Por Iván García.
Dos policías vigilando la sede del Movimiento San Isidro en Damas 955 entre San Isidro y Avenida del Puerto.
Viernes 2 de abril. En una dulcería privada del barrio de San Isidro, la dependienta bosteza mientras en un televisor de pantalla plana mira el noticiero del mediodía. El salón está vacío. Un perro callejero sucio y hambriento entra al establecimiento buscando comida.
Un mesero le pone en un plato desechable pedazos de dulces. El dueño le increpa. “Si les siguen dando sobra de comida a los perros de la calle, además de que Salud Pública nos va a meter una multa por falta de higiene, espantas a los clientes”, dice, y de una patada espanta al can. Cuando el dueño se va, la dependiente comenta: “Todo el mundo está de mal humor en Cuba. El pobre perro no tiene la culpa de que las ventas estén por el piso”.
En una paladar cercana, el portero se abanica con el menú. “Estamos ofreciendo comida a domicilio. Tenemos descuentos”, apunta. Pero la gente, después de mirar los elevados precios, se marcha sin comprar. “El negocio está más pelado que el desierto de Sahara. Hace semanas que apenas vendemos. Mi papá es el dueño y tuvo que sacar a los trabajadores. Ahora mi mamá y él cocinan los pedidos y yo los recojo. Si vendemos dos o tres comidas al día es una fiesta. Algo tiene que pasar en Cuba. La gente está a punto de explotar. Sin dinero y sin comida. El hambre es mala consejera”.
En la calle Picota, casi frente a la unidad policial de San Isidro, un grupo de adolescentes escuchan en una bocina portátil el último hit del Micha y se pasan entre ellos una botella de ron barato. “Que anoche tuve un sueño, lo cuento y no me lo creen/ Que yo cantaba con Benny, con Celia en L y 23”, canta la voz ronca del Micha. El policía de guardia en la estación parece sordo.
En la calle Damas, donde reside Luis Manuel Otero Alcántara, líder del Movimiento San Isidro (MSI), algunos vecinos están sentados a la entrada de sus viviendas. Dos hombres sin camisa miran el panorama desde el segundo piso de un edificio ruinoso. Una vecina de Otero, con un short ripiado, rolos y descalza, está lavando y el agua que sale por el desagüe de la lavadora corre por la sala. “No hay nadie, señor”, me dice, cuando toco la puerta. “Luisma está pa’la calle. En su ajetreo. ¿Quisiera dejarle un recado?”.
Dos horas más tarde, me encuentro con Luis Manuel en un parque con esculturas de concreto en San Lázaro e Infanta. Viste una camisa hawaiana y un vaquero rojo desteñido. Cuenta a Diario Las Américas que “el lunes 5 de abril voy a preparar algo para los niños”. Y aprovecha para aclarar la polémica que en las redes sociales generaron sus palabras, de que la intención del MSI era una sociedad democrática, no tumbar a la dictadura.
“Creo que no se me entendió o no me supe explicar. Claro que lo que queremos es una Cuba sin dictadura, ¿pero como nosotros, activistas pacíficos, vamos a derrocar a un régimen que tiene las fuerzas militares de su parte sino tenemos ni un arma? Por eso apuesto por el diálogo para la transición. Pero si alguien tiene una propuesta de alzarse en armas, te juro que me apunto”, expresa.
Varias personas se acercan a saludarlo. Una joven quiere hacerse un selfie. Mientras intentábamos abordar un taxi colectivo, un muchacho lo saluda y le dice: ‘Estamos conectados’. Dos días después, en la misma cuadra donde reside Otero, Maykel Osorbo y otros integrantes del MSI, ante la imposibilidad de salir de sus casas, en un altavoz pusieron canciones contestatarias como Patria y Vida, Un sueño y Diazka de Aldo Rodríguez Baquero, líder del grupo de rap Los Aldeanos y Silvito el libre.
Antes, una patrulla intentó detener a Maykel y los vecinos lo impidieron. El agente que iba a efectuar la detención, lo dejó con una mano esposada. Parecía un performance. Osorbo, sin camisa, con su puño esposado entonaba el estribillo del rap de Los Aldeanos y Silvito el libre, ‘Díaz-Canel singao, Díaz-Canel singao’. El gentío del barrio le hacía el coro de fondo. La policía, intimidada, observaba, pero no reaccionaba.
En la mañana del lunes 5, cuando estaba todo listo para la fiesta infantil, se desataron las fuerzas represivas. Integrantes del MSI, entre ellos Otero y Manuel Cruz, que iba a actuar como payaso, fueron arrestados. «Estuve detenido más de doce horas. Me llevaron para una unidad policial en Regla. Cuando por la noche me soltaron, no tenía internet, no había forma de comunicarme con nadie», dijo Luis Manuel. Finalmente, el martes 6 de abril , pudo repartir los libros, caramelos y helado entre los niños de la barriada.
El creciente descontento que impera ahora mismo en Cuba se puede observar en cualquier municipio, en particular en los barrios duros y pobres de La Habana profunda, donde la mayoría de sus habitantes son negros y mestizos. Ya sea en San Isidro, Colón, San Leopoldo, Jesús María y Los Sitios, en el corazón de la ciudad. O en Párraga, Mantilla, El Moro, La Lira, Jacomino y La Cuevita, al sur de la capital, la tensión social se puede cortar con un cuchillo.
Los pocos ómnibus que transitan van repletos. Las colas para adquirir pollo son interminables. No hay medicamentos. Desayunar café es un lujo. Falta de todo y nadie espera que las cosas cambien. Para comprar pan, un paquete de salchichas o dos piñas tienes que hacer cinco o seis horas de cola.
La autocracia verde olivo solo promete continuidad. Los compadres del partido comunista siguen cargando en sus hombros el féretro del dictador Fidel Castro, como si de una procesión se tratara. No existen ideas nuevas, estrategias de reformas profundas ni propuestas creativas. Todo se centra en desempolvar los viejos discursos fidelistas. La sociedad hierve y el régimen está paralizado.
No hay soluciones al déficit de alimentos, medicinas, artículos de aseo ni al desabastecimiento generalizado. El presidente Miguel Mario Díaz-Canel Bermúdez pudiera aspirar a un récord Guinness como el mandatario que más reuniones celebra sin resolver nada. En plena crisis económica y sistémica, inflación galopante y malestar popular, anunció medidas de confinamiento más restrictivas para los habaneros.
“Es increíble, la gente está a punto de volverse loca con tanta escasez, colas, multas y prohibiciones y a este tipo (Díaz-Canel) solo se le ocurre más trancadera. Que siga jugando con fuego, que la paciencia de los cubanos tiene un límite”, confiesa Mirta, maestra jubilada.
Un sector de la disidencia opina que las nuevas medidas están más enfocadas en controlar a la ciudadanía en vísperas del VIII Congreso del Partido Comunista (16 al 19 de abril en La Habana, una ciudad que no aguanta más). Y no descartan que el régimen pueda desatar una intensa oleada represiva similar a la Primavera Negra de 2003. Si algo funciona bien en una dictadura es vigilar y arrestar a sus opositores.
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