domingo, 14 de mayo de 2023

Tom Wolfe y el “nuevo periodismo”.

Por Alberto Méndez Castelló.

Se cumple este domingo el quinto aniversario del fallecimiento, a los 88 años de edad, del escritor y periodista Thomas Kennerly Wolfe Jr., o, sencillamente, Tom Wolfe, nacido en Richmond, Virginia, el 2 de marzo de 1930 y fallecido en Manhattan, Nueva York, el lunes 14 de mayo de 2018.

Hijo de un agrónomo, profesor y editor y de una decoradora de jardines que estimuló su vocación artística, Wolfe recibió una esmerada educación en las universidades Washington y Lee y en Yale, donde en 1957 obtuvo un doctorado en literatura norteamericana.

Aunque las formas, tonos, tiempos y estilos de contar historias para ganar la atención de los públicos se remontan a los tiempos bíblicos, Tom Wolfe es considerado el artífice del movimiento llamado “Nuevo Periodismo”, a partir del cual, en los años sesenta y setenta del pasado siglo, los periodistas que incursionaron en esa corriente no se limitaron a reportar sucesos, sino que además intervinieron en la acción y se implicaron en ella. Al respecto, en su antología de 1973 titulada El nuevo periodismo, Wolfe dice:

“Dudo de que muchos de los ases que ensalzaré en este trabajo se hayan acercado al periodismo con la más mínima intención de crear un `nuevo´ periodismo, un periodismo `mejor´, o una variedad ligeramente evolucionada. Sé que jamás soñaron en que nada de lo que iban a escribir para diarios o revistas fuese a causar tales estragos en el mundo literario… a provocar un pánico, a destronar a la novela como número uno de los géneros literarios, a dotar a la literatura norteamericana de su primera orientación nueva en medio siglo… Sin embargo, esto es lo que ocurrió. Bellow, Barth, Updike —incluso el mejor del lote, Philip Roth— están ahora repasando las historias de la literatura y sudan tinta preguntándose dónde han ido a parar.”

Porque según Wolfe, para ellos, el periodismo no era un fin, sino un medio. El objetivo era conseguir empleo en un periódico, pagar las cuentas, recorrer el mundo, acumular experiencia, pulir la escritura, y luego, en algún momento, tirarlo todo, abandonar el empleo y decir adiós al reporterismo, para mudarse a una cabaña en un paraje solitario y escribir una novela; y, algunos, así lo hicieron: Portis y Breslin, por ejemplo. Charles Portis abandonó la corresponsalía en Londres del Herald Tribune y se fue a Arkansas, a vivir en una cabaña de pescadores, donde escribió Norwood, novela que sería un éxito. Así y todo, sería el movimiento en su conjunto, el Nuevo Periodismo, que llevaría las herramientas de la literatura al reportaje, a la entrevista, dotando al diarismo con diálogos vívidos y escenas como sacadas de la ficción, pero que se correspondían con la más absoluta realidad, los modos de decir que se impondrían en el panorama de las letras estadounidenses y universales.

Según una encuesta que en 2004 la revista Nuestro Tiempo realizara entre directivos de medios de comunicación españoles, los periodistas que contribuyeron con cambios sustanciales en el mundo, y más influyeron en los últimos 50 años, fueron Bob Woodward, Carl Bernstein, Ben Bradlee, (director de The Washington Post) Indro Montanelli, Ryszard Kapuscinski, Walter Cronkite, Tom Wolfe y Jean-Francois Revel. Wolfe, cuando ya había rebasado los 50 años, publicó su novela La hoguera de las vanidades, pero no sólo a través de la literatura, sino también del periodismo escrito cuales obras literarias, exploró la sociedad estadounidense adentrándose en temas como la ideología, las razas, el sexo, el dinero, el poder, o la avaricia, aparentemente dispares, pero en realidad conductores y congruentes con comportamientos humanos que influyen en la formación o deformación de la persona y por extensión de las sociedades.

En 2007, Tom Wolfe, que se había declarado ateo y “reivindicador de Balzac”, seguidor de la tradición literaria signada por las obras de Steinbeck, Dickens y Zola, políticamente se definía como un “demócrata a lo Jefferson”, contendiente de los políticos liberales, afirmó que en las elecciones de 2004 votó por la reelección de George W Bush, de quien se dijo admirador. A sus detractores, quienes le criticaron no sólo sus formas de decir, sino también hasta su acostumbrado traje blanco, dijo: “Debe irritarlos un poco que todos, incluso ellos, estén hablando de mí, y nadie esté hablando de ellos”.

Tom Wolfe dejó una esposa, una hija, un hijo, una familia y un hogar; nos trasmitió un legado, visibles tras lauros como el Premio Nacional del Libro y la Medalla Nacional de Humanidades y la condición de ser uno de los ocho periodistas más influyentes del mundo en su tiempo, pero sobre todo, y es lo que más debemos agradecer, es su contribución para hacer _aunque no siempre se logra_ que la información periodística sin dejar de ser objetiva, estéticamente, nos recuerde una obra de arte. Tom Wolfe… ¡En paz descanse!

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