domingo, 3 de junio de 2018

La soledad de Daniel Ortega y “la Chayo” Murillo.

Por Carlos Alberto Montaner.

Daniel Ortega se ha quedado solo. Solo con su mujer y vice Rosario Murillo, “la Chayo”, a la que el pueblo quiere aún menos. ¿Por qué ese rechazo a esta señora extravagante, pero bien educada? No está claro, pero sucede.

Para ellos es una situación muy extraña. Estaban acostumbrados a contar con una favorable caja de resonancia construida por la URSS y La Habana, como la que escondía y condonaba los crímenes del sandinismo en la década de los ochenta del siglo pasado en nombre de una mítica revolución popular que estaban construyendo.

En primer término, los abandonó toda la Iglesia. Los tiempos no son aptos para los disparates de la Teología de la Liberación. Los obispos no estaban dispuestos a jugar con un falso diálogo. Ellos ponían la mesa para conversar, pero siempre que fuera de buena fe. Era demasiado dolor. Cuando escribo esta crónica ya van por 93 personas asesinadas, casi todos muchachos.

Los abandonaron los estudiantes. Es conmovedor presenciar en YouTube las severas palabras que le dirige a la pareja presidencial Lesther Lenin Alemán. Habla, sin decirlo, a nombre de todos los universitarios, porque las universidades también los han abandonado. Las turbas y policías de Daniel y la Chayo entraron a sangre y fuego en la UCA y en la Escuela de Ingeniería.

Eso ha tenido repercusiones fuera de Nicaragua. Desde la prestigiosa Universidad Francisco Marroquín de Guatemala, el vicerrector, Javier Fernandez-Lasquetty, ha escrito un gran artículo para la prensa española en el que pide solidaridad con Nicaragua, la nación más pobre de Centroamérica.

Los abandonaron los empresarios agrupados en el Consejo Superior de la Empresa Privada, el COSEP. Hace unas horas les pidieron a todos sus agremiados que se disociaran  del gobierno. Agradecían que el matrimonio Ortega-Murillo hubiera abandonado las estúpidas pulsiones colectivistas que habían destrozado la economía en aquella primera etapa de furia juvenil (todavía hoy no se han recuperado los índices de crecimiento de 1979, cuando derrocaron a Somoza), pero esa gratitud no alcanzaba para admitir en silencio la bárbara represión desatada contra un pueblo que ejercía su derecho a protestar.

¿Vale la pena continuar la lista de entidades y personas extranjeras que han condenado los crímenes de la pareja? La embajada de Estados Unidos, Amnistía Internacional, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, los 14 países del Grupo de Lima, la vecina y muy civilizada Costa Rica, Ileana Ros-Lehtinen, Marco Rubio, Human Rights Foundation de Thor Halvorssen, Human Rights Watch de José Miguel Vivanco y un larguísimo etcétera.

¿Quiénes respaldan a Ortega y a Murillo? Apenas los rastrojos que quedan del Socialismo del Siglo XXI: la Cuba de Raúl Castro y Miguel Díaz-Canel, la Venezuela de Nicolás Maduro y la Bolivia de Evo Morales, todos en diversas fases de una grave crisis económica y política. Ni siquiera Petro, el candidato colombiano de esa cuerda, se atreve a ponerle el hombro. Lo que hacen es demasiado repulsivo.

Es probable que a Daniel Ortega  y a su mujer les queden municiones y falta de escrúpulos para seguir matando por cierto tiempo más, pero si lo que pretenden es recuperar la legitimidad  que se necesita para ejercer el poder en esta época, eso no lo conseguirán de ningún modo.

Los capitales han comenzado a fugarse. Veremos cómo el país se empobrece cada día más. Ya hay informes de que el turismo se ha paralizado en un 80%. Lo mismo sucederá en otros rubros del aparato productivo. Nadie en sus cabales invertiría en semejante sitio, en donde no existen vestigios de un Estado de Derecho.

La propia hija de la pareja, Camila Ortega Murillo, y Shantall Lacayo, fundadoras de “Nicaragua Diseña”, han debido retirarse de un inocente evento del Miami Fashion Week por la protesta de los exiliados nicaragüenses. Ese es sólo un síntoma de la oleada que viene.

Observaremos un declive acelerado de la pareja presidencial hasta que salgan del gobierno por la violencia, quizás segregada por el estamento militar, como sucedió en la Rumanía de Ceausescu, o tal vez por un espasmo insurreccional de la sociedad, como otras veces ha ocurrido en el país.

Lo terrible es que ese amargo final pudiera evitarse si Daniel y su esposa actuaran con sensatez y se retiraran del poder antes de que la sangre llegue al río. ¿Es eso pedirle peras al olmo? No lo sé. No hay una pizca de grandeza en esa terca resistencia. Es muy triste lo que pasa en Nicaragua.



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