Por Ernesto Pérez Chang.
Es aburrido, no lo niego, pero igual es prudente detenerse a hurgar en las biografías de los candidatos a diputados al Parlamento no solo para saber quiénes serán los 470 miembros de la claque teatral que, un par de veces en el año, cumplirán la única tarea de aprobar y aplaudir por unanimidad todo lo que, desde arriba, les pongan delante (incluso hasta el retorno de Marino Murillo con otro experimento, si tal atrocidad les ordenaran), sino para reparar en detalles que demuestran cómo funciona este teatro de marionetas que son las “elecciones” en Cuba.
No solo esta que realizarán el domingo 26 de marzo, sino todas las convocadas por un régimen que se lanza a usar la palabra “elección” aun a riesgo de ser corregido y condenado a la burla (ya que no al silencio absoluto) por quienes conocen el verdadero significado de la palabra en español, muy distante de lo que sucede por acá donde nada es lo que dice ser, y donde trastocan la cruda realidad con demasiados eufemismos.
Pero por mucho que se esfuercen en maquillar como nobles y democráticas sus verdaderas intenciones, ahí están las “cándidas” biografías de los candidatos, probablemente escritas por ellos mismos, para aburrirnos como letanía entre el noticiero y la novela, pero también para invitarnos a buscar esas contradicciones que son propias de los regímenes comunistas que el mundo ha conocido.
Por ejemplo, se puede comprobar que, en plena crisis de desabastecimiento y a pesar de la convocatoria a producir alimentos, entre los 470 candidatos apenas seis son campesinos, incluyendo entre ellos a un trabajador azucarero. Un elemento que puede tornarse más contradictorio cuando descubrimos que en provincias totalmente agrícolas como Pinar del Río, Camagüey, Las Tunas, Granma y Guantánamo, incluso en la Isla de la Juventud, ninguno de los candidatos está vinculado directa o indirectamente a la tierra, menos aún a algún tipo de industria como obrero simple.
Ni siquiera existe un solo trabajador manual como propuesta en La Habana, la principal zona industrial de la Isla, donde el componente más humilde entre los 71 candidatos son una maestra de primaria, un profesor de secundaria y una trabajadora social. El resto, con la excepción “colorista” de algún que otro médico, artista o profesor universitario, son burócratas, presidentes y vicepresidentes de esto y aquello, militares, directivos de empresas e instituciones, dirigentes de organizaciones sociales, estudiantiles y políticas subordinadas al Partido Comunista, tal como sucede con la mayoría de candidatos en las demás provincias.
Así, en todo el país no llegan a 50 los candidatos que no desempeñan (por el momento) algún tipo de cargo administrativo o político, mientras que, en contraste, son posiblemente más de la mitad, en todo el conjunto, los hombres y mujeres que son militares o lo fueron en algún momento de sus vidas. Una desproporción sin dudas interesante que nos sirve de indicador de lo que pudiera suceder en el escenario económico cubano durante los próximos cinco años, sobre todo si nos fijamos en que muchos de esos directivos “civiles”, incluso del “sector privado”, se han graduado en academias del Ministerio del Interior, las Fuerzas Armadas y hasta en Moscú.
Sin embargo, atendiendo a las nada casuales irrupciones de “gente de a pie” en un sistema tan burocrático y militar, lo que se pretende es proyectar hacia el exterior una falsa imagen de “unidad en la diversidad”, a la vez que, hacia lo interno, se buscaría lo mismo de siempre: reforzar en sus propias filas ese método de “premio/castigo” a las lealtades y complicidades, en tanto de la claque anterior solo terminan anulados o expulsados quienes son prescindibles ya porque murieron o ya porque perdieron utilidad práctica o simbólica.
De modo que una candidatura al Parlamento en Cuba es, además de golpe teatral, solo aquello que siempre ha sido: una palmadita en el hombro para el advenedizo que aspira en el futuro inmediato a algo más que a diputado, mientras que la reelección o reincidencia —salvo en los casos de vitalicios como Ramiro Valdés Menéndez, Guillermo García Frías y algún que otro “histórico” en función “ornamental”—, es la señal de que aún es tenido en cuenta, aunque apenas sea para aplaudir cuando el jefe de escena le indique el momento preciso para hacerlo.
En realidad esa “heterogeneidad”, por su carácter tan selectivo (para nada electivo), apenas cumple dos únicas funciones: decorativa o utilitaria, pero jamás vocera y representativa de un sentir popular sin miedos ni máscaras, aunque sí de un régimen que se proclama “para los humildes y con los humildes” pero que en realidad desprecia todo cuanto le recuerde el cúmulo de promesas sin cumplir. Y la gente de a pie, tan hambrienta y mal vestida, incluso cuando integra en minoría la claque del Parlamento, es la encarnación de esa inoportuna memoria.
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