Por Iván García.
Ya había caído la tarde de un día extremadamente caluroso y sin una gota de brisa, cuando un furgón Mercedes Benz blanco con capota azul de la policía nacional, se aparcó a un costado de la Plaza Roja de La Víbora, barrio a media hora en auto del centro de La Habana.
Pasadas las doce de la noche, decenas de adultos, jóvenes y adolescentes caminaban rumbo a sus casas o hacían corrillos en las esquinas, luego de terminar una de las frecuentes pachangas de reguetón y música salsa patrocinado por la dependencia municipal del Ministerio de Cultura.
El pretexto para organizar estas fiestas puede ser cualquier cosa. El fin del verano, una fecha simbólica de la revolución o una manera de recaudar miles de pesos vendiendo cerveza a granel y refrigerios ligeros a los residentes en la periferia de la capital, mayoritariamente negros y mestizos y con escasas opciones recreativas.
Luego que termina la timba y los cueros dejan de sonar, comienza lo bueno. Trifulcas con armas blancas, sexo en cualquier recodo y orinarse en la calle, ebrios y sabrosos, después del festín.
La acción policial es bienvenida. Lo reprobable es el método. Su modus operandi es abiertamente racista. Sentados en el furgón, una decena de negros, algunos esposados, esperan ser conducidos a la unidad policial.
“Siempre es lo mismo. Los negros somos el tiro al blanco. Aunque llevemos el carnet de identidad y no tengamos un expediente delictivo, cargan con nosotros. En la unidad nos meten en un calabozo apestoso y nos sueltan en la mañana. No sé qué pretenden con esas redadas. Tal parece que los delincuentes en Cuba solo son los negros o mestizos”, señala disgustado Moisés, estudiante de preuniversitario que en diversas ocasiones ha sufrido detenciones exprés.
Aunque la prensa oficial no publica estadísticas, Reinerio, guardia en la prisión de máxima seguridad Combinado del Este, en las afueras de La Habana, dice que “el 70 u 80 por ciento de los presos comunes son negros o mulatos”.
Según el régimen, en las cárceles de la Isla la población penal asciende a 57 mil reclusos. La Comisión de Derechos Humanos, presidida por Elizardo Sánchez Santa Cruz, afirma que en Cuba existen alrededor de 200 prisiones y cerca de 80 mil reos.
En tres ocasiones, Daniel ha sido huésped de las duras cárceles de la Isla. “En dos de esas ocasiones no había cometido ningún delito. Para las autoridades era sospechoso solo por ser negro, no trabajar y tener antecedentes penales”.
Carlos, sociólogo, piensa que el racismo solapado que se practica en diversas instituciones cubanas resulta preocupante. “La discriminación por el color de la piel es un asunto de vieja data. Se remonta a 1886 cuando se abolió la esclavitud. Los negros partieron en desventaja. No tenían propiedades, dinero y la mayoría eran analfabetos. En la república se diseñaron políticas para integrarlos. Pero se mantuvo el apartheid racial en diversos estamentos de la sociedad”.
Según Carlos, Fidel Castro pensó solucionar el problema con decretos y buenas intenciones. “Pero ha sido así. Además del racismo que subsiste en un segmento de la poblacional, algo que no se puede legislar, instituciones como la policía, turismo, aviación civil o medios audiovisuales, tienen prácticas segregacionistas”.
El sociólogo considera que ya es hora de que el Estado cubano en las planillas para buscar trabajo o acceder a la universidad, elimine la pregunta sobre el color de la piel. “En sociedades más racistas que la cubana, se ha eliminado ese dato”, señala.
Cuando usted recorre centros turísticos en la Isla observará que los mejores puestos de trabajo suelen estar ocupados por personas de la raza blanca. “Los negros son destinados a la cocina, a limpiar pisos o ser mucamas. Es la realidad”, apunta un empleado del hotel Las Dunas en Cayo Santa María, provincia Villa Clara.
Igual sucede con los cargos públicos. Aunque el régimen ha maquillado el Comité Central y al monocorde parlamento cubano con una mano de pintura negra o carmelita, los puestos ejecutivos de importancia lo ostentan blancos.
“Los negros fueron importantes en las guerras africanas que desarrolló Cuba en las décadas de 1960, 1970 y 1980. Siempre como carne de cañón. Por cada diez altos oficiales blancos, había dos negros. En el generalato las diferencias son aún mayores”, subraya René, ex oficial de las fuerzas armadas.
Luis Alberto, graduado con diploma de oro en una escuela de lenguas extranjeras, cuenta que al llegar a un hotel habanero de cinco estrellas donde solicitaban guías de turismo, vivió la discriminación racial.
“El jefe de personal me dijo que esperara en mi casa una llamada telefónica para comenzar a trabajar. Nunca me llamaron. Un amigo que trabaja en el lugar me contó el motivo: cuando me fui, el tipo comentó, ‘este negro feo me va asustar a los turistas”, expresa Luis Alberto.
Lo peor es que todos los presentes rieron la ‘broma’ del jefe.
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