Por Adriana Zamora.
El Vedado, como tantos barrios habaneros, es un ejemplo palpable del proceso de transformación padecido por Cuba en los últimos 56 años. Sus espacios públicos relatan la historia de una revolución muchas veces destructiva y siempre caprichosa. Baste como ejemplo la popular Avenida de los Presidentes, calle G, con sus estatuas desaparecidas para siempre y otras vueltas a aparecer según soplara el viento sobre la voluntad del Gobierno.
La cantidad de viviendas de valor arquitectónico que aún sobreviven dan fe de una clase media y alta floreciente que, en su mayoría, abandonó el país en los años 60. Casas que pertenecían a familias acaudaladas, de políticos, industriales, banqueros; pero también de profesionales, como las que aún ostentan los letreros indicando la consulta de médicos especialistas.
La historia que ellas relatan tiende a pasar desapercibida porque casi nadie se pregunta ya a quién pertenecía una casa antes del 59, como si hubiese sido construida originalmente para ser el comedor de un centro de trabajo o un círculo infantil. Las casas del Vedado, que un día fueron propiedad de familias prósperas, hoy han perdido su carácter bajo el imperio del único propietario, el Estado.
Se puede considerar afortunado que alguna se haya convertido en museo, como la casa de José Gómez Mena (construida en 1927) y luego de María Luisa Gómez Mena, en la calle 17 número 502, hoy Museo de Artes Decorativas. Otras han sido declaradas patrimonio, lo que garantiza que el Estado se responsabilice por su conservación y, de paso, que su historia no se diluya en el olvido.
La casa de los marqueses de Avilés, Manuel González de Carvajal y González de Carvajal casado con Margarita González de Mendoza y Montalvo, en 17 entre I y J, disfruta de ese privilegio. Construida en 1915, aún es imponente. Allí radica el Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos (ICAP), institución estatal que nadie parece saber para qué sirve, pero que ocupa dos de las más importantes casas del Vedado. La otra, también declarada patrimonio, es la famosa vivienda que el empresario Juan Pedro Baró construyó en 1927 para su esposa en segundas nupcias Catalina Lasa.
La fachada de esa masión (Paseo 406) ha sido pintada de un rosa estridente que desentona con la majestuosidad del recibidor. Una cafetería con mesas plásticas y precios caros en CUC está instalada en el patio, junto a la fuente que no funciona hace años. En la biblioteca, los estantes de finas maderas cubanas soportan un jarrón de barro, enorme y burdo, con la cara de Fidel Castro pintada, junto con adornos soviéticos que se conservan de la época en que era la Casa de la Amistad Cuba-URSS. El mármol de Carrara, las arenas del Nilo usadas en el repello de sus muros, la herrería española y los vitrales construidos con las bases de las copas usadas en la boda Baró-Lasa sirven hoy para endulzar los ojos de los amigos extranjeros del régimen cubano, como si la belleza de la edificación fuera un logro más del socialismo.
El Museo Servando Cabrera, originalmente Villa Lita, construida en 1926 en la calle Paseo 304, una casa de arquitectura italiana, única en el Vedado, fue declarada patrimonio cuando ya sus techos acusaban la despreocupación de medio siglo. La comenzaron a reparar tarde, a pesar de que alberga obras originales de importantes pintores cubanos.
La casa del banquero Juan Gelats, construida en 1920 en la esquina de 17 y H, es la sede principal de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Aunque pocos parecen recordar el nombre de su anterior propietario, al menos la leyenda de su suicidio se mantiene entre los que trabajan allí. "Pero le pagó a sus empleados todo el dinero que les debía antes de matarse", recalcan algunos, dispuestos a creer que el fantasma todavía ronda por los jardines del bar Hurón Azul, entre los artistas que van a tomar ron en peñas y presentaciones de libros.
Otras casas conservan su arquitectura de acuerdo a la relevancia o el poder de la institución estatal que las ocupa. En la calle 15 entre 6 y 4, el número 860 pertenece al Coro Nacional de Cuba y el 858 a la Asociación Nacional de Economistas y Contadores. Son casas gemelas que, según sus trabajadores, pertenecieron a dos ramas de la misma familia. A pesar del esmero puesto en su reparación, el 858 todavía guarda el aliento del albergue en que fue convertido cuando sus dueños abandonaron el país.
El Ministerio de Educación no es de los que conserva sus casas en mejor estado. En 21 y 4 puede encontrarse la sede municipal de Plaza, en una casa que solo recibe pintura para que no se note tanto el deterioro. Según cuentan, una descendiente de los propietarios visitó Cuba hace dos años y fue a ver la casa de su familia. Nadie sabe qué le pareció, pues no hizo ningún comentario in situ.
Otra que muestra los estragos de los años y el uso continuado es el antiguo Colegio de la Luz, en 25 entre L y M. Hoy es la Escuela Secundaria Rubén Martínez Villena y sus estudiantes no saben su historia antes del 59. Incluso los maestros son incapaces de distinguir si el colegio fue construido para los hijos de los masones o de los Caballeros de la Luz.
Peor suerte han corrido las casas situadas en la esquina de K y 19, y en H entre 21 y 19. La primera es el comedor obrero del ICRT, con todo lo que implica un comedor de ese tipo en materia de olores, churre y precariedad. La segunda es la Casa Comercial del Gas Manufacturado de Plaza y no escapa de las divisiones interiores con paneles y del ambiente de terminal.
Antes de convertirse en sede del Instituto Internacional de Periodismo, la casa ubicada en G entre 23 y 21 tuvo diversos usos. Fue un círculo infantil y un albergue. Hoy es una casona maltratada que exhibe en sus jardines a empleados sin nada que hacer, que fuman y conversan para matar el tiempo.
El Palacio de los Matrimonios de N y 25, legendaria casa de Fausto G. Menocal (1921), conserva su majestuosidad en medio de desconchados, filtraciones, jardines descuidados y suciedad. A nadie se le ha ocurrido declararla patrimonio o darle al Ministerio de Justicia algo de presupuesto para su rescate.
En la calle 23 entre 4 y 6, en el número 1.002, tras la reja guardada con cadenas y candados, radica la productora fílmica del Ministerio del Interior (MININT). Este organismo militar fue muy hábil para quedarse con una de las más llamativas casas del Vedado, pero no así para cuidarla. Y no se trata solamente del pobre mantenimiento del edificio, sino de los agregados que no tienen nada que ver con la arquitectura original. Por no hablar de los jardines, que no conservan ningún motivo para llevar tal nombre.
Las casas que no pertenecen a instituciones ni a un propietario particular, aquellas que nunca dejaron de ser albergues o cuarterías, continúan en su tránsito hacia convertirse en ruinas. Aún si son casas con importancia histórica o cultural, como la de la familia Loynaz de Castillo, que inspiró a Dulce María Loynaz su novela Jardín.
Los habaneros han visto caer los pedazos de muchas viviendas ante la indolencia de las autoridades. La más visible por su ubicación fue quizás la de 23 y G, cuyos propietarios nunca abandonaron el país y no contaban con recursos para repararla, pero así y todo se negaban a "donarla" al Estado. Finalmente, cuando murieron, la vivienda se convirtió en la Casa Balear y, por supuesto, tuvo que recibir una reparación capital. En el mismo corazón del Vedado, la destrucción progresiva de esa casa narraba una historia de venganza: la de un Estado que prefiere fabricar ruinas antes de permitir que una propiedad que desea no sea suya.
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