Por Iván García.
El 8 de enero de 1959, Lorenzo, 86 años, vecino de la barriada habanera de La Víbora, después de desayunar, fue hasta la parada de ómnibus más cercana a su casa y allí cogió una ‘enfermera’, como entonces le decían a los autobuses blancos de la ruta 37. En un puesto de lotería en la Esquina de Toyo cobró un parlé de 230 pesos.
«Un dineral para la época. Luego, con unos amigos, nos fuimos a ver a los barbudos, entre ellos a Fidel, que pasó montado en un jeep militar por Vía Blanca hasta Concha y Luyanó. La gente estaba ilusionada, creía que la situación iba a cambiar y mejorar en Cuba. Aquellos días que no los he olvidado”, rememora el anciano.
Como muchos cubanos, Lorenzo consagró una parte importante de su vida a la revolución. “Era imposible no creer en Fidel Castro. Hablaba como un santo. Te repetía una y otra vez que no era comunista y que quería un país democrático con elecciones libres, sin corrupción y con justicia social. Fui miliciano. Combatí en Playa Girón y en la lucha contra los alzados en el Escambray. Cuando el éxodo por el puerto del Mariel, en 1980, fue que descubrí la estafa. Que todo era una trampa. Que a Fidel y a su hermano Raúl solo les interesaba el poder, el protagonismo político y no construir una sociedad libre, moderna e inclusiva”.
En la primavera de 2022, Lorenzo es un viejo achacoso que hace colas cinco días a la semana para comprar el pan o esperar que llegue el pollo al mercado donde venden por pesos. “Hace ocho meses que no tengo los medicamentos que necesito para la circulación. Trabajé toda mi vida y con la pensión que recibo no puedo ni comprar un par de zapatos. Si no lo paso peor es gracias a que mi hija me ayuda y a la caridad de mis vecinos. La revolución cubana fue un espejismo, un engaño. 63 años después vivimos peor. Nunca ha habido democracia. Hay que hacer otra revolución y comenzar de nuevo”.
Doris, 55 años, profesora, no había nacido cuando Fidel Castro conquistó el poder a punta de carabina. “Soy hija de padres que creyeron en el proceso revolucionario. Me decían que ellos se sacrificaban para que yo tuviera una vida digna. Como todos los nacidos después de 1959, recibí una enseñanza adoctrinada que me hizo creer que el socialismo era el futuro de la humanidad. Pensaba que el imperialismo yanqui tenía sus días contados. Pero lo que se cayó fue el comunismo soviético».
Ya en la década de 1980, Doris comenzó a tener dudas. «Mis hijos no comían lo mismo que los hijos de los dirigentes y los altos oficiales de las FAR y el MININT. No vivíamos en las mismas casas ni teníamos la misma calidad de vida. La casta gobernante tenía criadas, las llamaban ‘empleadas domésticas’, dos o tres automóviles en el garaje y pasaban las vacaciones en Varadero o en el extranjero. Mientras, los cubanos comprábamos los alimentos por la libreta de racionamiento, viajábamos en guaguas atestadas de pasajeros y quienes podían, vacacionaban en una base de campismo popular donde pululaban los mosquitos. Después que mis hijos se marcharon de Cuba, y empezaron a enviarme dólares, es que he podido tener una vida digna. La revolución fidelista fue un fracaso, una mentira. Lo que queda son sus discursos”, confiesa Doris.
Si usted recorre las calles de la Isla y conversa con ciudadanos de a pie, notará el amplio descontento al modelo económico, político y social vigente. La gente no se corta. Habla sin tapujos. Diario Las Américas le preguntó personalmente o por WhatsApp a 32 personas, en edades comprendidas entre 18 y 89 años, su opinión sobre el gobierno. En una escala del uno al diez (a partir de siete es aprobado), 26 encuestados le dan de cero a dos puntos al presidente Miguel Díaz-Canel, elegido a dedo por Raúl Castro.
Víctor, ingeniero, uno de los entrevistados, considera que “de positivo Díaz-Canel no aporta casi nada. Habla mucho y ejecuta poco. Semana tras semana se la pasa de reunión en reunión o viajando a provincias. La prensa y los noticieros siguen con el mismo triunfalismo de la era castrista, culpando al ‘bloqueo’ y a Estados Unidos de todo el desastre interno. Díaz-Canel es un saco de plomo (un tipo pesado), siempre con la misma muela de la cultura del detalle y arrancarle a los problema un cachito. Casi todos los dirigentes y funcionarios nacionales y provinciales están cortados por la misma tijera y tienen el mismo biotipo: barrigones, mediocres, con un lenguaje empobrecedor, repleto de jergas y consignas. Si hubiera una calificación por debajo de cero se la diera a Canel”.
Victor piensa que el modelo cubano está agotado. “Si alguna vez funcionó, gracias a los millones de rublos que llegaban de la antigua URSS, fue a un costo inasumible. Es cierto que tuvimos un sistema de salud pública universal bastante avanzado para un país del Tercer Mundo. Pero cuando dejamos de recibir subsidios a duras penas se sostiene. La educación, otros de los logros de los cuales se vanagloriaba Fidel Castro, tuvo a su favor el amplio acceso a los estudios superiores. Pero la educación, desde primaria hasta la universidad, tenía y sigue teniendo, un alto contenido de adoctrinamiento ideológico y de manipulación. Los que abiertamente no eran revolucionarios no podían acceder a ciertas carreras universitarias o si se graduaban después no podían conseguir buenos empleos. El modelo cubano hace rato que dejó de funcionar. Debemos fundar un nuevo proyecto de república, donde se premie al talento y al esfuerzo. No la lealtad política a un partido”, opina Víctor.
Cuatro de las 32 personas consultadas le otorgan cinco puntos al gobierno. Y solo dos aprueban su gestión. Uno de ellos es Saúl, directivo de una empresa del Estado. Alega que “el bloqueo yanqui no es un cuento. Si lo levantan, verás cómo el país sale adelante”. Los que suelen apoyar o justificar los groseros errores del sistema político cubano, ocupan cargos importantes dentro del esquema institucional. Suelen ser militares en activos, jubilados que reciben buenas pensiones e intelectuales afiliados al sector de la cultura, los cuales por simulación, oportunismo, miedo o simplemente porque apoyan al régimen, en público repiten la narrativa oficial.
En privado son más críticos. Pero incluso los que creen que Fidel Castro es un líder histórico y el actual gobierno merece un voto de confianza, coinciden que el modelo cubano debiera ser reformado. Un periodista estatal piensa que “nuestro modelo económico, productivo y político debe ser más democrático. Y que la oposición que no sea financiada por el gobierno de Estados Unidos, debiera tener un espacio político. No se puede tirar a la basura lo positivo que aportó la revolución. Debemos dejar de vivir del pasado. Respetar las diferencias. Combatir la pobreza y crear oportunidades iguales para todos. No penalizar ni ponerles trabas a los emprendedores que crean riquezas”.
Pero donde más antipatía genera Fidel Castro, la revolución cubana y el actual gobierno es entre en los jóvenes. Dian, estudiante universitario, manifiesta que si “Díaz-Canel fuera honesto consigo mismo, debiera pararse un día en la Plaza de la Revolución y convocar a los cubanos a instaurar un nuevo modelo de nación. Gran parte de los cubanos sabemos lo que queremos: democracia, libertad de expresión, salud pública, educación universal y una oposición política legal. También lo que no queremos: corrupción, un capitalismo de amigos y monopolios como GAESA. Tampoco queremos democracias fallidas como la de México.”
El tiempo está en contra del régimen verde olivo. La represión y el miedo pueden retrasar los cambios que los cubanos piden a gritos.
Esa inercia acelerará la emigración y la simulación. Pero más temprano que tarde, inexorablemente, la democracia aterrizará en Cuba. Porque es el deseo de la mayoría de una población que debiera ser escuchada por los gobernantes.
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