Por Raúl Dopico.
"Aliviar el sufrimiento del pobre pueblo cubano" es uno de los argumentos más socorridos a la hora de justificar el restablecimiento de relaciones entre Cuba y Estados Unidos. Un argumento con una carga mortal de demagogia, que pretende librar de la culpa al principal culpable -el pueblo cubano-, y culpar de toda la desgracia al actor principal de la tragedia -entiéndase el Gobierno ilegítimo de Raúl Castro-, y a sus opositores activos más intransigentes en el insilio y el exilio.
Pero desmontemos de una vez tan inmensa mentira. El pueblo cubano, como masa mayoritaria que define a Cuba, su cultura y su cubanidad, es el único y absoluto responsable de la situación en que se encuentra. Es el verdadero culpable de que nacer ahí haya dejado de ser "una fiesta innombrable", para convertirse en una desgracia infinita, tal y como lo demuestra la caída brutal de los índices de natalidad en la Isla. Allí nadie quiere parir.
Un enfermero que se gana la vida como vendedor de granizado en las calles de La Habana no lo pudo definir de mejor manera: "Este es un país en el que la juventud no tiene futuro".
La juventud, los padres de la juventud y los abuelos de la juventud, se han resignado a no tener futuro. En Cuba hace casi seis décadas que no hay futuro. El 15% de la población ha escapado en busca de uno. Un hecho inédito en la historia del país.
Muchos son los factores internos y externos que han propiciado la larga permanencia de la dictadura de los hermanos Castro. Desde el arropamiento masivo al caudillo, hasta las especiales circunstancias del enfrentamiento ideológico entre dos sistemas políticos que buscaban aniquilarse el uno al otro. Pero tras el derrumbe de la Unión Soviética y la Europa del Este la subsistencia del castrismo ha sido gracias a la falta de agallas del pueblo cubano.
Se han escrito muchas historias sobre la supuesta valentía del pueblo cubano, pero valdría la pena desarmar ese mito. La valentía de los cubanos históricamente ha sido patrimonio de unos cuantos. Las luchas históricas contra España, contra Machado, contra Batista y contra el castrismo, siempre han sido cosa de un puñado de gente digna que sacrificaba sus vidas, mientras la gran mayoría se entregaba al hedonismo desenfrenado y a la complacencia de vivir en un país próspero -como lo fue Cuba bajo el dominio español y gran parte de la era republicana- o en un país encandilado por una supuesta igualdad social, con un futuro prometedor que nunca llegó, extraviado en un miserable y eterno presente.
Los cabarets de La Habana estaban repletos el 31 de diciembre de 1958, con miles de cubanos celebrando por todo lo alto, antes de ser saqueados por la turba desenfrenada y oportunista. La lucha urbana en las ciudades de la Isla era asunto de muy pocos, y las guerrillas de la Sierra Maestra y el Escambray, eran eso, guerrillas que no sobrepasaron nunca el medio millar de hombres, a pesar de las cifras que luego exagerara Fidel Castro en sus relatos de una heroica epopeya que nunca fue.
Cuando Maceo muere en combate, sus tropas, hambrientas y mal armadas, se contaban en apenas unos cientos. Su esposa pasaba profundas penurias en el exilio, y La Habana ni se inmutaba ante la ofensiva mambisa.
Si somos desapasionados, tendríamos que reconocer, finalmente, que si Estados Unidos no interviene en Cuba como parte de la llamada Guerra Hispano-Americana, quién sabe si aún no seríamos una colonia española. El mito establecido por una narrativa histórica grandilocuente, de que la intervención americana nos arrebató la independencia, es solo eso, un mito que no se sostiene ante la evidencia de los hechos. El propio Máximo Gómez reconocería que era imposible vencer a los españoles en campaña, razón por la que ideó su estrategia de tierra arrasada.
Unos pocos miles de cubanos estaban en armas en toda Cuba. Como ha quedado plasmado en la historia, pelear por la independencia fue un asunto de muy pocos. Cuba era un país próspero y la mayoría no quería la guerra.
Por otra parte, los cubanos al servicio del ejército español agrupados en la Guardia Civil, los voluntarios y las guerrillas, se contaban por miles -80.000 señalan algunas fuentes-. Para colmo, cientos de negros fieles a España se integraron a las tropas coloniales. Tal vez los más conocidos fueron los integrantes de la escolta negra del capitán general Valeriano Weyler. Treinta negros lo acompañaban cuando desembarcó en Mariel, como parte de su estrategia de acorralar a Maceo, que culminaría con la muerte del Titán.
Levantados los velos exagerados de la historiografía cubana, se sabe que Weyler ganaba la guerra cuando le quitaron el mando tras la muerte de Cánovas.
La campaña de Occidente de Gómez y Maceo había sido un fracaso total. Algunos de los más importantes generales estaban muertos o presos, y la única ciudad importante tomada por los mambises fue Victoria de las Tunas, donde el general Calixto García masacró a los cubanos que peleaban por España, la mayoría de ellos negros, antes de abandonar la ciudad.
A la luz de la historia real, oculta tras montañas de falsificaciones, se revela que tras el llamado "grito de Baire", lo que predominaba, en el espíritu de la mayoría de los cubanos, era el deseo de obtener la autonomía de España.
En la actualidad, tras la capitulación de Obama frente al Gobierno ilegítimo de Raúl Castro, el escenario político de la Isla parece similar: la mayoría de los cubanos no quiere la democracia, sino la ayuda de Estados Unidos para mejorar sus condiciones de vida. La mayoría de los enemigos del castrismo no quiere pelear por la libertad, sino dialogar con el enemigo para convencerlo de que se la conceda. La mayoría no busca la felicidad -"la felicidad depende de ser libres", sentenció Pericles-. La mayoría quiere el estómago lleno y el placer de los cuerpos, como símbolos perennes de alegre cubanía. La mayoría prefiere la convivencia con los victimarios, que arriesgarse a conquistar su libertad.
De qué diablos nos extrañamos, siempre ha sido así con el pobre pueblo cubano. Ahora está aferrado a que el restablecimiento de relaciones con Estados Unidos los vuelvo a salvar. Tal vez por eso Obama ha dicho que ir a Cuba "será divertido".
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