Por Miguel Iturria Savón.
Los medios informativos de La Florida comentan los detalles del flujo de músicos y escritores que viajan de La Habana a Miami o New York, donde actúan en clubes y teatros o disertan en Universidades y salones de conferencias.
Entre los literatos figura el narrador Miguel Barnet, presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba y Diputado a la Asamblea Nacional, cuya presencia en New York desató opiniones contrapuestas, por su rango rango oficial, su firma de apoyo al fusilamiento expedito de tres jóvenes que intentaron secuestrar una lancha de pasajeros para escapar de la isla y por su declaración de apoyo a los espías convictos encarcelados en los Estados Unidos.
Sé que alguien debe sacudir las máscaras de los cómplices de la dictadura que utilizan los resortes de la democracia para promocionar sus obras y ganar dinero, pero no creo que el escritor funcionario merezca tanta atención. En Cuba apenas se habla de él a pesar de la reedición de sus novelas (Cimarrón, Gallego, Canción de Rachel) y poemarios, aunque a veces lo vemos en la televisión hablando de identidad o dormitando en las sesiones de la Asamblea Nacional del Poder Popular.
Si Barnet no fuera un simulador acostumbrado a excluir a los creadores que desafían las reglas del juego, no detentaría el cetro de la UNEAC ni gozaría de premios e invitaciones al extranjero. Sin embargo, nuestro gran comisario intelectual a veces se quita el antifaz y revela su forma de pensar, muy distinta a las cosas que dice públicamente por miedo o conveniencia.
Recuerdo ahora mis contactos profesionales con Miguel Barnet en la Fundación Fernando Ortiz a fines de 2005, mientras editaban allí mi libro Los vascos en Cuba, aún inédito a pesar de ser aprobado por el equipo de investigadores y la Junta directiva, presidida por Barnet y la insoportable Trinidad Pérez, hermana del cineasta Fernando Pérez. Aunque Michel Cobiella ejerció como coordinador editorial, nos presentó el doctor Aurelio Franco, investigador y agente del aparato secreto en la institución.
En el primer contacto Barnet me transmitió su valoración del libro, habló de su contribución etno-histórica y cultural y barajó datos sobre la confluencia en Cuba de canarios, gallegos, catalanes, hebreos y chinos, muchos de los cuales huyeron con sus descendientes "espantados por las medidas del gobierno revolucionario y por la filiación con Europa del Este".
En el segundo encuentro mi anfitrión cambió la erudición por la propuesta de introducir algunos cambios sugeridos por la editora de la UNEAC, contratada por la Fundación para corregir y rediseñar la obra; a lo cual me opuse por las suspicacias ideológicas de la especialista. Barnet me dio la razón pero insistió en la necesidad de cuidar a la institución, pues "la élite que dirige el país le teme a los estudios antropológicos y les bastaría cualquier pretexto para cerrar la Fundación". Agregó que en dos ocasiones tuvo que sentarse con Abel Prieto -ministro de Cultura- ante interpretaciones absurdas acerca de la revista Catauro. "Imagina qué pasaría si en un libro como el tuyo se emiten juicios de valor que pongan en guardia a los cazadores de fantasmas".
Ante sus temores dije algo sobre la libertad de expresión que molestó al narrador, quien se sintió en la necesidad de hablar de si mismo. "Yo fui uno de esos jovencitos de la burguesía que vociferaba contra la dictadura de Batista hasta que me detuvieron y pasé una noche en un calabozo, escuchando gritos; al amanecer fue por mi el ministro de educación y me llevó a casa, mi familia me envió a la residencia de Tarará, de donde no salí hasta enero de 1959; me incorporé a las milicias y a otras tareas de la época, llegué al extremo de tirarle un cenicero a Paulita Grau y distanciarme de Lidia Cabrera cuando la Operación Peter Pan, pero años después fui a Miami a pedirles disculpas, y por eso me llamaron de la Seguridad del Estado; para ellos todo pasa por la ideología. No soy valiente pero conozco a los bárbaros. Aún no piden disculpas por las locuras de la Ofensiva revolucionaria de 1968 ni por aquel Congreso de Educación y cultura de 1971. ¿Qué esperar de estos señores que le niegan a la doctora Hilda Molina viajar a Argentina a reunirse con su hijo y conocer a sus nietos?
Cuando me reuní por tercera vez con Barnet, en enero o febrero de 2006, el libro estaba listo para la imprenta y precisamos la cuestión del cheque en divisa de mis patrocinadores extranjeros. Ese día la plática fue breve y relajada, pero el libro no ha visto la luz aunque me pagaron el derecho de autor.
No sé si Barnet es uno de los Borbones de los que habló hace poco el borbónico Eusebio Leal, pero desde hace un lustro comprendo un poco mejor a la casta de hidalgos que pastorea al rebaño intelectual del país.
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