Por Javier Prada.
Miguel Díaz-Canel durante su comparecencia televisiva.
Con su panza compacta y más maquillado que una geisha, el gobernante Miguel Díaz-Canel compareció en televisión para justificar la lluvia de apagones que padecerán los cubanos en los meses más calurosos del año. Su intervención, como la de Liván Arronte (ministro de Energía y Minas) y la de un funcionario de la Unión Eléctrica al que apenas se le entendía lo que hablaba, resultó tan insoportable, que pocos llegaron al final de ese “programa especial” cargado de malas noticias.
No hay generación suficiente, ni la habrá; se está trabajando con el crudo nacional, que contiene demasiado azufre y deja las calderas con incrustaciones que dificultan su adecuado funcionamiento; el “bloqueo”, la crisis global generada por la pandemia y la compleja situación internacional que, al menos para el régimen, nada tiene que ver con la guerra en Ucrania que ha disparado el precio del combustible, son las causas de que los cubanos deban regresar a los apagones del Período Especial.
De la ineficiencia de un régimen que lleva seis décadas hablando de ahorro y pidiendo prestado, nada que decir. La imagen de Díaz-Canel explicando gráficos que a nadie le interesan, sorteando sin éxito la contradicción de asegurar que están haciendo todo lo posible para que en el verano haya menos interrupciones del fluido eléctrico, pero a la vez anunciando trabajos de mantenimiento para los meses de julio y agosto, provocó que los cubanos alcanzáramos un nuevo pico de indignación.
Power Point y teque. Hasta ahí llega la creatividad de Díaz-Canel, para disgusto de Amelia Calzadilla, quien deberá exigirle otra cosa en su próxima directa, porque si de algo carece ese tipo y el Gobierno de Cuba en general, es de inventiva. Un poco antes de la comparecencia televisiva del mandatario, el Canal Habana había transmitido un reportaje sobre la crisis energética que atraviesa esa parte de Cuba que queda fuera de la agenda hotelera de López-Calleja y los muchos negocios manejados por la cúpula, sus descendientes y compinches.
Como si no hubiésemos hecho otra cosa desde que Fidel Castro bajó de la Sierra Maestra, los artífices de la continuidad nos cuentan, a la altura del siglo XXI, que “tenemos que ahorrar por todas partes”. Cualquiera pensaría que ellos también se incluyen en el segmento de consumidores obligado a ahorrar. Cualquiera pensaría que Díaz-Canel sabe de qué está hablando cuando menciona los “incómodos apagones”, mientras trata de recordar, desde su confort actual, los años en que servía a la Revolución, pedaleando Santa Clara sobre una bicicleta china con aires de hippie integrado.
Díaz-Canel quiere que los cubanos creamos que él y la “primera dama” que “trabaja en su trabajo”, tienen “el corazón en modo estropajo” por los cortes de luz, y que deben afrontar largas jornadas de labor después de haber pasado la noche sin dormir, alternándose con el resto de familia para abanicar al pobre nieto Mauro y evitar que los mosquitos se lo comieran vivo. Allá en el intrincado Cubanacán, donde dicen que viven hacinados todos los miembros de la familia Díaz-Canel, no llega el gas manufacturado ni el camión que reparte las balitas de gas licuado, debido a la falta de combustible.
Ya veo a Díaz-Canel aparcando el Mercedes Benz que lo sacó de Regla hace tres años huyendo de los vecinos damnificados por el paso del tornado. Lo veo arrastrando el carrito con la balita del gas para rellenarla en el punto más cercano que le queda a tres kilómetros, escoltado por dos o tres guardaespaldas que de cuando en cuando tienen que aflojar el paso para que el mandatario los alcance, porque el pobre, se fatiga. Es mucho el calor, demasiado abultada su barriga, y brutal la caminata.
Con el severo sistema de ahorro que se impondrá, es de esperar que en las próximas semanas los ministros, primeros secretarios del PCC y lamebotas de todo plumaje aparezcan en televisión visiblemente más delgados, pues tendrán que arreglárselas a pie. Siempre les queda la opción de hacer carpool e ir soltando a cada lacra en su ministerio; pero con lo mal que se llevan entre ellos, es probable que prefieran caminar.
Los cubanos podrán verlos en las calles para gritarles cuanto tienen atorado en el pecho, y hasta hacerles pasar un buen susto; porque llegados a este punto todos los dirigentes cubanos, sin excepción, califican para lapidación pública. Es lo que merecen por corruptos, incompetentes y abusadores.
Solo en el universo paralelo que habitan es posible imaginar que la patrulla “click” irá por todo el barrio tocando puertas para recordarles a los residentes que deben usar sus electrodomésticos lo menos posible, como si la tarifa de la electricidad posterior al “reordenamiento” no fuera disuasión suficiente para ello. Solo alguien que está desconectado de la realidad ciudadana de Cuba puede suponer que los hastiados habitantes de esta isla-mazmorra aceptarán que “los factores de la comunidad” les regulen el uso de los aires acondicionados bajo una solana inclemente, y sabiendo que esos factores son los mismos que se dedican a chivatear y medrar a la sombra de la dictadura, los que durante la pandemia se prestaron para la lucha contra los coleros y todo lo que hicieron fue beneficiarse ellos mismos tanto o más que el “enemigo” que debían combatir.
La crisis actual se parece en casi todo a la de los años 90, pero una de las diferencias fundamentales es esa: no hay utopía que defender, ni gente dispuesta a arriesgar su pellejo con tal de ser el guatacón modelo del barrio. Lo que viene es mucho peor y el régimen lo sabe; de ahí el nuevo Código Penal, que pese a toda su crueldad no será suficiente para contener la explosión social.
Mientras tanto, Cubadebate glorifica a un ingeniero que lleva más de 90 días trabajando en la termoeléctrica de Felton, lejos de su familia que lo espera “para la celebración del 26 de julio”, que tendrá por sede a la ciudad de Cienfuegos. La prensa estatal se hunde bajo el peso de sus falsedades, y el régimen se prepara para evitar la única celebración que cabe en el mes de julio: el 11J glorioso de un pueblo que no quiere saber de justificaciones ni continuidad.
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