Por Víctor Ariel González.
Por la vieja calle de Obispo miles de caminantes van y vienen a diario. En unos pocos metros, los turistas, que allí constituyen mayoría, son acosados por vendedores de suvenires o meseros de cualquier bar donde suenen el Chan Chan o la Guantanamera. Hay todo tipo de pequeñas tiendas, parques y hoteles. En su hora pico, por esta vía peatonal cuesta abrirse paso entre el tumulto.
Sin embargo, hacia uno y otros lados de este paseo turístico el panorama es completamente distinto. Las calles de la Habana Vieja paralelas a Obispo no han sufrido la misma suerte de su vecina, e incluso aquellas que la cruzan muestran huellas de una destrucción tan hiriente que parece responder a un plan maestro de vandalismo institucionalizado. Tal es el caso de Villegas, una de las primeras que atraviesan la vitrina del Casco Histórico.
En la misma esquina, donde radica una heladería, una loma de escombros descansa frente a un oscuro y apestoso charco. Al llevar la vista un poco más allá, se ve toda una cuadra que ha sido excavada y la tierra asoma, donde bultos de basura se acumulan aquí y allá junto a manojos de cables. Quienes caminan por aquí deben sortear todos los obstáculos imaginables. El espectáculo es deprimente, y contrasta con las exquisitas tiendas de Fariani o Ted Lapidus, a escasos metros de distancia.
“Hará cosa de cinco o seis meses que vinieron y levantaron esto”, describe Yenisel, que cada cierto tiempo acude a una peluquería ubicada en esta misma cuadra. Frente al local ahora hay un hueco tan grande que en los días de lluvia “se convierte en un foso”, dice la entrevistada, quien prefiere no brindar más señas que su nombre de pila.
A los vecinos no les han dicho nada sobre la fecha en que concluyen las obras. Pese a que es miércoles, no hay rastros de ningún trabajador por la zona. “Ya se ha hablado con los responsables y siempre nos dicen que casi se va a arreglar, pero luego te dicen que se rompió este o aquel equipo”, se queja otro vecino, que solicita anonimato total.
El Casco Histórico es una zona turística que funciona a manera de feudo, atendido directamente por altas esferas estatales. Constituye una zona estratégica, económicamente hablando. Las obras forman parte de la “modernización” de redes que tiene lugar en La Habana Vieja. En varias de sus calles se han abierto zanjas y desenterrado los viejos conductos de electricidad y gas. Monserrate, por ejemplo, también ha visto uno de sus tramos afectados, cortando la circulación hacia el túnel de la Bahía y desviándola hacia Prado.
Estos trabajos no deberían llevar demasiada complicación. Pero en Cuba, la solución de un problema cualquiera suele generar decenas de conflictos y daños colaterales.
Por ejemplo, en lo que han demorado para llevarse los viejos registros, poner nuevas redes y taparlas, sobre los escombros de Villegas y Obispo se han ido acumulando los desechos domésticos. A falta de suficientes contenedores, no es de extrañar que bajo el ardiente sol del eterno verano insular se formen nubes de moscas sobre la pudrición, que no tarda en aparecer. La peste es insoportable, y más vale pasar de largo rápido.
Lo otro son las nubes de polvo que se levantan desde los escombros en los días secos y de viento. Sin duda los habitantes de la zona están respirando una atmósfera cargada de materiales de construcción –¿o de destrucción? –, algo que puede provocar asma y otras reacciones adversas, además de la suciedad volante que termina posándose en todas partes.
Además de los daños a la salud y la violación al derecho a vivir en una comunidad limpia, hasta la industria turística se ve afectada pues no resulta nada edificante transitar por un campo de ruinas.
Aparte de los restos que deja el paso del tiempo, ensañado con la ciudad vieja, constituye una regularidad que cualquier labor de mantenimiento provoque todavía más destrucción. Pero tal vez los vecinos de Villegas tengan suerte, porque a fin de cuentas, no conviene que los visitantes extranjeros vean una ciudad tan repulsiva. Por tal de guardar las apariencias en la cercana Obispo, seguramente serán de los primeros en ver la luz al final del túnel, o en la boca de los enormes huecos que hoy yacen abandonados a su suerte.
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