viernes, 24 de agosto de 2012

Cataclismo en Cuba.

Por Alejandro Ríos.

Tengo un amigo handyman, que se ocupa de manera prolija de la carpintería, albañilería y demás menesteres que precisa mi casa en su mantenimiento regular. Hombre de origen humilde, con cerca de dos décadas en esta nación, no ha dejado de trabajar desde el primer día que llegó. Sus hijos han fundado familia, es feliz abuelo y casi tiene pagado su hogar, lo cual son logros sustanciales cuando hay que empezar de cero.

En Cuba sufrió prisión al ser devoto de una religión que estuvo proscrita por los Castro. En aquellos días aciagos apenas contó con la solidaridad de su familia enceguecida por la doctrina revolucionaria.

Ha regresado eventualmente a Cuba acompañado de un hermano libre, que vive en Alemania, al cual ha ido a visitar alguna que otra vez en jornadas a Europa pagadas con dinero bien habido.

Durante su estancia reciente en la isla visitó a la parentela de otrora soberbios militantes que hoy son seres derrotados, viviendo en la ignominia del olvido y las carencias.

Cada vez que intentó argumentar con ellos razones que justificaran ese estado de circunstancias lamentables, recibió el silencio como respuesta. Hay una mezcla de vergüenza, por lo que le hicieron, y la desilusión de haber perdido la vida en aras de una ideología nefasta que los dividió sin piedad.

Vio pueblos devastados, como si hubiera ocurrido una guerra. Donde antes hubo bodegas, tiendas, negocios y una vida civil funcional. Calles desgajadas y timbiriches de mala muerte, agredidos por la indolencia de un gobierno controlador que no produce ni ampara bienes sociales ni económicos.

Mi amigo no habla ni en la radio ni en la televisión aquí en el exilio, sólo es vocero de sus razones que son irreprochables. Me hace su historia con palabras llanas y a veces se emociona. Es un hombre que arregla y construye. Se esmera en que las cosas queden bien y bonitas.

Nunca se ha referido a la religión que profesa, es el súmmum de la discreción en ese sentido. Su visita al pasado, a la fealdad y la indigencia, en las antípodas de su vocación, le confirió la certeza de haber tomado las mejores decisiones.

Entre los familiares de Cuba, hay algunos entregados al alcohol, en su versión más ríspida. Tal vez por el dilema tanático de “Patria o muerte” la vida ha perdido cierto valor, aquel que concede una aspiración, un sueño realizable. Allí, afirma mi amigo, se malvive para ver el tiempo pasar, que transcurre lento y desesperanzador.

No recuerda que nadie le haya confiado que aquello era una utopía realizable. No lo fue sobre el papel y menos en la práctica. Aprendió, sin embargo, que las utopías son las que más rápido se corrompen y desvían el rumbo, si alguna vez lo tuvieron.

El pasado primero de mayo, desde el promontorio del monumento a José Martí, otro mayoral bendice el multitudinario rebaño obrero, en vacua pachanga, con su atorrante presencia, mientras el líder sindical de turno habla del modelo económico cubano y de actualizar el modelo socialista. Incluso se permite un mensaje de solidaridad con los pueblos y trabajadores que en el mundo son víctimas de la crisis económica global, como si viviera en otro planeta.

Mi amigo el handyman ya sacó la cara por nosotros y nos dispensa un hálito de esperanza, mientras el cataclismo en la isla no tiene para cuando acabar.

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