Tomado de Cubanet.org
Reñido con las dictaduras estuvo siempre Guillermo Cabrera Infante, a quien los censores batistianos encontraron culpable por haber escrito un cuento plagado de obscenidades. Como castigo, al joven le prohibieron publicar bajo su nombre real, de modo que eligió el sencillo pseudónimo de G. Caín, una abreviatura de su nombre y la combinación de sus apellidos.
Aquel incidente ocurrido en 1952 no le impidió convertirse, dos años después, en crítico cinematográfico de la revista Carteles, y continuar con la brillante carrera que lo convertiría en uno de los escritores más ilustres de su generación, y más repudiados por el régimen de Fidel Castro.
El autor de Tres Tristes Tigres apoyó el proceso revolucionario en sus inicios. Entre otras responsabilidades tuvo a su cargo el suplemento “Lunes de Revolución”, desde el cual pretendía llevar a cabo los sueños de libertad y desarrollo cultural enarbolados por el nuevo gobierno.
Sin embargo, el cortometraje P.M., de su hermano Alberto “Sabá” Cabrera Infante y Orlando Jiménez Leal, entró en abierta confrontación con los parámetros ideológicos de la nueva cultura revolucionaria, y a partir de entonces una serie de acontecimientos modificarían la visión del escritor acerca del poder que se cernía sobre Cuba. La prohibición del audiovisual y el cierre de “Lunes de Revolución” marcaron el fin del idilio entre los intelectuales cubanos y la revolución castrista, que ya se perfilaba como la dictadura que realmente era.
Cabrera Infante acabó exiliándose tras un secuestro de cuatro meses a manos de la Seguridad del Estado cubano. Intentó radicarse en Madrid y Barcelona; pero finalmente se instaló en Londres, donde publicó su primera novela, Tres Tristes Tigres (1968), en la cual relata la vida nocturna de tres jóvenes en La Habana de 1958.
La obra fue calificada de contrarrevolucionaria y supuso la expulsión de su autor de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, por traidor.
Tres Tristes Tigres relata la vida de una Habana ligera, deliciosa y sensual que aún no conoce la represión castrista. Los personajes representan el ambiente variopinto de una ciudad que no escatimaba garbo, alegría y cosmopolitismo, disputándole a grandes urbes del continente el título de capital de América Latina. Una Habana que deliraba de placer sin imaginar que estaba a punto de cambiar, y que la nueva promesa bajada de la Sierra Maestra terminaría mutilando gran parte de su identidad.
En 1979 publicó su segunda novela, La Habana para un infante difunto, que también se compone de los recuerdos de infancia y adolescencia del autor. Más que una novela, es una memoria autobiográfica que contrapone un período idílico a otro cruelmente prosaico y oscuro. Una vez más el advenimiento del castrismo funge como un parteaguas en la narración, aunque la nostalgia de Cabrera Infante logra dejar de lado todo comentario político para centrarse en la Cuba viva de sus recuerdos.
Un tercer libro suyo que bien merece la pena es Mea Cuba, definido como el testamento político de un autor viviente. Es una compilación de escritos que evidencia la profunda huella dejada por la represión castrista en la vida del escritor, aunque Guillermo Cabrera Infante se las ingenia para bordar su amargura con toques de humor e ironía, recursos necesarios para sobrevivir al trauma.
Mea Cuba se abre como un inmenso escenario donde caben desde los principales personajes de la tragedia cubana, hasta los escritores estigmatizados, los que se fueron, los que se quedaron. Desfilan Heberto Padilla y Reinaldo Arenas, Lezama Lima, Virgilio Piñera, Alejo Carpentier. Aparece Fidel Castro como némesis de todas las libertades, manipulando a los protagonistas a su antojo. Mea Culpa ha sido catalogada como la más importante compilación de escritos sobre la política cubana desde la que hiciera José Martí.
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