Por Jorge Luis González.
Existían en La Habana vías comerciales con diferentes categorías. San Rafael, Galiano, Reina y Neptuno, contaban con los lugares más lujosos a donde acudían las personas de mayores ingresos.
El caso de la calle Monte era lo contrario. Allí se establecieron en su mayoría locales pequeños, para un público consumidor pobre. Sus propietarios eran los llamados “polacos”, quienes en realidad eran judíos que emigraron de Europa huyendo de Hitler y los nazis y que llegaron a nuestro suelo por la vía de Polonia.
Sus establecimientos eran principalmente de confecciones y telas que vendían a precios módicos. También salían con muestrarios en maletines, a proponer sus mercancías a domicilios y las ofrecían hasta con facilidades de pago.
Estos negocios comenzaban cerca de la calle Egido y se extendían hasta el extremo opuesto de la vía, en la conocida Esquina de Tejas. Se encontraban uno al lado de otro. En sus puertas siempre estaba su propietario o algún dependiente avispado que voceaba sus ofertas para atraer a la clientela, los cuales en ocasiones tomaban por el brazo a las persona para que entraran en su tienda.
Existían en La Habana vías comerciales con diferentes categorías. San Rafael, Galiano, Reina y Neptuno, contaban con los lugares más lujosos a donde acudían las personas de mayores ingresos.
El caso de la calle Monte era lo contrario. Allí se establecieron en su mayoría locales pequeños, para un público consumidor pobre. Sus propietarios eran los llamados “polacos”, quienes en realidad eran judíos que emigraron de Europa huyendo de Hitler y los nazis y que llegaron a nuestro suelo por la vía de Polonia.
Sus establecimientos eran principalmente de confecciones y telas que vendían a precios módicos. También salían con muestrarios en maletines, a proponer sus mercancías a domicilios y las ofrecían hasta con facilidades de pago.
Estos negocios comenzaban cerca de la calle Egido y se extendían hasta el extremo opuesto de la vía, en la conocida Esquina de Tejas. Se encontraban uno al lado de otro. En sus puertas siempre estaba su propietario o algún dependiente avispado que voceaba sus ofertas para atraer a la clientela, los cuales en ocasiones tomaban por el brazo a las persona para que entraran en su tienda.