Por René Gómez Manzano.
Claro que resulta oportuno introducir un matiz importante: La miseria que impera en la calamitosa Cuba de hoy no es -como todos sabemos- el fruto de una guerra o una catástrofe natural destructiva. Se trata -por el contrario- del resultado inevitable de las políticas arbitrarias, aún más antinaturales que erróneas, impuesta durante años por las autoridades de La Habana.
Desde la misma trepa al poder de enero de 1959, empezaron a adoptarse medidas cuyo efecto directo era destruir de manera sistemática cualquier incentivo para trabajar más y mejor. En ese contexto, no debe extrañarnos que, en la misma medida en que ha disminuido el apoyo vital del valedor extranjero de turno -Unión Soviética, Venezuela-, ha ido deteriorándose la situación del país, hasta llegar a la catástrofe actual.
Como parte integrante del estado miserable en que se encuentra la Cuba de hoy, en nuestra televisión se suceden las informaciones y reportajes sobre facetas diversas de la triste realidad imperante. Por ejemplo, en los noticieros se ha convertido en una sección fija la información que de manera cotidiana brinda Lázaro Guerra Hernández sobre las perspectivas de la generación energética.
El referido ingeniero, quien se desempeña como Director Técnico de la Unión Eléctrica (UNE), nos ofrece todos los santos días de Dios un inventario pormenorizado de las distintas calamidades que sufren las plantas generadoras del país. Como si se tratase de una loca carrera de relevos, el anuncio de cada reingreso en la Red Nacional del bloque generador inactivo de turno significa sólo el prólogo para la rotura del que le sigue en orden.
A veces, uno se pregunta: ¿Y qué sentido puede tener ese inventario perpetuo de desgracias y calamidades! El objetivo es convencer al cubano de a pie de una cosa: el permanente desvelo del gobierno por el bienestar de su pueblo. Los apagones podrán ser continuos e irritantes, pero si ellos se producen no es porque los mayimbes del “Palacio de la Revolución” dejen de prestar atención a esos cortes de la energía. Todo lo contrario: el desvelo que estos le ocasionan es permanente.
En días recientes, a esa calamidad se ha unido otra, que también he encontrado acogida preferente en los noticieros televisivos: la inestabilidad en el suministro de gas licuado. La escasez de ese otro producto vital ha dado pie a reportajes e informes exhaustivos sobre el arribo de un barco a Santiago de Cuba; también a los maratones laborales escenificados por los trabajadores del sector para hacer llegar los codiciados balones hasta los consumidores.
Pero claro que todo se dice a medias. Se habla de la demora en el arribo del buque con el medio de cocción en falta, pero no se ofrecen más detalles. Se menciona el “bloqueo” de Estados Unidos; con esto se sugiere que la carencia del dichoso gas pueda deberse a una “criminal prohibición” del gran país del Norte. Lo que no se dice es que en todo el mundo hay comerciantes en la mejor disposición de suministrar ese combustible siempre que se les pague, ¡claro! Pero si no hay dinero para hacerlo, no cabe esperar que colaboren.
En cualquier país normal -como en la Cuba de antaño, por ejemplo-, el conseguir una balita de gas no representaba el menor problema. De hecho, no era necesario ni ir a comprarla; bastaba llamar por teléfono para que un carrero la trajese a domicilio. Pese a la “anarquía de la producción” de la que hablan los manuales del marxismo leninista, todos los factores se conjugaban para satisfacer las necesidades del consumidor.
El importador programaba los arribos para que el combustible no faltase. Pese a ello, contaba con una reserva con la cual hacer frente a cualquier eventualidad. Lo mismo cabe decir de las compañías dedicadas directamente a suministrar los balones a los usuarios. En la Cuba castrista, por el contrario, y a pesar de la tan publicitada “planificación socialista”, imperan la carestía y el desabastecimiento. Es noticia (y por eso la dan por televisión) que un consumidor reciba el gas que necesita, ¡aunque sea tarde y mal!
En el ínterin, los comunistas caribeños se preparan para este viernes 5 de mayo (que, obviamente, no es el día primero, pero que para ellos sí lo es, porque decidieron traspasar para esa fecha la celebración del Día Internacional de los Trabajadores). La víspera -el jueves-, la Televisión Cubana centró su labor de agitación y propaganda en la aludida conmemoración.
Desde las distintas provincias, los corresponsales y los dirigentes de la central sindical oficialista se consagraron a brindar versiones tendenciosas de lo que el pueblo cubano podría esperar para el día siguiente. Algunos, más comedidos o menos descarados, evitaron adelantar cifras de la participación popular planificada para el viernes que será, a un tiempo, día primero y 5.
El jueves, en las emisiones estelar y del Mediodía del NTV, otros sí se enfrascaron en una verdadera puja de la desvergüenza: “más de 27.000 guantanameros”, dijo uno; “cerca de 80.000 santaclareños”, adelantó otro; “por encima de 177.000”, aseguró alguien desde Santiago de Cuba; “cerca de 150.000 agramontinos”, afirmó otro más en la ciudad de Camagüey. Pero las palmas les corresponden a los holguineros: “más de 400.000 en toda la provincia”, y “260.000 en esta plaza” (esto último refiriéndose al espacio público que lleva el nombre del gran patriota Calixto García).
Pero debo insistir en algo obvio: estas cifras, exageradas y aun demenciales, no responden a la asistencia que en verdad pueda producirse el viernes en una u otra localidad. En absoluto: ellas obedecen sólo a los planes arbitrarios que, completamente de espaldas a los verdaderos sentimientos populares, han trazado en sus despachos refrigerados los barrigones que dicen representar al sufrido pueblo cubano; quienes no vacilan en inflar las cifras sin importarles el descrédito y la fabulación en las que incurran ellos mismos y el régimen al que representan.
Todo lo que he mencionado en este trabajo son manifestaciones diversas de una misma y miserable realidad. La situación catastrófica en que las políticas erradas del régimen han metido a Cuba se refleja, lo mismo en reportajes e informaciones sobre las innumerables carestías que sufre el ciudadano de a pie, que en los planes irreales que trazan y anuncian los incondicionales del castrismo.
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