Por René Gómez Manzano.
Este 28 de septiembre se cumple un año más desde que, en 1960, Fidel Castro anunciara, en uno de los mítines multitudinarios que solía convocar en aquellos años iniciales del “Proceso”, la creación de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR). Se trata -a no dudarlo- de una de las más evidentes muestras de la notable astucia que caracterizaba al aludido personaje.
Más meritorio (desde el punto de vista de los “revolucionarios”) resulta la fundación de los CDR si tomamos en cuenta que en los “países hermanos del socialismo” no existía una organización de características y objetivos similares. En la antigua Unión Soviética, por ejemplo, lo más parecido a eso era la junta de inquilinos de cada edificio de apartamentos, conocida en ruso como “Domkom” (acrónimo de “Domovói komitet” o “Comité de edificio”).
Paradigma del presidente de las entidades de ese tipo era Shvónder, quien, en el conocido relato Corazón de perro, de Mijaíl Bulgákov, ocupaba ese cargo en el domkom correspondiente al domicilio del profesor Filip Preobrazhenski, héroe científico y protagonista de la noveleta. Es a este último a quien Shvónder, a su nivel pedestre, trata infructuosamente de inocularle la ideología comunista. Felizmente, el autor, con valentía, lo hace fracasar en ese repudiable empeño.
Para mí está claro que los referidos “comités de edificio” tienen un vínculo muy lejano con la invención diabólica de los CDR castristas. Para empezar, la concepción misma de las antiguas instituciones soviéticas estaba circunscrita a los complejos de apartamentos. Nada que ver con la idea de agrupar en sus respectivas cuadras a los vecinos de casas individuales o incluso, en las zonas campestres, a los miembros de un caserío, una granja o un pequeño paraje rural.
La idea monstruosa de Castro era la de aprovechar el espontáneo respaldo popular que rápidamente se ganó su régimen gracias a sus medidas populistas y demagógicas (como la rebaja de los alquileres) y amaestrar a los ciudadanos en el seno de las llamadas “organizaciones de masas”. En estas, los individuos permanecerían estabulados siguiendo criterios de centro laboral, sexo o domicilio (Central de Trabajadores de Cuba, Federación de Mujeres Cubanas y los mismos Comités de Defensa de la Revolución, respectivamente).
Entre las actividades previstas para estos CDR estaban incluidas algunas de interés para el conjunto de los ciudadanos, como -digamos- las de pintar las aceras o administrar vacunas orales a los niños. Pero no fue este el objetivo principal de su creación. El lugar central le correspondía a lo que se llamaba “vigilancia revolucionaria”. Esta denominación eufemística sirvió para extender y generalizar lo que en buen castellano se conoce en Cuba como “chivatería”.
La delación, siempre tan repudiada en todo el espacio cultural hispanoparlante (en particular en Cuba durante el régimen autoritario de Fulgencio Batista), fue transformada por los castristas en una actividad deseable y digna del mayor elogio y el más decidido aplauso. En este punto, los seguidores del “Comandante en Jefe” sí se ajustaron de lleno a las enseñanzas de sus precursores educados por el dictador Stalin en tierras soviéticas.
Como dechado de virtudes comunistas, en aquellas tierras gobernadas desde el Kremlin moscovita, la propaganda estalinista exaltó la figura de Pável Morózov, un niño que denunció… ¡a sus propios padres! Para colmo, el “crimen” de estos se había limitado a esconder una parte de la cosecha para evitar que los comunistas se apropiaran de toda ella y condenaran a la familia al hambre. Los paisanos de los Morózov hicieron pagar con su vida al jovencísimo chivato desnaturalizado. Este fue exaltado entonces por los estalinistas como un héroe, ¡digno de tener hasta estatuas!
Otra modalidad de la “vigilancia revolucionaria” eran las famosas “guardias de los CDR”. Aunque el supuesto objetivo de esta actividad era reducir el delito en general (no sólo el de carácter “contrarrevolucionario”), los resultados concretos de esos desvelos cederistas son harto discutibles. No creo que esos castristas que permanecían despiertos en horas de la noche y la madrugada alcanzaran resultados dignos de ser señalados.
Pero esas guardias nocturnas, al igual que los trabajos voluntarios, cumplieron otra función de gran interés para el régimen: Ellas sirvieron para acostumbrar a la generalidad de los ciudadanos -al menos, a los que se declaraban “revolucionarios” (y ya se sabe que quienes no lo hacían, podían pasarlo bastante mal)- a hacer lo que se les ocurriera a los jerarcas comunistas. Si la consigna (“orientación”, la llaman en la neolengua castrista) era -digamos- estar despiertos hasta las dos de la mañana, entonces eso era lo único razonable que a ellos les correspondía hacer.
A los que, con todo y el 11 de julio de 2021, se creen que nuestra Patria no ha cambiado en todos estos decenios, me complace recordarles que, felizmente, aquellos tiempos en que la generalidad de los ciudadanos se plegaba a las órdenes comunistas (no importa cuán absurdas) han quedado atrás. La mayoría, para evitar “señalarse”, siguen formando parte de los CDR; quizás hasta pagan la modesta cotización mensual. Pero nada más.
El antiguo jefe de la “Red Avispa”, Gerardo Hernández Nordelo, recibió, junto con el cargo de coordinador nacional de la ya anciana organización, la encomienda de revitalizarla. ¡Misión imposible! ¡Ni siquiera la campaña que emprendió para sembrar piñas en macetas y jardines ha alcanzado el ansiado éxito y respaldo (y esto a pesar del espectro de la hambruna que se cierne sobre los cubanos de a pie)!
La tarea encomendada al “Espía Mayor” rebasa con mucho cualquier posibilidad humana. En puridad, ella equivale a intentar convertirlo en una especie de nuevo doctor Frankenstein, haciéndolo revivir un cadáver insepulto. Parafraseando a don Juan Tenorio, pudiéramos decirle: “¡Los muertos que vos revivís apestan cada vez más!”
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