domingo, 3 de junio de 2018

Borges en Cuba y entre los cubanos.

Por Antonio José Ponte.

Alfredo Alonso Estenoz, catedrático cubano en Luther College (Iowa), acaba de recoger en un libro sus investigaciones sobre la presencia en Cuba de Jorge Luis Borges. Entre los escritores cubanos, el argentino ha sido apreciado como uno de los más grandes (si no el más grande) de los autores latinoamericanos, pero también ha sido repudiado por sus ideas políticas.

Borges no estuvo nunca en Cuba, a pesar de haber recibido al menos un par de invitaciones de instituciones oficiales después de 1959. Y en Cuba han faltado también sus libros.

Conversamos aquí con el autor de Borges en Cuba. Estudio de su recepción (Borges Center, University of Pittsburgh, Pittsburgh, 2017).

Alfredo, hablar de este tema es hablar de cómo ha sido leída la obra de Borges en Cuba y, principalmente, de cómo no ha podido ser leída. Es hablar de la censura política sobre la obra de Jorge Luis Borges. ¿Cuándo comenzó esta censura?
Es difícil establecer el momento exacto en que comenzó la censura de Borges en Cuba. Todavía en 1967 Borges aparece como referencia positiva en un artículo de Rogelio Llopis sobre la literatura fantástica cubana, publicado en la revista Casa de las Américas. Para Llopis, Borges es uno de los modelos que siguen los autores cubanos que se dedican a ese género. Sin embargo, al año siguiente, en su antología Cuentos fantásticos, añade un colofón a la nota biográfica sobre Borges (cuyo cuento "Las ruinas circulares" incluye) en la que denuncia su "vergonzosa, reaccionaria posición política".
Hay que tener en cuenta que ya para entonces Borges había expresado opiniones contrarias a la revolución cubana. En 1961, por ejemplo, firmó un manifiesto de apoyo a los cubanos "contrarios a Castro", en referencia a los que desembarcaron por Bahía de Cochinos.
En 1971, en su famoso ensayo "Calibán", Roberto Fernández Retamar le reprocha la firma de ese manifiesto -seguramente olvidado por entonces- y otras actitudes contrarias a la idea de una revolución continental.
Como se sabe, 1971 marcó un antes y un después en la política cultura cubana y en la relación de los intelectuales latinoamericanos con la Isla. De modo que puede decirse que no fueron tanto las opiniones políticas de Borges lo que determinaron su suerte en Cuba, sino la radicalización de la política cultural cubana. Las opiniones de Borges se conocían desde principio de los años 60, pero aún había espacio en Cuba para pensar que tales opiniones no impedían apreciar la obra de un autor.
Sin embargo, al parecer la obra de Borges no constituyó una prioridad para la Colección de Literatura Latinoamericana de la editorial Casa de las Américas. Ignoro si se hizo alguna gestión para publicarla entonces. Lo que sí es cierto es que Antón Arrufat invitó a Borges a ser jurado del Premio Casa de las Américas en 1960 y este declinó la oferta.
Hablemos entonces de cómo Borges ha sido leído en Cuba.
El Diario de la Marina publica sus primeros textos, por el interés que despierta su poesía entre los vanguardistas cubanos. A mediados de los años 40, el grupo Orígenes ofrece visiones opuestas de su obra: Cintio Vitier lo sitúa como un modelo de síntesis entre herencia europea y literatura nacional o latinoamericana; Virgilio Piñera ve en Borges el paradigma del escritor latinoamericano, que lo observa todo a través del prisma europeo y no sabe cómo representar (ni le interesa) su contexto inmediato.
A mediados de los años 50 Retamar retoma y expande la postura de Vitier: habla de la manera irreverente en que Borges trata la cultural occidental como una forma provechosa de superar la dicotomía de todo escritor latinoamericano.
En 1959, Lunes de Revolución le dedica un homenaje a Borges y lo llama el escritor vivo más importante de la lengua española.
Y en 1971, Borges se convierte, en el ensayo de Retamar, en el símbolo del escritor colonial por excelencia y en representante de una clase social en decadencia: la burguesía latinoamericana.
Luego será el propio Fernández Retamar quien se encargará de publicar a Borges en Cuba.
En 1985, Retamar logra entrevistarse con Borges en Buenos Aires y este le da permiso para publicar una antología de su obra en Cuba. En el prólogo, Retamar reconoce el lado político, controversial de Borges (no solo para Cuba, sino para toda la izquierda latinoamericana), pero afirma que ello no invalida su obra.
De alguna manera, esta postura —que resolvió al dilema cubano sobre qué hacer con el escritor latinoamericano más influyente del siglo XX—, era la misma con que Borges solía defenderse ante acusaciones de esta naturaleza. Creía que las opiniones políticas de un escritor son triviales o constituyen solo un estímulo inicial, pero que si un escritor es genuino, si es fiel a su visión, la obra puede superar sus prejuicios y motivaciones originales.
¿Cómo calificarías los vaivenes del juicio de Fernández Retamar sobre Borges? ¿Son los vaivenes que ocasiona en cualquier lector la relectura de una obra, o se trata de oportunismo político?
Sin duda, las opiniones cambiantes de Fernández Retamar se debieron a las posturas críticas de Borges hacia la Revolución Cubana. Retamar lo ha reconocido explícitamente, por ejemplo, en su artículo "Cómo yo amé mi Borges", de 1999, e incluso antes de la muerte de Borges, en "Caliban revisitado".
Ahora, también creo que su relectura se inserta dentro de un contexto mayor de revaluación de la obra de Borges. Uno de los ejemplos más curiosos es cómo este pasa de ser el escritor colonial por excelencia a representar la literatura poscolonial, como lo demuestran varios libros sobre este tema.
Una de las preguntas centrales que planteó Retamar en su crítica de Borges, y que planteó la revolución cubana sobre toda literatura, sigue sin responderse: ¿qué relación existe entre la ideología de un autor y su obra? ¿Qué se debe hacer cuando la ideología de un autor (o su postura sobre los temas más diversos) nos provoque rechazo?
En tu libro te detienes en el caso de Luis Rogelio Nogueras...
Con Luis Rogelio Nogueras, y con otros escritores vinculados al primer Caimán Barbudo, ocurrió una dinámica típica de los años de mayor extremismo en la cultura: aunque públicamente negaran o fingieran ignorar la obra de autores políticamente disonantes, en secreto la leían e incluso se dejaban influir por ella.
El crítico Osmar Sánchez fue el primero en analizar detalladamente la influencia de Borges en Nogueras y el silencio de este. Es como si hubiera hecho un operación de tachadura que solo puede explicarse políticamente. ¿Cómo es posible que un autor profundamente interesado en el texto apócrifo, los heterónimos, la traducción, el policial, las mutaciones y el enriquecimiento de un texto cuando pasa de una cultura y una época a otras, haya ignorado al escritor latinoamericano que convirtió algunas de estas prácticas en la base de tu literatura?
Por eso siempre me ha parecido que la novela Las palabras perdidas, de Jesús Díaz, funciona como el relato de lo reprimido para esa generación, de lo que estaba ocurriendo en el plano personal y en los grupos formadas por la amistad y los intereses comunes de escritores, y en ese relato Borges ocupa un lugar central.
Pasemos a las lecturas cubanas que pudo haber hecho Jorge Luis Borges. Por un par de citas suyas, es evidente que deploraba al Martí escritor, a quien llamó "superstición antillana". Pero, ¿leyó a Carpentier? ¿Leyó a Lezama Lima?
Es poco probable que Borges haya conocido la literatura cubana más allá de unos pocos autores u obras. Sobre lo de Martí como superstición antillana, ¿lo dijo realmente alguna vez? Sí se refirió a Horacio Quiroga como "superstición uruguaya", y también he escuchado (aunque nunca verificado) que lo dijo de Gabriela Mistral: "superstición chilena".
¿Será que los cubanos nos hemos inventado esa frase? Si Borges la repitió aplicada a otros autores, es obvio que era una de las tantas fórmulas suyas...
Recuerdo haberla incluido en un ensayo que escribí en 1995 sobre José Martí, en "El abrigo de aire", y estoy seguro de no haber utilizado a Borges para inventármela. Pero déjame ver si encuentro la referencia exacta...
No hay ninguna mención a Lezama Lima ni a Carpentier en su obra literaria ni en el Diario de Adolfo Bioy Casares. En el Diario aparece una mención a Enrique Labrador Ruiz y otra a Guillermo Cabrera Infante.
Del primero, Borges ni siquiera abrió una carta en la que este le pedía intercambio bibliotecario décadas antes. Del segundo, menciona su encuentro en Londres, y que era un hombre inteligente, excepto "cuando habla de cine". ¿Quiere decir esto que había leído sus crónicas de cine o que conversaron de cine en esa ocasión?
También aparece Severo Sarduy. Manuel Puig le recomienda a Bioy que le lea fragmentos de Cobra a Borges, y Bioy anota que es "la historia de una maricón; Borges no aguantaría la lectura".
Hay que tener en cuenta que, en 1955, Borges se había quedado ciego y que leía (o le leían) muy pocos autores contemporáneos. Una de las formas en que se mantenía actualizado, sobre todo con la literatura argentina, era mediante su participación como jurado en numerosos concursos literarios.
En todo caso, es difícil saber lo que Borges leía y no leía. De cuando podía leer sin ayuda, tenemos un registro excelente: Borges, libros y lecturas, compilado por Laura Rosa y Germán Álvarez, que contiene una selección de los libros que Borges leía y anotaba y que luego donó a la Biblioteca Nacional. De la etapa posterior, tenemos el Diario de Bioy y los testimonios de varias de las personas que le leían.
Y, aunque tendría que verificar esto, creo que en los dos casos hay muy pocas menciones -o casi ninguna- a libros latinoamericanos.
Queda aparte el caso de Virgilio Piñera, a quien Borges antologó y conoció personalmente. Piñera aparece en alguna de las cenas del Diario de Bioy Casares. Pero, ¿cuánto de lo escrito por Piñera llegó a conocer Borges?
Lo más probable es que su conocimiento de la obra de Piñera se haya debido sobre todo a la cercanía entre ellos, durante la época en que Piñera vivió en Buenos Aires. Sus cuentos sí los leyó, sobre todo los que se publicaron en revistas. Pero no sabemos si leyó La carne de René o, posteriormente, El que vino a salvarme.
Es obvio que respetaba a Piñera como escritor e intelectual, aunque discrepara de él estéticamente en algunos puntos, como en la búsqueda de la sorpresa expresiva.
Me ha sorprendido encontrar después de terminar el libro que en una nota de 1960, a raíz de un conversatorio en la Casa de las Américas sobre la novela social, Piñera defienda la literatura de Borges y considere que sus referencias babilónicas ya no son exóticas sino una de mejores representaciones de la ciudad de Buenos Aires.
Tengo que reconocer que, terminando ya esta entrevista, no he podido encontrar la página donde Borges trata a Martí de superstición antillana. Lo cual me hace pensar que debió de soltarlo en alguna de sus muchísimas entrevistas. Alfredo, ¿cuánto es leído Borges hoy en Cuba?
A partir de la publicación de las Páginas escogidas de Jorge Luis Borges (Casa de las Américas, La Habana, 1988) su nombre ya no es tabú, pero el conocimiento de su obra sigue estando limitado, en gran parte por la carencia de sus libros. Ha habido otras dos reimpresiones de la antología, pero en este momento se encuentra agotada.
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