridad del Estado tiene más privilegios. El resto de los oficiales de menor graduación, salvo excepciones, pasan bastante trabajo. Aunque en las unidades se consigue comida y puedes pasar las vacaciones en una villa militar.
«Si tienes buenas relaciones te puedes enchufar en una MIPYME, que es lo que está de moda. Ya ser dueño de un negocio es otra cosa. Debes tener un baro largo o ser pariente de un peso pesado. En Cuba tienen mucho dinero aquéllos que GAESA autoriza. El resto son subordinados y testaferros. Si te haces el cabrón, como Alejandro Gil, e intentas ganar dinero por la izquierda o robarles, te pasan la cuenta. Cuba funciona como un clan. Si no sigues las reglas de juego, explotas. Ni siquiera Díaz-Canel y Marrero tienen barra libre. El dinero de verdad lo controlan cinco o seis familias. Y ya sabes a quienes me refiero”, afirma Miguel.
Mientras el 60 por ciento de las viviendas en la Isla están en mal o regular estado técnico, abundan los salideros de agua y en zonas del municipio Arroyo Naranjo hace más de un mes que no recogen la basura, ha surgido una clase, exclusiva y adinerada, que vive al margen de la ley y no rinde cuentas de sus finanzas.
Muchos ciudadanos se preguntan de dónde salió el dinero para que el hijo de Manuel Marrero o la nieta de Raúl Castro puedan establecer exitosos negocios particulares. “Los negocios de quienes tienen apellido Castro o son familiares de un mayimbe son diferentes. No piden permiso para importar lo que necesiten. Nadie les fiscaliza sus ganancias y gozan de prerrogativas que no tiene el resto de los emprendedores privados. Cuando Eusebio Leal vivía y era el dueño de Habaguanex, en una ocasión fui a inspeccionar un almacén en La Habana Vieja y no había controles de la entrada y salida de mercancías. Un hombre de confianza de Leal lo apuntaba en un cuaderno y punto. Podía regalarte un televisor y no pasaba nada. A GAESA y los negocios de los hombres fuertes de Cuba nadie los inspecciona. No hay ninguna transparencia”, asegura un ex inspector de controlaría.
Mientras miles de cubanos suelen estar tres horas esperando un ómnibus del transporte público y los propietarios de vehículos residentes fuera de La Habana solo pueden comprar, cuando hay, 20 litros de gasolina al mes y sufren apagones de hasta 15 horas diarias, por las calles de la capital circulan automóviles Chevrolet o Tesla y camionetas Ford importados de Estados Unidos.
Mientras ancianos como Julián desandan la ciudad para buscarse un puñado de pesos, esposas, hijos y nietos de la nomenclatura pagan 100 dólares para ir a gimnasios climatizados y bien equipados y comen en restaurantes privados como La Guarida, donde una cena supera los 200 dólares. Viven en mansiones confiscadas a la otrora burguesía nacional y pueden pagar 500 o mil dólares por una botella de whisky o champán. Hablan en nombre del socialismo y de la explotación del hombre por hombre, pero tienen empleados domésticos, chefs de cocina, peluqueros de perros y funcionarios expertos en protección personal.
Ese grupo minoritario posee el 70 por ciento de los dólares que entra al país. No les basta. Y están intentando diseñar nuevos esquemas para controlar las divisas, captar más remesas y seguir lucrando con el hambre y las necesidades de los cubanos.
Hace tiempo que Cuba es una piñata. GAESA, a pesar de la feroz crisis económica, ha invertido más de 20 mil millones de dólares en los últimos quince años en el sector turístico, a pesar que la ocupación habitacional no supera el 25 por ciento. Cada año el Estado les otorga más del 30 por ciento del presupuesto nacional a la construcción de hoteles, 16 veces más que a educación, salud pública y agricultura. La élite verde olivo hace lo que le da la gana. Se consideran los dueños de la nación.
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