Por Eugenio Yáñez.
“Ahora sí vamos a construir el socialismo”, pronosticó el Comandante en 1986. Era el entierro de lo que quedaba de “revolución”.
En una acción abiertamente contrarrevolucionaria, preocupado por la trascendencia de la perestroika y la glasnot en la Unión Soviética, lanzó el “Proceso de Rectificación de Errores y Tendencias Negativas”, que llevó al país al desastre y retrotrajo a los cubanos a los peores momentos de escasez y colas de los años finales de la década del sesenta, tras la “Ofensiva Revolucionaria”, y los primeros de la del setenta, con el fracaso de la zafra de los diez millones. Ahora, culpables del naufragio fueron sindicados abstractos “tecnócratas” que no querían obedecer ni guiarse por las sapientísimas coyundas del inmortal Partido Comunista.
Así cayó la economía en picada una vez más, de fracaso en fracaso, mentira en mentira, quimera en quimera, siempre dependiendo de “países hermanos” que garantizaran grasas comestibles, leche en polvo y combustible, para que el país no se paralizara.
En medio de ese cataclismo, en la segunda mitad de 1989, tras el fusilamiento del más exitoso general cubano tras una acusación absurda que irradiaba envidia y temor del máximo líder, las cosas se complicaron. Tan pronto los países del bloque socialista supieron que el Ejército Rojo soviético no masacraría a los pueblos sometidos que rechazaran el comunismo, como hizo anteriormente en Budapest y Praga, el “campo socialista” se derrumbó como castillo de naipes, y la supuesta “nueva era en la historia de la humanidad” apareció en su verdadera dimensión, oculta hasta entonces por la tergiversación: un feroz imperio colonial sometiendo por la fuerza naciones vecinas.
Con la URSS tambaleándose por su legendaria ineficiencia pretendiendo una utopía contraria a la condición humana, China y Vietnam comenzando a avanzar gracias al rechazo de la locura marxista-leninista, y Europa oriental y Mongolia huyendo del manicomio, lo más elemental para cualquier gobernante verdaderamente interesado en el bienestar de su pueblo hubiera sido admitir que el camino anterior era equivocado, que el castrismo, doloroso camino hacia ninguna parte, era más absurdo aún ante las nuevas realidades, y buscar soluciones para mejorar las condiciones de vida de la población y el funcionamiento adecuado de la economía, intentando mantener en un nivel realista lo alcanzado en salud pública y educación.
Pero ni el inquilino de Punto Cero ni su hermano en La Rinconada están interesados en el bienestar de su pueblo, y ven las penurias y miserias de los cubanos como parte del precio político a pagar para que ellos, hijos de un militar español contra la independencia cubana, disfruten las mieles del poder, junto a familiares, descendientes y compinches, durante más de medio siglo.
Por eso el tirano hizo exactamente lo contrario: siendo inevitable el estrepitoso final de los subsidios y que quedara al desnudo la famélica economía “socialista”, impuso el “Período Especial en Tiempo de Paz”, versión surrealista del supuesto “Período Especial en Tiempo de Guerra”, concebido para el escenario de una invasión de EEUU sin que el régimen recibiera ningún tipo de ayuda “fraternal”.
El país comenzó a estancarse mientras el régimen dilapidaba los escasos recursos para realizar unos Juegos Panamericanos que colmaran la soberbia del dictador. Todos los que hayan vivido el Período Especial en Cuba recuerdan los cortes de electricidad de hasta 16 horas diarias; los kilómetros de pedaleo en bicicleta para desplazarse, con los accidentes y fallecidos por falta de iluminación y medidas de seguridad; los cocimientos de cáscara de plátano, “bistés” de frazadas de piso, “picadillo” de cáscaras de toronja, y “pizzas” de condones; las fábricas paralizadas y los trabajadores en sus casas recibiendo el 60 % de su salario; la brutal devaluación de la moneda tras autorizarse la circulación del dólar; el “boom” de la prostitución. El PIB llegó a caer hasta en un 38 %. Si las cosas no llegaron hasta el límite fue porque tras años de suplicios apareció Hugo Chávez, y ahora Nicolás Maduro, que prefirieron destruir a Venezuela para mantener navegando la chalupa castrista en el “mar de la felicidad” construido en la Isla y replicado en Venezuela.
Las escasas medidas para admitir entonces alguna inversión extranjera, trabajo independiente de los cubanos, o turistas del “mundo capitalista”, no se adoptaron por estrategia sino por asfixia, y se atiborraron desde el comienzo con cortapisas y limitaciones. Los repuntes puntuales en los últimos años no son suficientes para superar la crisis, cuando el mismo Raúl Castro reconoció que el régimen estaba al borde del abismo: los salarios y pensiones siguen resultando insuficientes, los precios parecen estratosféricos, la producción de alimentos es cada vez más raquítica, las escaseces alcanzan hasta a productos que se compran en moneda fuerte, la corrupción es rampante y creciente, los deseos de emigrar se multiplican, y muy pocos ven el futuro con optimismo.
¿Cuántas privaciones, humillaciones y miserias vivieron las esposas, hijos y familiares de los culpables y cómplices de implantar el período especial en Cuba, que hasta ahora el régimen no ha dicho que haya terminado? ¿Algún apologista de la tiranía, especializado en jerigonzas, podría explicar cómo vivían los privilegiados mientras tantos cubanos pedaleaban interminables horas o pasaban hambres africanos en una isla con tierras tan fértiles, y tan cercana al mayor productor de alimentos del mundo?
Los esbirros que defiendan la infamia, como siempre. Pero ¿de que sirvieron los sacrificios y miserias impuestos a la población? ¿Hacia dónde se dirige Cuba en estos momentos? ¿Pretenden construir el socialismo castrista con métodos del más feroz capitalismo de Estado? ¿Hasta cuándo explotarán a los trabajadores de la salud “alquilados” a países extranjeros? ¿Qué hubiera sido del régimen sin los dólares de los tan temidos turistas? ¿Qué haría el castrismo sin las remesas familiares de los odiados “gusanos”?
Además, mucho más aplastante: ¿Cómo explicar el llamado “maleconazo” y la crisis de los balseros? ¿Cómo justificar el hundimiento del remolcador 13 de marzo y el derribo en aguas internacionales de las avionetas de Hermanos al Rescate?
Mucho más importante que lo que digan los secuaces del régimen, podríamos hacernos una pregunta muy concreta y absolutamente diferente: ¿Qué merecen quienes, aferrados al poder y a privilegios exclusivos para ellos y los suyos, han impuesto por la fuerza a los cubanos un cuarto de siglo de limitaciones, privaciones y necesidades, invocando una supuesta revolución que se fue a bolina hace ya tantos años?
Ofrecieron socialismo o muerte. ¡Pura redundancia!
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